Pienso que los artistas, como los escritores, son aquellos que cuando alcanzan las cumbres ―y, claro, Alicia nos mira desde las cumbres― son la representación, presta para la eternidad, de la imaginería, la imaginación, la más depurada sensibilidad de una generación, de un entramado de generaciones y, finalmente, de una época. Y creo que los artistas, y los escritores que son artistas, y a los que les toca llevar sobre sus espaldas la representación de esa sensibilidad de una época, un pueblo, un sistema de pueblos, solo logran esa cumbre cuando con tesón, con hondura, con rigor, con formación, se sirven del instrumento de su persona para convertirlo en símbolo de un pueblo, de una época, una sensibilidad. Alicia es, entre nosotros, una de esas cumbres, la que tenemos ante nosotros, a la que admiramos, y respetamos, y amamos. Pero es mucho más, porque ella no ha sido capaz, solamente, de hacer de su persona ese símbolo que camina hacia la eternidad, sino que ha sido siempre alguien sensible al presente y, desde el presente, al futuro. Y eso es lo que más admiro y quiero en Alicia, porque no solo es la gran artista que nos ha dado ese símbolo sino que, en presente y trabajando hacia el futuro, ha dedicado también su vida a formar nuevas generaciones, y con esas nuevas generaciones a formar a los que formarán a otras aún más nuevas. Esa es la clave, en mi parecer, de la significación de Alicia Alonso y de toda su obra, y de todo cuanto ella ha creado y que existe ante nosotros ―que hemos tenido hoy, en buena parte, la oportunidad de constatar― es parte, no de la vida y de esa prueba de la sensibilidad de una generación o un entramado de generaciones, sino que, pasando las fronteras, se ha convertido para todos en un símbolo de la danza.
2005
*Palabras en la Gala “Fiesta de Alicia Alonso”, efectuada el 20 de diciembre de 2005, en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, en vísperas del cumpleaños de la artista. Publicadas en: Cuba en el Ballet, Nros. 110-111, enero-agosto, 2006, p. 13
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