Las Giselle de enero...


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Fotos: Nancy Reyes.

Giselle, volvió a la escena de la mano del Ballet Nacional de Cuba (BNC). La obra, no hay dudas, más reconocida y acabada entre las versiones de clásicos tradicionales. Y en ella, Alicia Alonso logró la celebridad mundial. Con ese ballet, Cuba trascendió por vez primera a la danza internacional y, luego, alcanzó los más importantes galardones. Al sustituir a Alicia Márkova, un dos de noviembre del año 1943, la bailarina cambiaba su nombre, sin saberlo, en una temporada del Ballet Theater de Nueva York. Sobre la escena del Metropolitan Opera House, primero fue una ingenua y tierna campesina, después, un espíritu que se esfumaba ante la emoción. Al despertar de aquella función, amaneció otra. Ya no era Alicia Alonso, sino Giselle... Desde entonces, elevó el personaje sobre el largo camino recorrido por la obra, resumiendo generaciones completas de artistas, desde que la Grisi la estrenara, y aportándole nuevos perfiles.

Por eso, y a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo un emblemático título del BNC. Por estos días de enero regresó a unas tablas donde el personaje ha crecido en los últimos años, y en el que mantiene una tradición, podríamos señalar, familiar: el renovado y elegante Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. En esta pequeña y fértil temporada, las luces iluminaron de manera especial la antigua pieza, cumbre del Romanticismo... Pero no solamente por las modernas tecnologías que escoltan ahora la escena del coliseo de Prado y la engalanan aún más. Si no, por ese espíritu que grabó en la obra nuestra prima ballerina assoluta, y que ella inspira, desde entonces, a todos los que están a su alrededor, a los que siguen su camino, al BNC.

Ese hálito, de textura de acero, mezclado con tesón, abnegación, entrega y amor, traspasando cualquier adversidad, cruzó en estas jornadas, donde el público pudo observar junto con las estrellas que ponen en alto, por el mundo, el nombre de la agrupación que es Cuba, una compañía casi totalmente, también renovada en un alto porciento con jóvenes recién llegados de la Escuela, que sigue multiplicando la impronta de la Maestra, y de todos aquellos que fundaron la obra: Fernando y Alberto Alonso, y tantos otros...

Las alentadoras Giselle, de enero de 2016, demostraron que el BNC está ahí, en su lugar, como siempre, dejándonos esa alegría interna que resulta más bien orgullo de ser, todos,  parte de ella. Las luces iluminaron unas protagonistas/bailarinas cimeras de la compañía, que entregaron, cada día un poco de ellas mismas. Su  personalidad fundida con la de la joven campesina enamorada del primer acto, y el etéreo espíritu (willi) del segundo.

Cualquier comparación, entre una u otra actuación está de más. Cada una matizó el papel a su manera. Sadaise Arencibia llegó bordando cada paso/gesto, el estilo, y con todo ello permeó la obra, e incluso en los saludos de un tono singular que admiró al auditorio que la ovacionó largamente en cada escena. Detrás, se  observa un estudio detallado del mismo. Siempre en personaje, respirando el hálito de Giselle, mostró que está en un instante cimero en su carrera. Con una línea ideal, condiciones físicas y sobrada técnica, más que bailar, vivió y disfrutó en la escena, amén que nos hizo recordar…

