La trova cubana Patrimonio Cultural de la Nación: “Acto de justicia histórica y poética” (I)


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El Movimiento de la Nueva Trova cumple 50 años ya, lo que determina que no es tan joven, sin embargo, tal y como le pasa a muchos mayores, su esencia y espíritu siguen frescos en algunos de sus cultores más experimentados y, claro, en los más jóvenes que aportan sus aires de renovación.

De todas maneras, el MNT merece mucha veneración; sus canciones han sido a lo largo de su vida himnos de amor, del amor grande, el amor a todo, y muchas conservan, a pesar del paso del tiempo, esa cualidad.

El MNT fue, en su etapa fundacional sobre todo, un fenómeno peculiar de ruptura y a la vez de veneración hacia los ancestros musicales; son muchos los creadores cubanos que están afiliados a este movimiento; diferentes generaciones con denominadores comunes: voz, poesía y música, para compartir ideas de revolución, rebeldía, irreverencia, compromiso, fidelidad, patriotismo y amor.

El Periódico Cubarte ha querido tributar al programa de conmemoración de este aniversario 50 del MNT, una serie de entrevistas con trovadores de diferentes generaciones, herederos todos tanto de Sindo Garay, Pepe Sánchez y Manuel Corona, como de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola y Vicente Feliú.

Igualmente, a partir de la presente entrevista al poeta y editor Norberto Codina (Caracas, Venezuela, 1951), comienzan a compartir sus evocaciones con los lectores, otros intelectuales cubanos, cuya relación estrecha con la Nueva Trova les permite ofrecer apreciaciones y valoraciones sobre el movimiento, e igualmente revelar anécdotas e historias interesantes asociadas al mismo.

Codina, quien fuera durante treinta y cuatro años director de La Gaceta de Cuba, publicación de arte y literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, es un hombre muy ingenioso, que cultiva la memoria y las buenas amistades, pero además tiene el don del narrar agradable, matizado con un gran sentido del humor, todo lo cual asegura que para los lectores su entrevista será una lectura amena e ilustrativa.

—¿Su primer recuerdo de la NT llega junto a qué figura? 

En mi casa hace más de cuarenta años tengo en una de sus paredes una gran reproducción del icónico cartel debido al talento del diseñador cubano Alfredo Rostgaard, dedicado al primer encuentro de la canción protesta celebrado por Casa de las Américas en agosto de 1967, huella gráfica que me ha acompañado en los tres hogares en que ha transcurrido la mayor parte de mi vida. 

Mis primeros recuerdos de la Nueva Trova vienen asociados justamente al surgimiento de esta, en mi más temprana adolescencia, en la segunda mitad de los sesenta, y los primeros nombres son, indiscutiblemente, sobre todo Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, e intérpretes como Elena Burke y Omara Portuondo que eran las que más se popularizaron por la radio en aquella época.

Recuerdo a Pablo Milanés cuando estaba en el Cuarteto del Rey, porque a mí me gustaba este grupo que interpretaba piezas (entre mis preferidas “Dieciséis toneladas”( basadas en cantos spirituals, góspel, y otros ritmos sobre todo del Sur de Estados Unidos, y por ahí oí hablar de Pablo por primera vez, y posteriormente por las presentaciones ocasionales que hacían ellos fundamentalmente en el teatro Hubert de Blanck; temas de Silvio en algunas emisoras de radio como “La era está pariendo un corazón” en la voz de Omara, o “Fusil contra fusil” y “Qué se puede hacer con el amor”, en la del propio autor, y ya entrando en los años setenta con el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC que gustó mucho.

Como si fuera hoy, recuerdo cuando asistí a un concierto de ellos en el cine 23 y 12. Aunque es una frase recurrida y repetida, indudablemente, todo esto formó parte de manera orgánica de la banda sonora de nuestra generación.

—¿Cuál fue su relación con este fenómeno estético? ¿Sólo como espectador?

Siempre he sido seguidor de la música tradicional cubana, por tanto los antecedentes de los grandes de la trova, en su espectro más amplio me acompañaron y esa es la antesala natural de todo este proceso. 

