En una Muestra Joven donde están concursando 22 realizadoras de un total de 57 directores participantes —lo cual constituye un promedio bastante significativo—, no pueden faltar los conflictos de la mujer desde la mirada femenina en el género de ficción.
Los cortometrajes que quiero reseñar a continuación son una manifestación bien interesante de temas que están en la mira de las realizadoras nacionales en estos momentos, un caleidoscopio sobre lo que podríamos llamar un audiovisual femenino joven.
Las ventanas
Su directora, Maryulis Alfonso, es graduada en la especialidad de Edición en la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA, filial Camagüey). Ella ha participado en la Muestra Joven ICAIC desde su novena convocatoria.
Las ventanas cuenta la historia de Lucía, una mujer de cuarenta años, artesana, encerrada en su apartamento, donde casi se ha convertido en una esclava de su trabajo. Ella fabrica muñecas de barro que se convierten en una especie de su alter ego, en tanto reflejo de su inmovilidad. Mientras trabaja, sueña con un mundo donde pueda ser una mujer normal y para salir de su esclavitud llega a pensar en una forma radical de solucionar el problema.
Lo primero que llama la atención en Las ventanas es su relato, construido alrededor de un monólogo interior, solo cortado por la presencia y la plática invasora de la madre en el apartamento, único contacto prácticamente de Lucía con el mundo exterior. A través de esa forma narrativa, se van manifestando los anhelos de la protagonista.
Sin embargo, el elemento más destacable en la cinta es el concepto espacial sobre el cual se mueve toda la acción: el apartamento y sus ventanas. Esta locación crea una geografía que complementa perfectamente el mundo de la protagonista y su estado anímico, pues su ubicación en el edificio, sin vistas hacia el exterior, así como la propia colocación de las diferentes ventanas que posee (las cuales permiten observar las otras habitaciones de la casa), producen una especie de laberinto transparente, en el que se encuentra encerrada Laura, tanto desde el punto de vista físico como sentimental; pero, a su vez, le facilitan una visibilidad, a través de la cual controla todo lo que ocurre en ese espacio, sin moverse de su mesa de trabajo.
Dicha configuración territorial construye, en buena medida, la relación entre madre e hija desde el punto de vista de dominación de la primera sobre la segunda, y el distanciamiento frío que se establece entre ambas. De ahí, la importancia de la narración a través del monólogo, única vía que posee el espectador para conocer lo que piensa Laura. Pensamientos que se grafican, durante el texto, en otros lugares, ya sean exteriores al aire libre, o concebidos como escenografías, en las cuales se manifiestan sus sueños de una femineidad “normal”. Precisamente, esa concepción escenografiada de sus deseos le crean un sentido de falsedad, de algo que ya parece inalcanzable.
La narración de Las ventanas se va alternando entre este mundo imaginado por Laura y el accionar de la madre en la cocina, donde no deja de hablar, produciendo otra especie de monólogo, pues aunque está dirigido a su hija, nunca encuentra respuesta.
El desenlace del corto se produce cuando la madre se va. Lucía, mientas come un pedazo del pastel que le ha regalado ella, decide terminar con su esclavitud y atentar contra sí misma; pero una vez más es solo un ansia no cumplida. Nuestra protagonista ha perdido la fuerza para cambiar su mundo y solo se conforma con seguir escapando de él mediante las ventanas que se abren desde su interior. Mientras, colorea muñequitas seriadas hechas de barro.
El estreno
En este filme también se establece una relación entre madre e hija. Solo que, en esta ocasión, el punto de vista de la relación está desde la progenitora.
Tania tiene una cafetería y todos los días interrumpe su trabajo para llevarle el almuerzo a su hija Laura, quien está ensayando, como protagonista, Electra Garrigó (1959. Virgilio Piñera). Si en Las Ventanas, la madre era un ser explotador, en este cortometraje, el papel materno es de sobreprotectora: el único objetivo de vida de Tania es su hija.
La justificación de esta actitud se va construyendo por el entorno extradiegético y por pequeñas pistas que el propio diálogo va sembrando: el apellido de Laura es ruso; la condición de madre solitaria de Tania, sin compromiso; su labor como cuentapropista; las constantes noticias que se están escuchando en el televisor. Todo remite a una época pasada y un presente, así como a un grupo importantes de ausencias, que matizan la actitud materna como un ser de sacrificios, no totalmente feliz.
