La reconquista de la historia: Martí en el 26 de julio (Parte II final)


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La tradición intelectual y política cubana se vio notablemente enriquecida con los aportes de José Martí. Su más justa reivindicación se produjo con la emergencia de una nueva hornada de combatientes que harta de la corrupción imperante e interesada en barrer con ella se aglutinó, bajo el influjo martiano, en torno al Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Su membrecía de " gran calidad humana y política”[1] se estremeció ante el golpe de estado perpetrado por Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952 y, como es sabido, reaccionó de manera inmediata. La caracterización del ala más radical y comprometida de  dicho cuerpo político  ocupa un  espacio privilegiado:

… un nuevo grupo (…) formado por jóvenes profesionales, trabajadores y estudiantes. Constituyen, dirá su dirigente Fidel Castro, "una nueva generación cubana con sus propias ideas … jóvenes que tenían apenas siete años cuando Batista empezó a cometer sus primeros crímenes en 1934". Ellos sienten que el país está urgido de una transformación radical. ¿Cómo acometerla? Buscan, y dan  con ese ideario  que era  al mismo tiempo  que propagado, escondido (escondido de la manera más sutil: en el ruido y la parafernalia): la obra de José Martí. Conocen sus discursos, sus poemas y sus crónicas; leen, sobre todo, lo referente a la guerra y al partido Revolucionario Cubano; leen el Manifiesto de Montecristi. La verdad está ahí. Lo que Martí preparó, quedó inconcluso, detenido como un muñón. Es menester retomarlo a la altura en que él lo dejó, y llevarlo tan lejos como sea necesario. La guerra contra España, para Martí, era solo el primer paso; como la lucha contra Batista, ahora, será también solo el primer paso. Ambas luchas pueden y deben galvanizar al país, a sus clases revolucionarias, para tareas más profundas. Hay que volver a empezar. [2]

A la exposición de un inolvidable trozo de historia, convenientemente hermoseado con el empleo de un lenguaje que emociona y conquista, sigue una cita del documento que se convirtió en uno de los más importantes ensayos sociopolíticos de su hora: el alegato de autodefensa de Fidel Castro en el acto que juzgó el asalto al cuartel Moncada. Luego, aparece una afirmación en la cual, habiéndose fracturado la temporalidad lineal, son fundidos con eficacia  diferentes tiempos históricos y  se reiteran algunas de las ideas formuladas en el texto desde sus momentos iniciales: El día fue otra vez el de Baire, y fue el 26 de julio de 1953. La primera batalla se perdió, pero la chispa había sido encendida: la guerra había recomenzado.[3] 

La presentación, caracterización, evaluación y jerarquización de las  concepciones que fueron sostén de la nueva gesta, así de sus fuentes principales y, por ende,  de las intensas relaciones entre aquellas y el pensamiento martiano, es visible en el ensayo de Fernández Retamar. Y no lo es solo a través de la presencia de fragmentos del alegato fidelista que muestran elocuentemente el impacto que produjo el conocimiento de la vida y el accionar del autor de Patria y libertad en la " Generación del Centenario “; sino también, y sobre todo, cuando funge como propuesta de  relectura de un documento que, visto a la luz de las nuevas circunstancias, Fernández Retamar cataloga como "un plan para la revolución"[4] entonces proyectada. Las razones que determinaron el nombre del grupo son nuevamente ratificadas, así como el hecho de que la continuidad del proceso liberador logró ser asegurada a partir de la existencia de un relevo que: en 1953 [año] en [que] se celebraba el nacimiento de Martí [no encontró]  mejor manera de honrarlo, [que] atacar el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba; como Mella, en 1925, no encontró mejor forma de ser martiano que fundar el Partido Comunista.[5]

La mención, descripción y valoración de los hechos que más tarde adquirirían con razón el calificativo de históricos, se inicia con la remembranza del regreso a Cuba de los sobrevivientes al asalto de la fortaleza maldita - tras haber sufrido detención, enjuiciamiento, encarcelación y/o exilio. Dicha secuencia introduce el estudio de la que constituye, a juicio del ensayista, una nueva etapa de la batalla reiniciada en el mismo espacio geográfico donde había tenido lugar su comienzo. Aquí, reaparece el empleo de un discurso  que  enlaza sucesos distantes en el tiempo, y funde en un abrazo a padres e hijos, quienes ahora son presentados  como protagonistas de una misma epopeya.

La comparación entre ambas contiendas destaca la diversa composición social de sus actores, resalta el proceso de comprensión, maduración y concientización experimentado por las ideas que las sustentan; estimula el examen crítico y sopesado de los nexos entre lo soñado y lo que está diciendo a voces la dramática realidad. Cada una de las conflagraciones aporta experiencias aprovechables en los lances venideros. Las semejanzas se expresan claramente. Dichos hallazgos conducen  al ensayista a la emisión de un juicio en el que son reforzadas las funciones referencial y poética de la lengua aun cuando el sentido de lo dicho aparezca  expresado en un tono conversacional, no exento de complicidad: Tal parece, de veras, que la historia, coagulada en 1898, ha echado a andar de nuevo.[6]

La alusión a personalidades que participaron en el arranque y la conducción de los procesos redentores contribuye a subrayar la idea del encadenamiento y la originalidad de cada una de las etapas de la Revolución: Martí, Mella y Fidel Castro son tres momentos de la actuación y la conciencia revolucionarias de Cuba, perfectamente enlazadas en sucesión creadora.[7] [El subrayado es mío]. 