Toda familia cubana tiene un trovador, aficionado o con algunas ínfulas, en su genealogía. En la mía, de estirpe manzanillera, fue el tío José Joaquín Codina, que tuvo un programa de radio donde se hacía llamar “Codina, el trovador de siempre”. Cuando hace unos años visité Santo Domingo, la primera pregunta sobre cultura cubana que me hicieron fue sobre mi posible parentesco con el trovador.

Mi relación con este fenómeno estético fue al principio como oyente, un simple escucha, y también espectador de algunos de los conciertos.

Recuerdo que en 1969 Rafael Acosta de Arriba y yo, que en esos momentos éramos dirigentes estudiantiles en el Instituto de El Vedado, organizamos un recital de Silvio Rodríguez en el aula magna Raúl Cepero Bonilla; nos apoyamos en una compañera de segundo año que tenía amistad con él, y se repletó el plenario. Me acuerdo que incluso en el parque Mariana Grajales, en las afueras del Pre, había gente como público del concierto.

Tengo un amigo de esa época del instituto aunque vinimos a vincularnos tiempo después( Jesús J. Barquet, devenido en poeta y ensayista y quien durante muchos años fue profesor de la Universidad de Nuevo México, que ha sido siempre un devoto de Silvio. A principios de los setenta, en un cumpleaños suyo celebrado en su casa que estaba en la frontera de La Timba con Nuevo Vedado (sería en el 71 o en el 72 y andábamos por los 20 años(, el invitado de honor, quien nos acompañó con su música, sus canciones, fue nada menos que Silvio.

Barquet siempre ha sido de la idea de reconocer a Silvio en un panorama de la poesía cubana y esto no está ajeno a otros hitos de la canción como Bob Dylan o Leonard Cohen. No olvidemos que a Dylan le dieron en el año 2016 el Premio Nobel de Literatura, un tema polémico pues ya había recibido el Príncipe de Asturias de las Artes en el 2007, pero que sin dudas tiene sus defensores y sus argumentos a favor, y Jesús siempre ha sido partidario de que se reconozca la poesía de Silvio Rodríguez, algo que comparten otras voces autorizadas como la de Roberto Fernández Retamar.

Para mí, en lo personal, es tema sin dudas debatible pero que merece mucha atención, más allá de las normas académicas y las etiquetas. La poesía está integrada como un solo cuerpo en la NT.

—Usted en su condición de poeta, ¿con cuáles trovadores tuvo mayor coincidencia conceptual y estética? ¿Algunos de los mismos podría decir que influenciaron su obra?

Como subrayé antes, las canciones de la trova han estado signadas por la poesía y la asociación con la poesía, tanto en sus letras, y el ejemplo a destacar en este caso es Silvio tal como comenté-, aunque esto pudiéramos reconocerlo en casi todos, como estética del movimiento, y en las interpretaciones que han hecho de poetas consagrados.

Las versiones de Pablo Milanés sobre la poesía de José Martí y de Nicolás Guillén, son de lo mejor de la obra de Pablo, y hablamos de una obra tan importante como la suya, y en la que constituyen una presencia muy significativa.

Igualmente, el trabajo que hizo Amaury Pérez con poemas de Martí también, y lo que ha hecho Silvio con diversos poetas, incluido Rubén Martínez Villena.

En el caso de Pablo, una de sus piezas antológicas, “Canción”, que la gente conoce como “De qué callada manera”, muchos olvidan que es un poema de Guillén, del que Pablo hizo una excelente translación; a la par, tomando como pretexto el medular poema de Miguel Barnet dedicado al Che, Pablo nos legó también otra pieza antológica en su homenaje a Ernesto Guevara.

Recuerdo particularmente, cuando a principios de los ochenta, coincidí con Noel Nicola en Varadero, en las jornadas del Premio Poesía de Amor de Varadero, y establecimos una determinada relación, amistad, recordando siempre lo retraído que era Noel, y él nos enseñó allí sus versiones de textos de César Vallejo, que es una lástima que no hayan tenido mayor promoción.

