Este diálogo con el ministro de Cultura, el poeta Alpidio Alonso, fue pactado días antes de la conmemoración del aniversario 60 de Palabras a los intelectuales. Lo interpelamos sobre la actualidad de aquel discurso fundacional, y el modo en que sus conceptos encarnan en la creación, la promoción y la recepción de la producción artística y literaria en nuestros días.
–¿Cómo se articula y actualiza el diálogo entre la vanguardia política y la artística y literaria en el contexto actual?
–Ese diálogo, fundado por Fidel, ha sido la clave. Sin ese clima de confianza y retroalimentación que se estableció desde el principio, no habría sido posible conseguir los resultados que puede exhibir hoy la cultura cubana. La fecundidad de ese diálogo está a la vista de todos en una obra extraordinaria que no hay manera de negar, en el nivel de cobertura institucional al desarrollo y promoción de la cultura y en la participación de nuestros escritores y artistas como protagonistas del gran programa cultural de la Revolución. ¿De qué otro modo explicar, sino a partir de la prioridad que ha recibido la cultura, no solo la fuerza y pujanza del arte y la cultura cubanos, sino lo que ha sido y es la Revolución en términos de emancipación, justicia social y calidad de vida del pueblo?
«Lo mejor de la intelectualidad cubana abrazó e hizo suya la Revolución triunfante. En su política cultural nuestros escritores y artistas encontraron respuesta a aspiraciones de realización preteridas una y otra vez en la República burguesa. La Revolución no solo dignificó su labor y creó las condiciones y el clima propicio para su desempeño; hizo más, mucho más: mediante una verdadera democratización del acceso a la cultura, abrió las puertas de la enseñanza y la superación y formó un público masivo, apto para disfrutar a plenitud de la obra artística.
«El impacto de esa política en el desarrollo educacional y cultural es indiscutible. La cultura es central en el proyecto socialista cubano. Cultura y Revolución son inseparables entre nosotros. Así lo vio Fidel desde el inicio mismo y así se ha mantenido. La siembra cultural de la Revolución es acaso su saldo más hermoso y trascendente.
«Cuando hablamos de esto es inevitable pensar en Fidel, en la relación tan particular y entrañable que estableció con la cultura y los intelectuales. ¿En qué otro lugar de este mundo se dio algo similar? Fidel no solo fue el líder de la Revolución, sino el primero de sus intelectuales y el principal defensor y promotor de la cultura. Siempre pensando en el pueblo, que, como nos dejó dicho, es la meta principal. Por sobre dificultades, tropiezos y también de algunos errores lamentables, que no tendríamos por qué ocultar, hace tiempo rectificados, durante todos estos años la agenda cultural ha estado en el centro de la agenda nacional.
«Esa prioridad se mantuvo inalterable con Raúl, en un periodo de profundas transformaciones en el país, en el que particularmente desde los Congresos del Partido y desde la nueva Constitución, se redefinió y reafirmó el papel decisivo de la cultura para la construcción de la sociedad a la que aspiramos.
«Esa vocación cultural y de diálogo ha encontrado cauce natural en la sensibilidad y la labor del Presidente Díaz-Canel al frente del Estado y del Gobierno primero, y ahora del Partido. Su manera de asociar los procesos de dirección y la gestión de gobierno al conocimiento, la innovación y la ciencia, hablan a las claras de que también hay aquí una voluntad de continuidad.
«Desde el último Congreso de la Uneac, que concluyó con un discurso suyo que trajo al presente de manera brillante las palabras de Fidel a los intelectuales y estremeció al plenario por su valentía, honestidad y agudeza, el Presidente ha mantenido un seguimiento sistemático al cumplimiento de los acuerdos que allí se tomaron y ha propiciado disímiles espacios de reflexión junto a la vanguardia, para evaluar problemáticas de la vida cultural y el desempeño de las instituciones.
«En sus intervenciones ha dejado claro lo que representa la cultura para la nación, ha sido el principal crítico de las trabas burocráticas y las distorsiones que entorpecen el trabajo de los creadores, y ha defendido a la cultura y a los artistas de los ataques mercenarios y de quienes pretenden dividirnos y destruir lo que hemos logrado».