Anette Delgado en Giselle siempre “cruza” un terreno muy fértil donde desbordar el lirismo, y en el que aporta una lucidez técnica e inteligencia a la hora de abordar interpretativamente el rol, en sus dos actos, porque es su personaje. Es obvio que la conoce perfectamente, y hoy se deleita con sus sutilezas, marcas de estilo, potencialidades. Y regaló, durante toda la función, una clase de actuación y maestría técnica de alto vuelo. Sin equivocarnos, podemos afirmar que estuvimos presentes en una de sus máximas interpretaciones del rol. Por su parte, Viengsay Valdés, en el colofón de la temporada vistió nuevamente la Giselle. Contenida en sus expresiones, y muy madura, volvió en un rol largamente bailado-estudiado, y nos regaló la inmensa bailarina de siempre, a pesar de que una severa lesión en la espalda no la dejó desarrollarse en todas sus potencialidades. Superando las adversidad/dolores, con la misma fuerza con que danza, pudo cerrarla, aunque, lógicamente sin alcanzar su forma acostumbrada. Sin embargo, trajo una Giselle expresiva, frágil, distinta que llegó interpretativamente al público que la ovacionó largamente, porque nos deleitó con su entereza/entrega,  a pesar del sufrimiento… Fue agradable el dúo con el joven que debutó hace tres años, en el Albrecht, con ella: Víctor Estévez. Pudimos constatar su crecimiento en las tablas, primero con Sadaise (viernes), donde dejo gratas huellas, y después con Viengsay. Elegante, sobrio, solícito acompañante, amén que dio todo de sí para “bordarlo” de un aliento peculiar en la técnica, observándose muy acomodado en él, y, sobre todo, dejando pruebas de su valía junto a su compañera, a la que ayudó a sortear los máximos esfuerzos con tino, sabiduría y pasión. Esa tarde del domingo creció un poco más. Dani Hernández, por su parte, ofreció una clase de buen gusto, estilo, presencia escénica y preparación para conformar, con Anette Delgado (sábado), la pareja idónea.

Alicia, durante mucho tiempo, estudió este ballet y matizó con su “genio” los valores narrativos, dramáticos y musicales para moldear una joya estilística en la puesta cubana que no pierde esplendor con el paso del tiempo. No por azar, el auditorio ovaciona —algo inusual en otras obras— al cuerpo de baile, especialmente, en el segundo acto, por la precisión, coherencia, en el baile de las willis que roza la perfección. Aunque es de destacar que en estas jornadas, y a pesar de la juventud extrema del cuerpo de baile, los bailables del primer acto nos llenaron de optimismo, pues se observó bastante homogeneidad, y, sobre todo, muchas ganas de bailar (bien). ¡Bravo! también a los ensayadores y maîtres por su abnegada y ardua labor.

Como Myrtha, la reina de las willis, Estheysis Menéndez continuó con su paso triunfal, y dejó en claro que es un baluarte del BNC entregando una loable demostración de virtuosismo y lirismo que acaparó fuertes aplausos, llenando un papel al que han prestado su piel, grandes intérpretes cubanas. Por estos caminos de elogios,  es menester subrayar la labor en la Myrtha, de una notoria debutante: Cynthia González,  quien puso mucho rigor en sus ejecuciones: giros, saltos descomunales y seguras puntas para convencer del lado pisitivo. Queda, por supuesto, ahora el momento de poner atención al estilo, especialmente en los brazos y la interpretación, que de seguro le hará brillar pronto en él. La descendencia de la Myrtha ganó otra reina de las willis: Ginet Moncho, quien en su primera vez atrapó al público con su quehacer danzario/interpretativo.

Valen destacarse las actuaciones de Jessie Domínguez, en Berthe, la madre de Giselle, quien pone el drama en juego con su rigor interpretativo, el Hilarión(Ernesto Díaz) que se siente en las tablas; la hermosa Bathilde de Carolina García, cautivante con ese toque inmenso de elegancia; la coherencia y homogeneidad de las willis (Aymara Vasallo/Ivis Díaz) en su baile con el tempo preciso, y la frescura/perfección del danzar, en conjunto, de los jóvenes amigos: Yankiel Vázquez, Maikel Hernández, Adrián Masvidal y Manuel Verdecia. Todo ello es alentador, como ver los esfuerzos por mejorar —bastante— de la Orquesta Sinfónica del GTH Alicia Alonso, sobre todo viernes y sábado —no así el domingo donde hubo algunos desajustes—, que bajo la batuta del maestro Giovanni Duarte, cruza también con noveles valores que se necesitan para enriquecer, sonoramente, las puestas. El balance de la temporada dejó la alegría de ver cómo, cada cierto tiempo, reverdecen los frutos de una compañía emblemática que es también Cuba.


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