Otro que estaba en esa expedición fue Alex Fleites, y seguramente recordará esos días que compartimos con Noel, alguien a quien recuerdo con mucho aprecio también por amigos comunes, algunas amigas como Vivian Lechuga o Cristina Fernández, pero sobre todo por Carlitos León, un amigo entrañable de la infancia con quien coincidí en la secundaria, donde fui un alumno muy querido de su mamá Olimpia, que era profesora de Geografía.

Por cierto, a Lázaro García lo conocí en los años setenta en mis visitas a Cienfuegos, una excelente persona con quien compartí en su casa allí y en Ecuador, en Quito, en algún evento cultural. Alguien singularizado por su nobleza.

Con Augusto Blanca tengo una buena relación desde hace años y la mantengo, pues vivimos relativamente cerca y a veces nos encontramos en nuestros paseos por El Vedado, y tenemos además un gran amigo común que es el poeta Waldo Leyva. 

A Augusto lo conocí tempranamente en Santiago de Cuba, visitando yo a Waldo, cuando vivían en lo que se llamaba La Casona de los artistas, por eso todavía a estas alturas él y Waldo se siguen reconociendo como vecinos, y posteriormente hemos coincidido, lo mismo en Manzanillo que en los paseos vedadenses. 

Yo tuve la oportunidad por mi trabajo en cultura, como te dije, lo mismo de conocer a Miguelito Escalona en Camagüey, a Augusto en Santiago, que compartir mi primer viaje que fue a Angola en el año 1982, con Ramiro Gutiérrez de Holguín, y recuerdo que mientras estuvimos allá con una brigada cultural, Ramiro estaba compitiendo en el Concurso Adolfo Guzmán, el más importante certamen de composición de la época, con la canción «Presencia, simplemente», que cantaría Pablo Milanés. 

Cuando oí por una grabación que él tenía que el que interpretaba el tema era Pablito, aposté en una carta a mi esposa carta que todavía conserva(, a que esa canción iba a llevarse el premio y así fue; en Luanda recibimos la buena noticia de que había ganado el Gran Premio.

Como ves esta relación mía con la NT pasa primero como oyente, sobre todo por la radio, como espectador y también esto está ligado a los inicios de mi poesía en cuanto al diálogo con sus iguales en la música latinoamericana; estoy pensando en Víctor Jara, alguien a quien cito en algunos de mis primeros poemas, y que integró también esa banda sonora; en Mercedes Sosa, pues fui a sus primeros recitales en La Habana, en la Casa de las Américas.

También en Soledad Bravo, a la que vi por vez primera en la sala acogedora del Hubert de Blanck y alguna vez invitamos a compartir con nosotros en lo que en esos momentos era la colonia de venezolanos en el ICAP, y estos referentes latinoamericanos, que incluso tienen antecedentes como Atahualpa Yupanqui, vienen también con Daniel Viglietti, Ali Primera, los grupos Inti-Illimani, Quilapayún, con todo ese movimiento de la canción protesta de Latinoamérica, que formó parte también de la ilustración natural de mi generación.

Aquí sumaría como representantes de lo que también se dio en llamar “la nueva canción”, a los españoles. Joan Manuel Serrat (durante su primer viaje a Cuba me colé por única vez en un teatro para oírlo, en el Amadeo Roldán(; Paco Ibáñez, cuyas musicalizaciones de poetas como Federico García Lorca son antológicas; Pi de la Serra, Luis Eduardo Aute y Patxi Andión de quien gracias a la amistad con su hijo, el poeta Jon Andión(, tengo dedicados por él dos de sus discos, una de cuyas dedicatorias no me resisto a citar, pues sintetiza el espíritu de rebeldía de su arte poética y un voto de confianza a mi persona: «Estos Cuatro días de mayo son para Norberto Codina, otro presunto guardián de la palabra dignidad. Un abrazo».

Indiscutiblemente esa música del contexto iberoamericano, en pleno diálogo con la experiencia cubana es algo que yo privilegié como oyente y que retroalimentó en alguna medida mi primera poesía.

Continuará


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