El conflicto, por tanto, está apoyado en la inseguridad que rodea a la protagonista y su deseo de que todo salga bien, para que su hija encuentre la felicidad no alcanzada por ella.
Al contrario del texto audiovisual comentado arriba, la relación intrafamiliar no es distanciada, sino de mucho cariño e intentos de encontrar puntos de comunicación en los momentos de desencuentro.
Cuando al fin se produce el debut de la obra, Tania comprende que tanto esfuerzo y cuidado no le devuelve la tranquilidad ansiada. Sentimiento transmitido en un último plano en que la vemos solitaria, alejada de su hija triunfante con una expresión casi triste en su rostro.
Ana A. Alpízar, la realizadora de El estreno, es graduada de dirección de la FAMCA en La Habana. En la Muestra Joven pasada compitió con Tiempo de partir, un cortometraje que, al igual que este, abordó un conflicto desde el interior de la familia. En ambos filmes ha demostrado un buen dominio de la narración clásica, correcta tanto en la puesta en escena como en la dirección de actores.
Ida y vuelta
Esta obra también se mueve dentro de los problemas familiares, pero esta vez, desde el egoísmo que puede existir en un núcleo de este tipo cuando predomina el confort material sobre el espiritual. Al igual que los cortometrajes anteriores, el centro del conflicto es la hija.
Susana es recibida por sus padres de regreso de un viaje al extranjero. Todo se ha preparado en la casa para recibirla. Durante la comida, ella manifiesta su interés por no regresar, lo cual, por supuesto, crea malestar entre su gente que ve amenazado su confort por la decisión. Como respuesta a la actitud de su familia, Susana abandona su casa y vuelve al verdadero lugar desde donde había viajado: una especie de prostíbulo.
Ida y vuelta es otro de los ejercicios de tres minutos, concursantes en la actual Muestra, realizados el curso pasado por los alumnos de segundo año de la FAMCA. Su directora, Jessica Franca, es graduada de la Escuela Nacional de Arte (ENA) y cursa en la actualidad la especialidad de fotografía en esa Facultad del Instituto Superior de Arte (ISA).
El cortometraje basa su efectividad narrativa en su punto de giro final, completamente inesperado, y en toda las expectativas creadas por un universo diegético que condiciona el comportamiento de los personajes ante una realidad determinada, vinculadas, en este caso, con las gratificaciones que significan, en la sociedad cubana, tener un familiar en el extranjero.
Pas de deux
Esta obra también pertenece, en guión y realización, a Jessica Franca. Su temática ya no está en los problemas intrafamiliares, sino que aborda las relaciones entre dos mujeres. Tiene en cierta medida relación con su cortometraje Ida y vuelta. En lo temático, el precio que a veces hay que pagar por el éxito, cuando este no proviene de cualidades o circunstancias naturales. La producción del relato utiliza una historia contada de manera lineal, que todo el tiempo conduce al espectador a sorprenderse con el desenlace.
Solo que en esta obra, el nivel de sugerencia está mejor logrado, pues los tropiezos de Ana dentro de la compañía de ballet son marcados por una voz en off que continuamente pone reparos a su desempeño, mientras que la figura de su coreógrafa es tratada a contraluz y en un plano general, como una especie de amenaza a los esfuerzos y resultados de la bailarina.
También contribuye a prepararnos para lo que ocurrirá al final, la selección de la actriz, pues la protagonista no es exactamente un modelo físico de lo que esperamos de una bailarina. Por eso, cuando regresa de la presentación de la obra con un ramo de flores, todos pensamos que ha triunfado por su perseverancia. Sin embargo, el próximo plano, de una fuerza expresiva muy bien lograda, resume todo lo que nos ha estado sugiriendo la cinta en su breve tiempo de siete minutos de duración. La escena, de forma bastante explícita, explica cuál es el precio que la coreógrafa ha estado cobrando para el éxito de Ana.
Con estos dos cortometrajes, Jessica Franca muestra muy buenas credenciales como realizadora, debido al buen uso de las estructuras narrativas. Aún le queda camino por andar; pero debe ser de las jóvenes que hay que tener presente en próximas muestras, en las cuales esperemos, combine su gusto por la fotografía con la dirección.
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