La mayor parte del orbe está escandalizada, o temerosa, o sorprendida, o indignada, o sumida en la decepción y la incertidumbre, por el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. No voy a opinar sobre un hecho comentado abundantemente por especialistas en el tema en las más diversas latitudes y medios de comunicación. Solo quiero decir que aunque no me agrade, no me sorprende en absoluto la llegada de Donald Trump al poder, pues como dijo alguien cuyo nombre no consigo ahora precisar, saber historia no es saber lo que pasó, sino lo que va a pasar.
Cuando se ha leído a José Martí, quien indudablemente fue un testigo excepcional de la vida cotidiana, la política, y la cultura estadounidense durante casi tres lustros en las postrimerías del siglo XIX, se tiene la certeza de que lo acontecido era lo previsible. Las campañas electorales norteñas y sus resultados, estuvieron siempre en el punto de mira del cubano, pues constituían toda una novedad para el joven intelectual, oriundo de un país oprimido por el dominio colonial español. Además, sus experiencias políticas en otras tierras de nuestra América, como México, Guatemala o Venezuela, distaban mucho de la democracia representativa, y siempre estuvieron marcadas por el signo fatídico del caudillismo.
En sus crónicas conocidas como Escenas norteamericanas, enviadas sistemáticamente a los diarios más prestigiosos de Sudamérica, como La Nación, de Buenos Aires y El Partido Liberal, de México, entre muchos otros, alabó el proceso eleccionario como nueva forma de nombrar las instancias gubernamentales a diversos niveles, pero también puso en tela de juicio las zonas oscuras de un proceder que se había maleado por la corrupción, el fraude y las luchas de los sectores más ricos por hacerse con el poder a toda costa.
Dentro de lo que he definido como discurso de la alerta (1) para caracterizar el modo tan especial que tiene José Martí de acercarse a la realidad estadounidense, y contar sus experiencias a los lectores de nuestra América en sus Escenas norteamericanas, las campañas electorales tienen un protagonismo relevante. Nunca empleó la censura acre, que obstaculizaría la labor de prevención que exigía la época, pero sí empleó conscientemente todos los recursos a su alcance para develar las interioridades de un mundo de oropel que podía deslumbrar a quienes no estuvieran al tanto de sus verdaderas esencias. Su discurso de la alerta no se debe a la casualidad ni es mero fruto de la intuición: es el resultado de una estrategia comunicativa consciente, muy bien pensada, como lo expresara en carta a su amigo mexicano Manuel Mercado. Entonces le solicitaba ayuda para publicar sus crónicas en el Diario Oficial azteca, pues consideraba importante difundir en México todo tipo de información respecto al país norteño. Estaba dispuesto a ajustar sus trabajos al perfil del rotativo y por eso escribió: “Ya sé que no es de amenidades ni literaturas el Diario Oficial: ni sienta bien como lugar de expresión de opiniones extremas, que yo cercenaría, y haría de modo que los lectores las dedujesen por sí”. (2)
Ahonda en las elecciones y en las campañas que las preceden con especial agudeza, porque sabe con cuanta curiosidad y admiración son seguidas en nuestras tierras. Esta mirada se va haciendo más penetrante cada vez, aunque nunca, ni siquiera en sus trabajos más tempranos al respecto, deja de advertirse su percepción crítica.
