La Voz del Pueblo Cubano: el primer periódico rebelde (I parte)


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En la primera mitad del siglo XIX eran incontables los periódicos que circulaban en La Habana, algunos de corte comercial, otros más inclinados hacia las crónicas sociales y los espectáculos culturales y —los menos— en abierto enfrentamiento al régimen colonial español, como el primero de ellos: La Voz del Pueblo Cubano, de cuya triste e impresionante historia surgió el primer mártir de la prensa revolucionaria en Cuba: Eduardo Facciolo (Regla, 7 de febrero de 1829-La Habana, 28 de septiembre de 1852), tipógrafo y combatiente de las guerras independentistas cruelmente ejecutado por sus ideas libertarias cuando solo tenía 23 años de edad.

Aprendiz de cajista

Nació en el seno de un humilde hogar de la calle de San Agustín —en la actualidad lleva su nombre—, en Regla. Comenzó a estudiar en la escuela elemental de varones, perteneciente al profesor Juan Coca y Quintana, quien tuvo a su cargo las primeras enseñanzas de aquel alegre niño que a los nueve años de edad fue incluido entre los alumnos de la octava clase, la que poco después abandonó debido a las precaria condiciones económicas en que vivía la familia, y comenzó a desempeñarse como aprendiz de cajista en la Imprenta Literaria, propiedad del tipógrafo Domingo Patiño radicada frente al Palacio de los Capitanes Generales, en el centro del actual municipio de La Habana Vieja. 

Su formación cultural y profesional fue de forma autodidacta. Había adquirido una férrea personalidad pro-independentista, cuyas sólidas bases irradiaron desde su hogar, donde eran frecuentes los comentarios sobre las conspiraciones y los arrestos de cubanos con ideas contrarias al colonialismo español, temas sobre los que comenzó a inquietarse, pero debido a los compromisos políticos de su padre (español) con el gobierno, no podía hacer preguntas ni emitir criterios discrepantes.

El fusilamiento de Plácido

El 28 de junio de 1844 fue fusilado en Matanzas el poeta Diego Gabriel de la Concepción Valdés (La Habana, 18 de marzo de 1809), conocido como Plácido, quien se convirtió en destacada figura de las letras insulares. Afrodescendiente, iniciador del criollismo y del siboneyismo en la lírica cubana, colaborador de algunas de las más notables publicaciones de la capital y matanzas, fue víctima de la más cruel represión, varias veces preso injustamente. Fue llevado ante el pelotón que le arrebató su fecunda vida, como resultado de un proceso jurídico manipulado con fines políticos, acusado de ser una de los integrantes de la Conspiración de la Escalera y en el que se le condenó a morir baleado por la espalda, junto con otros diez acusados.

Aquel acontecimiento exacerbó los sentimientos de rebeldía y aborrecimiento de Facciolo hacia el régimen colonial, al punto de expresar su indignación en su hogar donde fue fuertemente criticado por su padre, Carlos Facciolo, y por su padrino, el Capitán de Regla, el español Guillermo González. El apuesto muchacho, resentido por la indolencia de sus más allegados familiares, está decidido a asumir la lucha clandestina por la emancipación de su país.

El eminente investigador cubano Fernando Portuondo en su libro Historia de Cuba, lo describe de este modo: “La imagen de su rostro era alegre, con un mostacho mosqueteril, con una honda de pelo que le cae románticamente sobre las sienes. En los ojos se le aposenta, sin embargo, como una nube de nostalgia, como tienen casi siempre los predestinados a los hechos gloriosos y a la muerte temprana”.

El Faro Industrial de La Habana

Mr. John S. Trasher, un norteamericano nacido en Portland y radicado en La Habana desde 1839, fue una de las figuras más influyentes en la consolidación del temple de este joven trabajador de la prensa. En 1849, el estadounidense asume la dirección no oficial del periódico El faro Industrial de La Habana, y estrecha su relación con Facciolo, le adjudica el cargo de regente (editor jefe) de esta publicación.

