Las páginas ocultas de Radamés Giro (II parte y final)


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Radamés Giró

Hemos superado, hablando de imperfecciones, la polémica sobre el libro de Alejo Carpentier La música en Cuba. ¿Quién tiene razón Alejo o Alberto Muguercia?

Me alegra que toques ese tema. Toda investigación parte de las fuentes que tú consultas, no se puede ir más allá de las fuentes de que dispones. Y eso determina el nivel de investigación. En el caso de la música, las bases para investigar cuando Alejo escribe su libro eran mínimas, él parte de lo que existía. Que está novelado. Alejo era un novelista.

Muguercia fue utilizado, sin sentido, y se dejó utilizar. Parte de las mismas fuentes y no propone un punto de vista nuevo ni diferente sobre el asunto en cuestión. Además de que se debe ser serio. Mi opinión es que el famoso Son de La Má Teodora es una asignatura pendiente; hasta que aparezcan nuevas fuentes.

Pero la polémica es más que eso, porque está la que sostuvo Alejo sobre el mismo tema con Edgardo Martín, que era otra cosa. Una polémica de alto vuelo, sin manipulaciones ni alusiones personales —que es algo que debemos superar—; es un intercambio de puntos de vista, basado en argumentos inteligentes.

Esa era una gran virtud de Helio, él defendía su punto de vista, soltaba su criterio y al diablo. Resumiendo, hoy no se puede escribir la historia de la música cubana de los últimos cincuenta años sin estudiar su obra, sin considerar sus aportes. Y es hora de que se agrupe toda su obra dispersa y se publique como un cuerpo. Lo mismo pasa con la obra de Leonardo Acosta.

Pero La música en Cuba de Alejo es un punto de partida; una cita obligada como lo son los libros de Fernando Ortiz.

Ahora que mencionas a Leonardo; él además de estudioso vivió también la música cubana desde adentro. ¿Cómo lo sitúa Radamés en la musicología cubana?

Me alegra tanto que le hayan dado junto a Sergio Vitier el Premio Nacional de Música; te digo que son dos gigantes de la música. Leonardo es un músico reconocido y antes de escritor, es músico. Pero Leo es un ensayista y un prosista de altura y no creo que haya hoy en Cuba un musicólogo que tenga esa capacidad, además de la cultura que posee. Es muy fuerte su vivencia. Es capaz de ensamblar épocas, contextos, circunstancias de una manera genial, con una capacidad para contar que llega a todos los públicos. Ahí están sus libros, algunos no valorados ni analizados suficientemente. Ahí está su visión sobre el jazz y su paso de Estados Unidos a Cuba y la simultaneidad de su origen; y las interinfluencias. Y con un nivel teórico indiscutible. Pero están sus otros libros. Los aportes de Leonardo hay que comenzar a valorarlos ya.

Pero la academia no los reconoce como tal; a los dos.

Problema de la academia, se lo están perdiendo, hay que ver qué consideran ellos lo que es un musicólogo. Mira creo que los musicólogos en Cuba confunden estudios musicales con estudios científicos, y todo está en las fuentes. Si estudios de armonía y contrapunto son ciencia, entonces estamos ante una confusión; porque si hay rigor en la investigación, en el manejo de las fuentes, entonces se está ante un trabajo que tiene base científica. Lo que sucede es que leer notas y saber solfear no te hace músico. Leer bolitas no te hace músico. Mario Bauza decía que “los músicos cubanos leen de oído”.

Hay otro problema y es el rigor del estudio y el nivel alcanzado. No es el mismo nivel el de Chapottín que el de Chocolate Armenteros, que el de Varona o el de Sandoval; pero no se puede estudiar la trompeta en Cuba sin Chapottín. Quieres un ejemplo: el solo de trompeta que hace  Florecita en Convergencia es obligado para cualquier versión; si no se repite ese solo el tema suena hueco. Ese solo es un clásico.

A nuestra musicología le falta la música; la ciencia debe estar en analizar los fenómenos tal y como ocurren, analizar los segmentos sociales, las influencias, y eso hacerlo potable, es pura sociología en función de la música. Hay que escribir para el común de los mortales; no quiere decir que se escriba de una manera, pero hay que trascender. El ejemplo es Fernando Ortiz, está el caso de Argeliers León con El canto y el tiempo que es lectura obligada. La musicología la hace la obra. Se debe escribir para el ahora y el futuro y se debe escribir pensando en que la sociedad es diversa y que está segmentada. Ese es mi criterio.

En los años noventa proliferaron las revistas de música y tú dirigiste una de ellas. Un buen día desaparecieron. Son necesarias esas revistas hoy en día ¿cómo las valora Radamés?

Hace muchos años dije que necesitábamos tener al menos doce revistas de música. Hay gente a la que le preocupa que haya muchas revistas literarias, me parece que es justo que hayan unas cuantas; lo mismo pensé y pienso de las de música.