Jamás dejó de admirar al proceso electoral por su sentido democrático, pero su visión del mismo en cuanto a modos de llevarlo a la práctica no será nunca idílica. Su voluntad de informar al respecto, siendo lo más veraz posible, es clara, y existen muchos ejemplos que merecen ser atendidos, como el siguiente, en que se describe la urdimbre de un día de elecciones en la Babel de hierro:
“Vamos a pasear por Nueva York hoy que es día de elecciones: a ver quienes votan y cómo y en dónde, y qué se hace después de votar; a ver lo q el primer movimiento perceptible del recién nacido: conocerla, el mayor deseo del niño, y el anhelo del hombre hundirse en ella. Curiosidad igual atrae a los pensadores hacia los misterios de formación y desenvolvimiento de este pueblo, sorprendente muestra ¡ay!, de todo lo que puede llegar a ser una nación preocupada de sí, y desentendida, en su propio goce y contemplación, de las maravillas y dolores del resto del universo humano”. (3) ue se trama, vocifera y cuchichea; a pintar en su día de soberanía a este pueblo gigante y complejo; a palparle, ahora que las tiene conmovidas, las gigantescas entrañas. Los niños se preocupan grandemente, no bien empiezan a pensar, de la manera en que se encenderá el sol, y de quien lo encenderá, y de cómo se podría llegar a él: urden en su mente ingenua y novicia colosales escalas: seguir la luz es
En primer término, sobresalen los verbos subrayados, elegidos especialmente para dar idea de la estrategia de ocultamiento y deshonestidad que rodea a los sufragios, los que vistos desde esa perspectiva más parecen pugna violenta que ejercicio civilizado de la libertad. Esos verbos, ajenos a toda pureza de intenciones, vienen a ofrecer la verdadera faz de un sistema de gobierno que se corrompe de día en día en una sociedad sólo entregada al egoísmo y al culto a los bienes materiales, lo cual se refuerza con el empleo de la interjección ¡ay! para cerrar las últimas líneas, con lo que se aporta al texto una nota dramática, de alarma, que se perdería al suprimirla. La analogía entre los niños deslumbrados y los ingenuos que se dejan encandilar por el modo de vida norteamericano es todo un llamado a la reflexión para sus lectores hispanos.
Esta crónica es pródiga en ejemplos de esta naturaleza. El párrafo citado es el inicio mismo del texto, y es apenas la punta del iceberg, para decirlo en términos hemingwayanos, de lo que nos espera unas líneas más adelante. En otros momentos, ya avanzada la jornada electoral, empleará verbos que también aluden a las prácticas corruptas, con la misma intencionalidad que en los ejemplos ya valorados. Insustituibles resultan para sus fines “buitrear”, “rapacear”, “ojear”, “seducir”. (4) Los dos últimos están empleados en sus acepciones tradicionales, que se enriquecen en el contexto. El primero, aunque tiene otras acepciones en América del Sur, como cazar buitres o vomitar, sugiere que los “trabajadores” o traficantes de votos se comportan como esta ave de rapiña. El segundo es un neologismo acuñado por Martí, al igual que el adjetivo “blandílocuos”. (5)
No se puede hablar de las elecciones estadounidenses en las crónicas martianas sin remitirse a página de tanto vuelo como “Historia de la caída del Partido Republicano y del ascenso al poder del Partido Demócrata”. (6) Si penetrante es el análisis de las cuestiones políticas, significativo es también el modo de exponerla:
“Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidato a la Presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyan a nombrarlo y sacarle victorioso”. (7)
Para entender mejor el sentido del fragmento citado, hay que remitirse al párrafo que lo precede, y que, aparentemente, está dedicado a otras cuestiones, totalmente alejadas de la vida política. Se trata, a mi modo de ver, de un enunciado preparatorio, que junto al que acabamos de leer, constituyen una construcción alegórica, destinada, precisamente, a resaltar los males que minan a la democracia representativa estadounidense.
