En Habana Espacios Creativos, sito en Teniente Rey esquina a Habana, en La Habana Vieja se está ofreciendo Clara, una derivación de la obra teatral Kilómetro Cero presentada a partir de octubre de este año en la sala de Argos Teatro y en otros espacios de La Habana y Matanzas.
Kilómetro Cero pone al público en contacto con las historias de nueve jóvenes procedentes de diversas zonas y sectores sociales del país que ejercen la prostitución masculina como vía para conseguir un futuro mejor, de acuerdo con sus escalas de valores. Partió del libro Pingueros en La Habana (2014), del Dr. C. Julio César González Pagés, que resume la investigación realizada por su autor en un lapso de catorce años (1998-2012) y que incluye ciento veinte historias de jóvenes entre dieciocho y veinticinco años de edad.
Sobre este material trabajaron el autor y la actriz Liliana Lam, devenida dramaturga, para finalmente dejar elaborado un texto teatral que, bajo la dirección de su autora, llegó a la escena como reclamo de una realidad que necesita un lugar en las agendas de nuestros problemas sociales.
Entre los nueve personajes del referido espectáculo, defendidos por varios reconocidos intérpretes, se halla Clara -- a cargo del actor Frank Andrés Mora— quien realizó una muy destacada labor durante las temporadas de funciones y gozó del favor de los públicos.
Ahora regresan a la escena Liliana Lam como dramaturga y directora y Frank Andrés Mora como intérprete de Clara quien, por cierto, da nombre a la nueva producción, para desgranar una historia que tiene su centro en la legitimidad de la transexualidad como proceso para la opción de la identidad de género.
A Frank como Clara le acompaña en escena otro de los intérpretes de Kilómetro… , Peter Rojas, el cual se presenta en el personaje de La Chiqui, transexual también, amiga de Clara, que le acompaña desde el teclado y se encarga de la música que integra la puesta.
La situación escénica de esta vez presenta a Clara y La Chiqui trasmitiendo la primera como youtuber desde su canal y en comunicación con sus suscriptores.
De nuevo, como en Kilómetro…, los recursos tecnológicos de la era digital tienen un papel protagónico, vuelve el video mapping a componer la escena y tenemos ante nosotros como espectadores dos realidades con las cuales interactuar: el set físico de Clara y La Chiqui y el set virtual con el cual se relacionan con ellas los internautas.
El espectáculo cuenta con sendos elementos a su favor: el primero es la defensa del derecho a elección que debiera tener garantizado todo ser humano y el rechazo a la exclusión; el segundo es el excelente desempeño de sus actores, tanto Rojas como Mora.
Rojas lleva a cabo con delicadeza el rol de segunda figura en situaciones dramáticas concebidas para ser desarrolladas entre dos donde, no obstante, uno de los intérpretes lleva la acción mientras el otro sirve de apoyo. Es un modelo que hemos disfrutado reiteradas veces en la comedia y, en tal sentido, en nuestra historia dramática son famosas las parejas de Tres Patines y El Juez (en las emisiones del programa La tremenda corte); Pototo y Filomeno; Garrido y Piñero, etc., pero que resulta menos frecuente en otros géneros o tipos de discursos dramáticos.
En realidad, la labor de la segunda figura es esencial, al punto de que sin su oportuna y bien medida intervención al protagonista le resultaría imposible cumplir a cabalidad su cometido. En esta labor Peter Rojas brilla.
Frank Andrés Mora, a quien acabamos de ver en una magnífica caracterización durante los capítulos de la más reciente novela cubana El derecho de soñar, ratifica aquí su capacidad camaleónica, como se nombra a la aptitud extrema que tienen determinados actores para mudar de piel, para movilizar los recursos internos y conseguir caracterizaciones de personajes muy distantes de sus conocidos y comunes rasgos y registros.
Mora nos entrega una identidad femenina y nos revela, además, una excelente voz para el canto. Su personaje recorre con organicidad, en un trabajo que viene desde lo interno y que es un gusto poder apreciar, estados diversos que van desde la alegría y la chacota hasta el terror.
Su relación con el público, que lo rodea a escasos metros, es de absoluta empatía.
Todo ello se relaciona indisolublemente con la dirección artística de Liliana Lam nutrida por su experiencia actoral en diversos medios, su sensibilidad ante determinadas urgencias sociales y su sentido espectacular.
Sin embargo, al guión anterior de Lam en Kilómetro Cero la crítica le señaló “un cierto didactismo”. Esta vez, en su primer tercio el guión llega al panfleto cuando innecesariamente Clara hace una declaración explícita en defensa de la transexualidad. Se supone que expresar las ideas que son de interés para el autor compartir con su público y provocar en él los sentimientos que le parecen pertinentes sea justamente la tarea que tiene ante sí la dramaturgia en su juego de elaboraciones, atenida a sus recursos y a sus particulares procedimientos.
Pienso que los temas relacionados con las identidades son asuntos cardinales y deben ser tratados con el cuidado y la atención que merecen. Este es también el caso de la transexualidad y del sector trans de la población.
No creo que se haga mucho, desde el arte al menos, con un alegato a favor de quienes se decidan por esta opción. Se trata de un asunto complejo, con muchas aristas conflictuales y cualquiera de ellas solicita el acercamiento profundo que puede brindarle la creación artística.
Por descontado que vale y se reconoce el esfuerzo descomunal que implica hacer teatro en estos tiempos. Igualmente habría que destacar el empeño del público que nos sigue y anima en las mismas difíciles circunstancias de vida. ¿Por qué no tratar, entonces, de superarnos más cada vez y poner todas nuestras fuerzas creadoras en tensión?
Todo espectáculo de real valor es tal porque, en primer término, se levanta sobre un excelente guion. Si se dispone ya de otras capacidades y condiciones como las que permite a este equipo ofrecer buenas actuaciones y armar con éxito una puesta en escena, sugiero cuidar la elaboración de la obra dramática que ha de funcionar como base para la creación del espectáculo con el cual nosotros, en tanto público, dialogaremos en cada función.
Entonces estaremos haciendo arte y comenzaremos a cumplir con eficacia nuestra responsabilidad social, en tanto artistas, con esa chica llamada Clara.
Deje un comentario