Estaba Clave, Tropicana Internacional, Salsa Cubana, la Revista de Música de la UNEAC y Musicalia Dos. Cada una con un segmento definido. Tropicana dirigida a un sector muy amplio, que debía mejorar sus artículos, correcto, pero era una revista masiva. Salsa Cubana era un poco más elitista, dirigida a un segmento de público más intelectual pero sin petulancia; en el caso de Clave sabemos que es la revista de la élite pero que no pasa nada con ella; y con Musicalia pretendíamos, digo esto porque yo la dirigí, recuperar una tradición. La más lamentable era la Revista de Música de la UNEAC que estaba perdida, no tenía definido ni su perfil ni sus contenidos. Lo otro es el nivel con que se escribe en cada revista, porque va dirigida a diversos públicos. Hay otra publicación, muy rigurosa, y coherente, que es el Boletín de Música de Casa de las Américas, que tiene definidos sus objetivos y me parece que es el mejor.

La desaparición de esas revistas trajo como consecuencia un desfase informativo y de promoción que ha generado un vacío enorme en la cultura musical cubana. Por la ausencia de revistas y otras fuentes no se pueden tener referencias ni se puede analizar coherentemente un período como los años sesenta, para citarte un caso.

Antes había mencionado a Helio y a Leonardo; pero disculpa que haya olvidado los estudios de Cristóbal Díaz Ayala.

Es el otro lado de la moneda. Cristóbal ha sido incomprendido y vilipendiado por muchos, injustamente, el solo hecho de escribir una obra monumental como Historia de la discografía cubana, ya es más que suficiente para reconocerle. Superar esa obra o intentar igualarla es muy difícil. Ahí está toda la historia, sin ocultar las fuentes fundamentales. Es un libro importante. Igual que Oh, Cuba hermosa, que es una historia de la canción política cubana hasta 1959, en dos tomos y con todas las letras de las canciones.

Pero además de Cristóbal hay otras personas han aportado a los estudios sobre música cubana, sin estar graduadas de nada y haciendo hablar a la historia, a los documentos. Como mismo hizo Zoila Lapique con el siglo XIX. Ella logró que los documentos hablaran, les dio vida, al igual que los estudios de Pablo Hernández Balaguer. Esos son otros dos nombres tan relevantes como los otros.

Hablemos de preferencias y referencias musicales. Pasemos por los años setenta y ochenta y a fenómenos como el “elitismo” que se le quiso imponer a la música popular cubana en determinado momento; la llegada de Irakere y de Van Van y otros tantos acontecimientos. ¿Qué piensa Radamés al respecto?

Vamos por orden de acontecimientos. Lo primero que tengo que decir es que Van Van fue un suceso e Irakere fue el otro gran suceso. Esos son acontecimientos insoslayables. Pero permite que te exprese mis criterios.

Yo no sé si tú recuerdas que cuando Brezhniev y Fidel van a inaugurar la escuela Lenin se organizó una actividad cultural y qué grupo estaba ahí: Irakere; y qué tocó, sencillo: Bacalao con pan. Y déjame decirte que aquel bacalao con pan, en aquel lugar y en aquel contexto con aquellos personajes, sonó espectacular, riquísimo, se cayó aquello, fue la felicidad. Fue una osadía de Chucho y sus músicos, y ello abrió un camino nuevo en tiempos en que el elitismo y cierto refinamiento, que no eran tal, intentaban campear por su respeto.

Mira, Bacalao con pan puede ser tan rico para escuchar, y alguien me querrá colgar por hereje, como una suite de Bach; ah lo que ocurre que cada cosa en su contexto. Uno es para bailar, para gozar, y el otro me permite reflexionar o simplemente relajarme.

Volviendo a Van Van, cuando empieza a sonar hay una cosa muy curiosa que yo siempre he dicho: las modas bailables las impone el bailador; ninguna orquesta, ningún director dice “voy a crear esto para que la gente baile y me siga”. Eso no existe.

Ocurre, que hay una música que prende en los bailadores, que a fin de cuentas son los que determinan. Cuál es el mérito de Formell: que él se dio cuenta de que un fenómeno que podía pegar era el trabajo con la crónica social, y ahí comenzó a levantar hasta hoy.

Chucho es otro caso distinto, me refiero a Irakere. Chucho es un músico integral, no es ni jazzista, ni sonero, ni clásico, es integral, con una elaboración enorme. Hablo de la concepción de la música. Escucha las cosas que escribió para los metales, para el bajo de Carlos del Puerto. Eso mismo llega después con NG la Banda.

