Las dunas de arenas y la herencia natural y cultural


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Ensenada de Sibarimar

La importancia desde el punto de vista ecológico, económico y cultural de las dunas para la Ensenada de Sibarimar, en La Habana, fue el tema de la Conferencia impartida por el Dr.  Alberto Álvarez de Sayas,  el encuentro organizado por el Museo Municipal de La Habana del Este, con la colaboración del Centro Félix Varela que se efectuó en el aula ecológica del Museo ubicada en el Monumento Local y Paisaje Natural Protegido “Rincón de Guanabo”.

Contó con la participación de investigadores, museólogos, y miembros de las comunidades cercanas y uno de sus Delegados del Poder Popular, representante del pueblo siempre preocupado y ocupado por la protección del patrimonio y el medio ambiente.

Lamentablemente, no pudo asistir un conjunto importante de decisores del territorio. Muy útil hubiera resultado para futuras tomas de decisiones enriquecer conocimientos y reconocer valores al ser partícipes de primera fila en los intercambios sobre asuntos de vital importancia. Particular atención requiere la Ensenada de Sibarimar por los amplios planes de desarrollo de la industria turística en la región y los problemas ambientales que con frecuencia se ocasionan por una mala gestión ambiental y del patrimonio.

Las dunas, esas crestas de fina arena de varios metros de altura, paralelas a la línea de costa, son unas grandes amigas de los sitios patrimoniales de playa y de las obras humanas asociadas que heredamos de anteriores épocas y generaciones.

La Habana, capital de Cuba, dispone de un ecosistema costero, a unos veinte kilómetros al Este de la ciudad, que ha sobrevivido los embates de las tormentas y de los malos manejos ambientales gracias a la presencia de este largo cúmulo de arena, que a manera de dorso de animal mitológico duerme, aparentemente, sobre la costa, dando espacio a una franja de arena de ancho irregular, llamada berma, que aprovechan los bañistas para disfrutar del mar, o para entretenimientos de diversa índole, desde admirar a hurtadillas una “sirena” o un “tritón” de acuerdo al género correspondiente, o hacer deportes, conversar, tomar el sol o simplemente descansar entre baño y baño.

Este accidente geográfico, incluido entre los sitios naturales a conservar, tanto desde lo cultural como desde el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, alberga en parte de su extensión, dos sitios naturales patrimoniales sobre los que ya se ha comentado en anteriores artículos en esta Columna: La Laguna del Cobre-Itabo y el Rincón de Guanabo.

Las dunas son consecuencias de procesos naturales en el ciclo de la arena, con períodos de acumulación y extracción natural. En verano los bancos submarinos de arena traspasan estas minúsculas partículas de origen mineral u orgánico hacia la costa para beneplácito de las playas y como parte de estas, alimentar esas lomas que cierran el paso hacia la tierra firme.

Todo ello, protege y posibilita que en temporada invernal, el mar disgustado por tan larga ausencia las reclame para sí, enviando “nortes” y tormentas para que regresen y se acumulen nuevamente en los ya referido bancos sumergidos hasta la nueva temporada estival que renueva el ciclo. Es como un pacto amoroso entre la tierra y el mar que de romperse afectaría el fruto de ambos, su hija, la playa.

En ausencia de una duna fuerte, el tributo de arena reclamada por el mar tendrá que ser inevitablemente aportada por la playa, en este caso, por la arena de la berma, destruyéndose poco a poco, año tras año, hasta no ser más que un amasijo de piedra arrugando su esplendor y atractivo de antaño, habrá perdido su lozanía y dejaría de ser visitada, vendrían unos pocos, los de alto sentido de pertenencia solo la querrán. La población padecerá una importante pérdida espiritual y económica, será borrada de las listas de los centros turísticos como lugares a visitar; la “gente” hablará de ella con nostalgia y hasta con cierto desdén, solo los fieles hijos de la zona volverán a ella, quizás cabizbajos por no haber sabido detener el desastre, la playa, su playa ha dejado de poseer los valores naturales y culturales por lo que una vez fue declarada patrimonio.

Normalmente, estos procesos cuando son exclusivamente naturales, la sabia naturaleza los equilibra, pero cuando lo asisten acciones antrópicas, a menos que sean con manejos costeros adecuados, tienden a terminar en desastres para el ecosistema.

Algo tan sencillo como caminar por la duna es perjudicial, pues produce una pérdida de la vegetación natural herbácea, quien es la responsable como tela de araña, o redecillas sobre el cabello a la usanza de nuestras abuelas, evitar que el viento arrastre los finos granos hacia el exterior de la zona de la duna (postduna), donde a esa arena ya le resultará imposible regresar, provocando una pérdida importante para la playa, es por eso que el incómodo guizazo que encaja sus diminutas espinas en la planta de los pies es bueno, pues persuade a los bañistas a regresar caminando por encima de la duna en vez de utilizar las pasarelas destinadas específicamente para ello, que ya han sido construidas y que seguirán construyéndose, en la Ensenada de Sibarimar.

Otras veces, y no poco frecuentes, se observan transportes que buscando comodidad y cercanía a la playa se ubican también sobre la arena; en bocacalles entre dunas vecinas, cuyos espacios se formaron precisamente como consecuencia de la destrucción de la duna por el paso de las personas o de vehículos anteriores, resultando otro modo de escape de arena, con las consecuencias ya descritas.

Cuando no hablar de errores mayúsculos cometidos en tiempos pretéritos, al ser construido hoteles, casas y hasta bulevares sobre la duna, interrumpiendo dramáticamente el ciclo de la arena ya mencionado, o con la extracción directa del grano tanto de la playa como de los bancos submarinos para la construcción, el efecto, las consecuencias son similares, destrucción irreversible del patrimonio a mediano o largo plazo.

Otra mala gestión se observa cuando asociado a la duna se  siembra vegetación arbórea, para “crear sombra” cuando en realidad lo que se logra es “ensombrecer” la calidad de la playa, pues asociado al árbol van los turistas que destruyen la vegetación herbácea y posibilita más escape de arena. Los árboles son para la postduna y más allá, cada uno según su calidad y características.

Entonces, es necesario desarrollar una labor educativa y correctiva en la relación del ser humano, de nosotros todos, con la naturaleza. En este caso, de los turistas de sol y playa y los miembros de la comunidad, con esa amiga del patrimonio, la duna y en general la playa, sobre la que tanto desecho se abandona y que tanto la perjudica también. Divulgar estas realidades, alertar, crear conocimientos, desarrollar habilidades, formar valores, saber y saber hacer conlleva dedicación para lograr un manejo costero adecuado, disciplina y control para cumplir lo correcto, lograrlo es parte de las responsabilidades de todos los ciudadanos, y en particular de los órganos y organismos encargados de hacer cumplir la ley.

Las dunas, son como organismos vivos en movimiento constante, de retroceso y avance, de acumulación o pérdida natural, que hay que cuidar para que a su vez nos protejan y protejan nuestros bienes materiales o espirituales, nuestra identidad, los sitios y los recuerdos que nos pertenecen. 


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