Parte aquel con un llamado a tomar distancia, a la objetividad, pues la implicación afectiva no nos permite ver las verdades, por muy claras que sean. Seguidamente, se extiende en una aparente digresión, que se regodea en la descripción del daño interior que hace en un cuerpo lozano y hermoso, el ignorado parásito que le carcome las entrañas. Inmediatamente comienza el párrafo que citamos, con esa lapidaria calificación de la campaña presidencial, en la que nada es gratuito. Si se lee atentamente la frase subrayada, es posible apreciar un detalle significativo: hasta la coma está implicada en esa transmisión de sentidos. Como puede verse, el adjetivo ‘recia’ alude a sus significados habituales de vigor, fuerza, violencia, y otros afines, que denotan la extrema complejidad del proceso. Al estar seguida de la conjunción ‘y’ pudo haber prescindido de la coma, pues sería correcta aquí la coordinación copulativa entre esos dos elementos análogos de la oración. La pausa, sin embargo, prepara al lector para algo mucho más grave que lo visto hasta ahora, enfatizando la información que aporta el adjetivo siguiente, y que sintetiza, mejor que ningún otro, el grado de corrupción imperante. A estas alturas, adquiere sentido de alegoría la unidad que conforman los dos párrafos aludidos, pues se establece una relación de equivalencia entre el cuerpo hermoso y la rutilante sociedad norteamericana, de un lado, y el gusanillo que roe al primero y los males que atacan a la segunda, de otro. (8)
Hay, no obstante, otras zonas vigorosas en esta crónica. El entramado textual se hace más rico en la misma medida en que se complejiza el panorama electoral. Veamos la siguiente muestra:
“Una vez nombrados en las Convenciones los candidatos, el cieno sube hasta los arzones de las sillas. Las barbas blancas de los diarios olvidan el pudor de la vejez. Se vuelcan cubas de lodo sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas. Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias. Todo golpe es bueno, con tal que aturda al enemigo. El que inventa una villanía eficaz se pavonea orgulloso. Se juzgan dispensados, aún los hombres eminentes, de los deberes más triviales del honor. No concibe nuestra hidalguía latina tal desborde [...] En vano se leen con ansia en esos meses los periódicos de opiniones más opuestas. Un observador de buena fe no sabe cómo analizar una batalla en que todos creen lícito campear de mala fe. De plano niega un diario lo que de plano afirma el otro. De propósito cercena cada uno cuanto honre al candidato adverso. Desconocen en esos días el placer de honrar”. (9)
Lo hiperbólico de la primera imagen subrayada da idea exacta de la podredumbre general, casi a punto de ahogar al ciudadano común. Obsérvese como emplea de modo recurrente el cieno o el lodo para construir estas analogías de hondas resonancias expresionistas, que delatan el lado repulsivo de estas prácticas. El primero brota de lo hondo del suelo, es propio de los pantanos y lechos de ríos o lagunas, donde la podredumbre es endógena y continuada. El segundo, por así decirlo, es más circunstancial, pues depende de la lluvia. Ambos adquieren en el fragmento citado connotaciones diferentes: el uno es de raíz, y los males deben ser localizados y extirpados desde ahí, si verdaderamente se desea un mejoramiento, una solución. El otro depende en gran medida de la indignidad y maleabilidad del ser humano, pero también está subordinado a aquel. Las metonimias siguientes contribuyen a reforzar lo ya expuesto, amplían su sentido.
En medio de la cadena de infamias brota la mirada espantada del otro, que con el pronombre posesivo ‘nuestra’ se hace uno con el lector, toma distancia, se aparta de tales vilezas. El retruécano final completa el cuadro casi demencial de corrupción y envilecimiento. Sin embargo, en medio de todas las dolorosas verdades que declara, mantiene la fe en la capacidad humana para autogobernarse, para ejercer su libertad, lo cual habla en favor de la intención, por decirlo de algún modo, de la práctica electoral, no de los medios con que se ha ido enrareciendo.
