La modernidad ha arrasado con la vida tradicional de los poblados del planeta, les ha hecho creer a muchos de sus habitantes que la otredad o “lo otro” siempre es mejor, y ha establecido la dictadura del cambio a toda costa como mutación que alimenta las migraciones hacia ciudades más populosas o al extranjero, no pocas veces en una confusión en que se mezclan asuntos económicos y políticos. Cada vez se hace más difícil en contrarse con personas que hayan nacido, crecido, estudiado y trabajado en el mismo sitio, y permanezcan en ese lugar sin interrupciones ni intenciones de dirigirse a ninguna otra parte, porque se sienten satisfechos con su cotidianidad y costumbres, con sus vecinos y cultura. Parece casi un milagro el arraigo de alguien a un territorio, su conciliación con el pueblo natal y su permanencia convencida, porque verdaderamente se siente bien y ama las historias y las prácticas diarias de su “patria chica”, donde ha logrado estabilidad laboral y profesional como parte de su felicidad. Si este bienestar se construye con oportunidad para tener horas necesarias y reposadas para la escritura o la práctica artística que equilibra el espíritu, como complemento de las responsabilidades difíciles del diario acontecer, entonces la satisfacción es completa. Todavía resulta más admirable que existan quienes, con esa condición, ostenten además un alto nivel literario, y junto a ello, la capacidad para convocar a muchas personas para reconstruir la intrahistoria de su pueblo apenas mencionado: es el caso de Mariem Gómez Chacour, ciudadana de Cascorro desde que nació, y que ha publicado Un soplo de niebla en la llanura, por la Colección Mare Nostrum de la camagüeyana Editorial Ácana.
Mariem, de ascendencia materna árabe, ha cultivado todos los géneros literarios y ha sido reconocida con varios premios ―entre ellos el del concurso sobre Ética de Don Quijote, convocado por la Junta de Comunidades Castilla-La Mancha, España, 2002―, en escrituras tan diversas como el testimonio, el ensayo, la narrativa y la poesía. La escritora camagüeyana María Antonia Borroto la elogia en la contracubierta del libro de Ácana y asegura que no solo reverencia, sino que afianza la tradición de historias de abuelos con “el amor y el compromiso para justificar el libro”, y es cierto que mantiene un tono mesurado y amoroso sobre muy disímiles asuntos que nos seducen desde que ojeamos las primeras páginas. Confieso que llegué a ellas impulsado por la brillante presentación que le escuché a la destacada profesora e investigadora Elda Cento Gómez, quien ha insistido en la importancia de estar atentos a esas pequeñas historias de pueblos que apenas conoceremos si no leemos relatos como estos, que no pocas veces se mueven entre el costumbrismo y la remota leyenda, el testimonio y la fábula perdidos en los siglos y la nostalgia, entretejidos con la anécdota popular y las fuentes del especialista. Sin embargo, nada de ello sería trascendente sin una “buena pluma”, el don para contar, la paradójica ambigüedad de la ficción literaria y la habilidad para ensartar dispersas historias, librescas o callejeras, pero reales, hasta alcanzar ese momento único en que la memoria rústica o de archivo se eleva en el salto imprescindible de la parábola, para la construcción de la intrahistoria escrita y su instalación definitiva como metáfora recordable. Cuando la realidad, que supera a cualquier fantasía, se parece a la ficción sin esfuerzo ―como si todo no viviera mezclado, porque lo que creemos puramente objetivo es contado por un sujeto que tiene puntos de vista y una información ya asimilada―, se produce una lectura enriquecida, a la que uno vuelve. Prometí que si el libro me producía ese impacto haría una reseña, y ahora cumplo con satisfacción mi palabra. Un soplo de niebla en la llanura nos conquista para la lectura, tanto la útil y fértil, como la amena y atractiva.
Fui a Cascorro después de haber atravesado el pueblo muchas veces por la Carretera Central en mis recorridos por la Isla, pero nunca me detuve allí, aunque sabía que de Cascorro era Raúl González ―quien adoptó el topónimo como segundo apellido antecedido de un “de” como el orgulloso linaje de los nobles―, uno de los pocos cubanos premiados del concurso literario Casa de las Américas, por partida doble: en cuento, con Gente de Playa Girón (1962), y en testimonio, con Aquí se habla de combatientes y bandidos (1975). Un soplo de niebla… entra en la prehistoria de Cascorro, y en su nacimiento e historia, bajo la mirada de protagonistas y personajes, para crear un ambiente vívido y una atmósfera de proyección cultural, con elementos reales inéditos o muy poco conocidos, reelaborados acertadamente en una escritura literaria.