–Cuando Fidel habló a los intelectuales el 30 de junio de 1961, dijo entonces que «la Revolución defiende la libertad (…), que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades». ¿Ha sido este un principio de nuestra política cultural?
–La vigencia de ese principio está en la originalidad, complejidad y diversidad del arte y la literatura producidos en Cuba durante estos años. Eso sería imposible de lograr en un clima intolerante, opresivo, «como el que vivimos en nuestro país», según nos cuentan todos los días los libelos mercenarios y la prensa enemiga.
«Quizá por cotidiano, por lo natural que se ha vuelto entre nosotros, hablamos demasiado poco de esto: si hay un país que puede enorgullecerse del arte que auspicia, ese país es Cuba. A pesar de las condiciones de trinchera asediada en que están obligadas a trabajar, nuestras instituciones han dado espacio y han apoyado a las más diversas tendencias y estilos de creación, sin los consabidos condicionamientos mercantilistas, tan frecuentes en otros ámbitos. Por otra parte, aquí los premios que se otorgan, los libros y revistas que se publican, los discos que se graban, las películas que se filman, las exposiciones que se inauguran, los espectáculos que se presentan, los deciden los artistas a través de una relación responsable y transparente con las instituciones. Ninguna de nuestras instituciones toman decisiones importantes en términos de política cultural al margen de los criterios de los colectivos especializados, integrados todos mayormente por creadores. A la vez, la Uneac y la ahs someten a un escrutinio permanente la labor de nuestras instituciones. No justifico arbitrariedades, que en más de un momento se han dado entre nosotros, y que debemos evitar a toda costa, pero tampoco podemos aceptar la matriz mentirosa y perversa de los que presentan a Cuba como el paraíso de la censura.
«Del rigor y responsabilidad de ese ejercicio apenas se habla en los grandes circuitos de información. Esa verdad es sistemáticamente escamoteada por medios venales, que andan a la caza del más mínimo incidente, por demás susceptible de producirse en cualquier lugar, para convertirlo en noticia.
«En las antípodas de lo que defendemos, esa prensa, coherente con los intereses que representa, por supuesto que tampoco habla de la devastadora crisis cultural que vive el capitalismo, donde todo ha sido reducido a la categoría de mercancía y donde, por tanto, los omnipresentes criterios de rentabilidad dicen la última palabra. Allí las reglas del juego, incluidos los límites éticos, los pone el gran capital. Ese no ha sido ni será nuestro camino. Los criterios de libertad que defendemos parten de presupuestos éticos que hace rato allí fueron barridos. Por eso juzgamos tan importante el papel de la institución, su responsabilidad con lo que se le ofrece al pueblo. También por eso, dicho sea de paso, tenemos que ser tan rigurosos y críticos con lo que hacemos.
«Los que hoy niegan o tratan de minimizar el papel de las instituciones en nombre de una pretendida libertad creadora, reproducen los mismos presupuestos y enfoques neoliberales que plantean reducir hasta donde sea posible el papel del Estado y darle todo el espacio al Mercado, que supuestamente, de manera milagrosa, lo resolverá todo.
«Me pregunto ¿qué lugar encontrarían dentro de ese modelo los miles de estudiantes de nuestros centros de enseñanza artística, cuyo único requisito para ingresar a esas escuelas y graduarse es tener talento?¿O cualquiera de los cientos de poetas jóvenes de nuestro país, con cinco, diez y más libros publicados en editoriales serias, que no les han puesto reparos a la complejidad de sus obras y se han encargado de distribuirlas y promoverlas? La contrastante realidad que hay entre el respaldo que han recibido aquí los artistas durante la pandemia y el de aquellos abandonados a su suerte en otros lugares, incluidos países infinitamente más ricos, debiera bastar para juzgar de qué lado está el verdadero compromiso con el arte y el trabajo de los artistas hoy en el mundo.
«No creemos en la posibilidad de un arte aséptico, esterilizado, sin asideros en las contradicciones de la realidad y el ser humano. Bien saben los que quieren saberlo, que no es un arte complaciente, frívolo, el que auspiciamos. Para corroborarlo están ahí las obras de todos los grandes artistas y escritores que durante estos años han trabajado en Cuba sin necesidad de hacer concesiones».
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