Hubo un ejemplo notable de la instauración del fraude electoral y del desconocimiento del voto popular en las elecciones estadounidenses que fue referido muchas veces por Martí a posteriori, pues en aquel momento residía en México, no en Estados Unidos. Se trata de las elecciones presidenciales de 1876, cuando concluía el segundo mandato del presidente Ulysses S. Grant y se enfrentaron en las urnas Samuel J. Tilden y Rutherford B. Hayes. En un controvertido proceso, una comisión electoral nombrada al efecto revocó la victoria demócrata en tres estados, y se proclamó como presidente al republicano Hayes. Hubo entonces un serio conflicto interno; pero Tilden ─a quien Martí alabó siempre por su honradez en el período en que fuera gobernador del estado de Nueva York, previo a su candidatura presidencial─, prefirió conservar la paz, ganando con ello la admiración de sus conciudadanos y del cronista cubano. Su proceder le sirve también a Martí para deslizar al final del fragmento, una lección ética:
“Tilden, —que pudo ser hace ocho años, sobre sangre acaso, el Presidente de los Estados Unidos, y, por no verter sangre, no quiso serlo; que sin conflicto alguno lo pudo ser ahora, y echó el manto en los hombros de Cleveland: ¡feliz el que desdeña lo que tantos se disputan! La indiferencia del poder es la prueba más difícil y menos frecuente de la grandeza del carácter”. (10)
Estas descripciones de los entresijos de la sociedad norteamericana están dirigidas, como queda visto, a situarla en su justo lugar, y no en el sitial de honor de lo que debe ser modelo a seguir. Es un modo de reafirmar, a través del contraste entre lo real y lo que psicológicamente espera el lector, la valía de nuestras repúblicas, que deben emprender la búsqueda de sus propias vías de desarrollo, sin esperar por la buena voluntad de los Estados Unidos, ni asemejarse en sus modos de organización social, y a la vez, aguzar la cautela como primer elemento de autodefensa.
Independientemente de que los textos martianos aquí valorados daten de 1885, cuando el demócrata Grover Cleveland ascendió a la presidencia luego de años de predominio republicano, el lector podrá establecer las evidentes analogías con lo sucedido en nuestros días.
Notas:
(1) Designamos con ello la puesta en escena de un conjunto de recursos expresivos, que abarca desde el empleo de determinados signos de puntuación; el uso consciente de vocablos cuidadosamente elegidos para explotar al máximo todas sus posibilidades sémicas; la construcción gramatical de las oraciones, insistiendo, según el caso, en determinado tipo de ellas y no en otros, también factibles, pero no adecuados a la intencionalidad ideológica subyacente; hasta la introducción de imágenes poéticas y formas narrativas y descriptivas que se concretan en el suspenso y la sorpresa para ofrecer, finalmente, la verdad iluminadora. Véase Marlene Vázquez Pérez. La vigilia perpetua: Martí en Nueva York. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, p. 18 y ss.
(2) José Martí. Carta a Manuel Mercado, del 13 de noviembre de 1884. En José Martí. Correspondencia a Manuel Mercado. Compilación y notas de Marisela del Pino y Pedro Pablo Rodríguez, Centro de Estudios Martianos, 2003, p. 159. En lo sucesivo todas las cursivas son de la autora.
(3) José Martí. “Cartas de Martí. Un día de elecciones en Nueva York”. La Nación, Buenos Aires, 7 de enero de 1885. OC t. 10; p. 107.
(4) Op. Cit. p. 110.
(5) Ibídem.
(6) Véase también el estudio de Ana Cairo “José Martí y la política en los Estados Unidos”. En José Martí. En los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892. (Edición crítica. Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez, coordinadores). Colección Archivos- Casa de las Américas, Madrid - La Habana, 2003, p. 1933-1947.
(7) “Historia de la caída del Partido Republicano y del ascenso al poder del Partido Demócrata”. OC, t. 10, p. 185. OC, Edición crítica, t. 22, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010.
(8) El párrafo abreviado es el siguiente: “No se ven bien las maravillas cuando se está dentro de ellas. Las colosales figuras, los colosales hechos, sólo a distancia adquieren sus naturales proporciones y se enseñan en conjunto y hermosura. ¿Qué sabe el gusanillo que anda en las entrañas de la majestuosa beldad, del cuerpo humano? [...]”. OC, t. 10, p. 184-185.
(9) Ibídem.
(10) José Martí. Obras completas, edición crítica, tomo 22, p. 49.
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