En una especie de introito, la autora declara con precisión sus objetivos, que, modestamente, considera inacabados: “Estas páginas no son respuestas, aquí la historia es apenas relato contado desde siempre en la sabana. Palabras de niebla y luz, con disímiles entonaciones y matices que pasaron de generación en generación, y ahora, escritas, pretenden llenar los abismos del silencio y el olvido”. La gran mayoría de los pueblos cubanos están colmados de pequeñas historias, fragmentos de una Historia mayor, conservadas en la emoción de los más ancianos y recibidas de sus padres por transmisión oral, pero apenas recogidas en algún soporte que las pueda reproducir y hacer vivir como legado para las nuevas generaciones. Reza un proverbio africano que “cuando muere un anciano, desaparece una biblioteca”, y por eso este libro es muy valioso.
Las pequeñas historias se adentran en el nacimiento de Cascorro a partir de utensilios aborígenes ―morteros de piedra y burenes de barro― que hoy se atesoran en el Museo Municipal de Guáimaro. Diversas fechas van marcando la colonia: en 1627 se levantó el fundo; en 1823 fue “descubierto” un grupo de pobladores asentados; en 1827 se contabilizaron 38 casuchas y un trapiche; en 1847 casó Juana de Dios Manresa de la Torre con Bruno Michel Vilminé, un francés que levantó allí la primera tienda mixta; en 1852 ya habían tres tiendas… Este crecimiento social al que asistimos mientras avanza el texto se entrelaza con el militar y patriótico, cuando en 1851 se instalaron en un abrigo natural de aquellas tierras Joaquín de Agüero y Agüero y sus compañeros, para comenzar la lucha contra el dominio español, un sitio donde posiblemente haya ondeado por segunda ocasión, después de Cárdenas, la bandera de la estrella solitaria. Y junto a esta clarinada, la convivencia con hijos singulares de la zona, como el negro Sacramento y la desgarradora semblanza de Mamá La Loca, una negra que había sido esclava doméstica.
Al decir de la autora, en Cascorro se detuvo el tiempo cuando comenzó la Guerra de los Diez Años. El texto cuenta la presencia de Carlos Manuel de Céspedes con su gobierno sobre la elevación de San Agustín en julio de 1869; la carga al machete que ordenó en 1872 Ignacio Agramonte, a pesar de estar herido, contra una compañía de Voluntarios; las incursiones de Máximo Gómez en 1874, y la sensible baja de Miguel Maceo, hermano del Titán de Bronce, en un ataque temerario. Estas breves narraciones confrontan la vida de criollos y peninsulares apelando a los peculiares detalles sicológicos de cada uno y a su ambiente social. Se recrea con sorna el mito de heroicidad de Eloy Gonzalo García, un cabo español a quien le fue concedida la Cruz de Plata al Mérito Militar, y hoy está “perpetuado” en una plaza madrileña como el “Héroe de Cascorro”, en una estatua digna de una trompetilla.
Lo más importante de este breve libro es el humanismo de sus relatos y la limpieza de leyendas de vidas conectadas con un acontecer pasado lleno de orgullo y fantasía, en el que no faltan noches de velas y quinqués, enfermedades como el cólera y el tétanos, conmemoraciones, un caminante con armónica en busca de tesoros, la llegada de ciclones, la heroína Margarita René, “la de armas tomar” … Se conocen las vicisitudes para la construcción de un templo, los aires de fiesta que trajo la modernidad y la melancolía dejada por un teatro sin micrófonos, maquillajes ni decorados, pura actuación y aplauso sincero, ausente de cámaras y pantallas. La memoria marca una vida tradicional que continúa, una existencia pasada a la cual se regresa para volverla a vivir diferente pero con el mismo ritmo pausado de las tareas diarias, los peculiares decires del habla popular, el saludo recíproco y constante de personas amables y cariñosas, quienes tratan al visitante como si lo conocieran de siempre, obsequian lo que han producido ―recomiendo la leche todavía espumosa y tibia, y las cremitas de leche―, y muestran su arte con la hermosura de la pureza. Valió la pena asomarse a este libro y sentir Un soplo de niebla en la llanura. Ojalá que otros pueblos cubanos tengan una cronista como Mariem Gómez Chacour.
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