En el Faro Industrial de La Habana, donde también ejerció como cajista, conoció a grandes figuras del periodismo y las letras, como Cirilo Villaverde —quien anos después de la muerte de Facciolo lo menciona en su célebre novela costumbrista Cecilia Valdés o La Loma del Ángel—, José García de Arboleya y José María de Cárdenas, entre las que pudo acrecentar su amor hacia la patria y la libertad.

Pero, debido a su estilo resueltamente enfrentado a la metrópoli española y su perverso gobierno en Cuba, El Faro Industrial de La Habana fue prontamente clausurado y su máximo responsable, Jhon S. Trasher, apresado. Estando en la cárcel, supo a través del diario Daily News, de Savannah, Georgia, de fecha 20 de octubre de 1851, que posiblemente fuera nombrado como el cónsul de Estados Unidos en Cuba, muestra del interés anexionista que siempre ha anhelado el gobierno norteño.

Decidido y bromista

En su libro Historia de Regla (1925), el escritor y periodista Vidal Morales Morales afirma que Facciolo “solo se ocupaba de trabajar para subsistir. No era bailador ni joven de sociedad. No tenía vicios, ni siquiera fumaba. Era decidido y bromista. Muy económico como pocos jóvenes de su edad. Era un joven virtuoso, honrado, trabajador, un patriota entusiasta y sin pretensiones. Su modestia era ejemplar”.

A mediados del siglo XIX, en Cuba se acrecentaban las discrepancias entre la Corona española y los nacionales que abogaban por poner fin a la cruenta dominación, formándose una conciencia nacionalista que derivó en incipiente movimiento revolucionario que las autoridades representativas de la metrópoli veían como una gran amenaza para el sostenimiento de su poder en esta ínsula.

Como parte de esos pensamientos libertarios, surgió la Junta Revolucionaria, la cual le propuso al periodista Juan Bellido de Luna publicar un periódico clandestino a través del cual enfrentaran las calumnias y el odio que se acrecentaba cada vez más en la prensa oficial en contra de los cubanos que propugnaban la independencia de su patria. Facciolo había retornado a Regla tras el cierre de El Faro Industrial de La Habana y abrió una tabaquería en la que él mismo fabricaba los tabacos que comerciaba en el lugar.

El negocio no daba para mucho y poco tiempo después de asumirlo, recibió la visita de Bellido de Luna, miembro de la Junta Revolucionaria, quien le expresó que necesitaba de un experimentado cajista para crear, de forma clandestina, el primer periódico revolucionario en Cuba y el norteamericano John S. Trasher, a quien visitó en la cárcel de la fortaleza de La Punta, le había recomendado que hablara con él y le pidiera ayuda. El rebelde soñador con la independencia de su país aceptó con entusiasmo tal proposición.

El primer número de La Voz del Pueblo Cubano

Pero antes de asumir tan riesgosa empresa, debían de buscar una impresora. Para tal fin, un amigo de ambos, el norteamericano Abraham Scott, les preparó una prensa de copiar cartas, la cual trasladaban en una carretilla —con el fin de no ser detectados— dentro de un cajón en forma de ataúd, revestido de tela negra, hacia diferentes zonas de La Habana intramuros. El primer número vio la luz el 13 de junio de 1852, desde un cuarto alto interior, propiedad de Ramón Nonato Fonseca, ubicado frente al Palacio de los Capitanes Generales. Desde allí, los sueltos fueron trasladados a un almacén de azúcar, situado en la calle Teniente Rey número 4, propiedad de Antonio, hermano de Bellido de Luna. Fueron distribuidos dos mil ejemplares.

Con la ayuda de los impresores Santiago Spencer, quien se encargó de suministrar los enseres necesarios, y de José M. Salinero, en la búsqueda de los tipos o caracteres, se había hecho realidad un preciado anhelo de los jóvenes revolucionarios. La salida del periódico fue un verdadero escándalo que dejó boquiabiertas a las autoridades españolas, que desde ese momento no escatimaron esfuerzos por encontrar el lugar donde se llevaba a cabo tan grande afrenta a la Corona española. Policías, investigadores, detectives y voluntarios buscaban infructuosos por toda La Habana.

 

(Continuará)


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