A continuación, y volviendo a Martí, Fernández Retamar se detiene en la que denomina su "lucidez (…) profética"[8]. Una de las bases de sustentación de tal aserto la encuentra el ensayista en un momento temprano de la creación lírica del Maestro. Por eso, recuerda a sus lectores el primero de los versos de uno  de sus poemas adolescentes: el  soneto  titulado  10 de octubre que "parece trazar la ruta de la insurrección cubana del siglo XX: Del ancho Cauto a la Escambraica Sierra”[9]. Veintisiete años después, convertido ya en el "pensador mayor de los países subdesarrollados”[10],  su autor  valora  sagaz  y certeramente la situación de aquellos que se encontraban inscritos en los ámbitos caribeño y latinoamericano y de los que Cuba también formara parte. La colocación de un segmento del Manifiesto de Montecristi  revela la capacidad del Apóstol y, por extensión, la de su analista para detectar, muy temprano, las peculiaridades y el alcance del conflicto cubano lo cual, a su vez, le permite comprender mejor las razones de su  "internacionaliza[ción]"[11] . Dicha facultad, continúa declarando el estudioso, fue la que convirtió al Apóstol  –  entre otras razones – en el político más esclarecido de su hora la cual, al parecer, como él mismo ya había sostenido – y continuará haciéndolo en textos posteriores -  no había dejado de serlo.

El énfasis en sus juicios se hace evidente cuando, de nuevo, recuerda un grupo de sucesos a los cuales se había referido antes: la guerra del '68, la revolución del '95, la intervención norteamericana en la guerra de Cuba. Y ello no es casual, le interesa convencerlos de la necesidad de entender la historia cubana considerando la complejidad de las relaciones establecidas con las potencias que han intentado someterla. Un segmento introducido por interrogaciones  retóricas invita a meditar sobre la  problemática enunciada. La mención del imprescindible ensayo Nuestra América  funge, al mismo tiempo, como respuesta e incitación y promesa de futuras lecturas.

Casi en las postrimerías del trabajo, Fernández Retamar se detiene en el que considera principal desafío a enfrentar por la Revolución en marcha: "fiel a sí misma"[12]  lograr ser heredera legítima de la Revolución martiana. Esto piensa quien con su propuesta no solo ha pretendido hacer buena su "razón de homenaje", sino también estimular la meditación aguda, realista, crítica acerca de la marcha del "proyecto socialista a la cubana" declarado desde 1961. La inclusión de una nueva cita martiana multiplica el valor de lo dicho: "hacer en cada momento lo que en cada momento es necesario". [13]

La utilización de un fragmento de la autoría de Ernesto Che Guevara, a quien el ensayista consideró uno de los más lúcidos y creativos intérpretes y seguidores del Maestro, le permite regresar a la Cuba de 1964 y puntualizar algunas de las circunstancias en las cuales la isla debería enfrentar la construcción del proyecto de país que democráticamente había elegido: en el gran marco del sistema mundial del capitalismo, en lucha contra el socialismo, uno de sus eslabones débiles, en este caso concreto, Cuba, puede romperse.  Aprovechando  circunstancias  históricas  excepcionales  y bajo la acertada dirección de su vanguardia, en un momento dado toman el poder las fuerzas revolucionarias y, basadas en que ya existen las suficientes condiciones objetivas en cuanto a la socialización del trabajo, queman etapas, decretan el carácter socialista de la Revolución y emprenden la construcción del socialismo.[14]

Una feraz polifonía marca los párrafos finales del trabajo. Hábilmente, Fernández Retamar enlaza su voz con la del Apóstol y la del Héroe de Santa Clara para introducir la siguiente idea: El imperialismo norteamericano empezará a ser derrotado en América, allí donde Martí soñó que sería detenido. [15] (El cambio a cursiva es del autor). 

La asunción de la herencia del hombre de La Edad de Oro por parte de la Revolución triunfante ha sido reiterada, de manera insistente, a lo largo de todo el trabajo. Por ello, no sorprende que en sus palabras finales el ensayista aluda a tres de los documentos que lo evidencian: La historia me absolverá (1953), la Primera Declaración de La Habana (1960) y la Segunda Declaración de La Habana (1962). Volver a Martí, "arrancar  de  él  es  lo  que  se propuso aquel grupo de jóvenes magníficos, hace once años…" [16]

La revelación de las conexiones – ideológicas, espirituales, volitivas –  entre los héroes cubanos y latinoamericanos se reiteran casi al final del trabajo cuando el ensayista remite a los criterios que sobre  Bolívar emitiera el Apóstol, especialmente el que recordaba que tenía  "que hacer en América todavía"[17]

De regreso a Cuba, Fernández Retamar afirma " Con cuánta mayor razón podía decirse eso del propio Martí, en su patria inmediata. Era necesario retomar la historia de Cuba allí donde había quedado como estancada”[18]. El sueño postergado comenzó a hacerse realidad en una "madrugada de carnaval"[19]. El río de la Revolución, desviado fatalmente de su curso por ochentaicinco años, comenzaría a encontrar su "cauce".[20] Para Fernández Retamar  "algunas horas después, en medio del horror, y la sangre y el heroísmo y la grandeza"[21] aquellos jóvenes ofrecían como tributo a la patria sus vidas invaluables  para que un nuevo alejamiento fuese imposible.


[1] Martí en el 26 de julio, en Lectura de José Martí, Editorial Nuestro Tiempo S A,  1972. p. 57. (Todas las citas que se consignarán provienen de esta propia tirada)

[2] Idem

[3] Ibídem

[4] Op. cit., p. 58

[5] Idem

[6] Op. cit., p. 59

[7] Idem

[8] Ibídem

[9] Ibídem

[10] Ibídem

[11] Ibídem

[12] Op. cit., p. 60

[13] Idem

[14] Idem 

[15] Ibídem

[16] Ibídem

[17] Op. cit., p. 61

[18] Idem

[19] Ibídem

[20] Ibídem

[21] Ibídem

 


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