Te digo también que hubo fenómenos musicales como el pilón, el simalé y otros, pero esos fueron notas de paso. No tuvieron el mismo arraigo del Mozambique, con sus temas en contra, desde musicales hasta raciales. Hubo quien dijo que eso no era nada más que música de negros y que no tenía motivos para poner a dos o tres rubias a bailar aquella conga, que no era un género ¾cosa esta última que es cierta¾; pero la genialidad de Pello está en que impone un ritmo y crea una forma de bailarlo; algo que pocas veces ocurre en la música popular.

Mira, los años entre el 59 y el 75 fueron muy complejos, en todos los sentidos. Aquí se prohibía prácticamente todo. A quién se le ocurre hacer un salón de pintura con todas esas obras que eran desconocidas, lo mismo que con los pintores abstractos, y qué te digo de la literatura. Recuerdas Mayo del 68.

A mi juicio una cosa buena de aquellos años, donde intentó primar el elitismo, aunque la gente no lo ve así, fue el desarrollo de la literatura policiaca cubana. Esos autores un poco salvaron la honrilla. Hay quien dijo que eso era subliteratura. Pero no conozco a nadie que vaya en una guagua leyendo el Ulises de Joyce, o La cartuja de Parma, ni el Quijote, eso es mentira; a nadie se le ocurre eso. Y la gente leía. Eso no es malo.

Esos son fenómenos populares que hay que atender y el elitismo siempre ha sido muy negativo para la cultura en general.

Esa visión elitista de la música ¿en qué benefició o perjudicó?

A la música culta la benefició en un sentido porque desarrolló a los músicos que se fueron graduando y que sustituyeron a los profesores extranjeros. Pero a la música popular sí le hizo mucho daño. Yo recuerdo una frase que oí a comienzos de los sesenta —te la repito literal— que decía: “el Filin es una música de un grupo de negros vaciladores…”. Lo peor es que fue dicha por un negro.

Esas son cosas complejas porque te habla de un sector que ya no quería estar en un grupo y quería pasar a otro grupo. Querían ser más “fisnos que nadie”; ya no iban a la Tropical sino a los conciertos del Amadeo Roldán.

Los conciertos de la música de vanguardia se llenaban o no se llenaban; ahí tú podías por la forma de vestirse de las personas sacar los sectores sociales a los que pertenecían. Después las cosas se relajaron y la gente iba en chancleta y en camisa, haciendo justicia a la Nueva Trova y a Leo Brower que dejó de usar el frac de director.

Pero fue una época compleja. Muy compleja. De homofobia, de racismo mutuo, de unos para otros, de muchos fenómenos que deben ser estudiados para comprender aquel período.

Entonces llegamos al Radamés editor.

Ya es tiempo. Mi carrera como editor empieza en el año 69, cuando salgo de la ENA y voy para el Instituto del Libro (ICL) para fundar una editorial de música; una editorial que tuvo un consejo asesor integrado por ilustres nombres de la música cubana, que incluso definieron una política de cómo debía ser esa editorial. Una documentación preciosa.

Aquello no prosperó, pero antes de editar un libro estuve un año preparándome para enfrentar esa tarea; porque yo no sabía qué era editar un libro. Y Mirta Rosell, que dirigía el departamento de catálogo del ICL, me hacía llegar todos los libros de música que entraban.

Pero también tuve la ayuda de Rigoberto Monzón, que fue editor del fondo de Cultura Económica de México; trabajé con Federico Álvarez —le decíamos el hombre pleno por la cultura tan vasta que tenía y por su modestia—, que fue quien me definió como editor de campo, según él por mis ideas y mis inquietudes.

El primer libro que publiqué fue el Diccionario Oxford de la Música; con el permiso de su autor y sus editores. Después comienzan a salir los libros de Argeliers, de Herena Hernández, de María Teresa Linares, y otros que constituyen clásicos para entender la historia musical de Cuba. También publiqué títulos sobre la música y los músicos ya con carácter más universal; algunos constituyen su primera edición al español.

Ser editor es un trabajo que me ha dado grandes satisfacciones y muchos dolores de cabeza, porque he tenido que lidiar con gente que no ha sido capaz de ver la importancia de este tipo de literatura. Hoy por suerte son muchas las editoriales que ya publican libros sobre música. Pero aquellos primeros tiempos fueron duros.

Tuve la suerte de contar con el apoyo de gente como Miguel Rodríguez que es a quien debo ser hoy editor, Pablo Pacheco, Wichy Nogueras que trabajó conmigo. Y tuve la suerte, nuevamente, de comenzar a editar los primeros libros con Pueblo y Educación y muchos de esos libros estaban en las propuestas de aquel consejo asesor que preparó la visión de la editorial. Entonces logré una parte de aquel sueño, que fue publicar libros lo mismo para la enseñanza artística que para profundizar en la cultura sobre estos temas. Ese es un resumen de esta historia, que es mucho más larga y compleja.

La enciclopedia es tu obra cumbre como investigador. La consideras completa.

Para nada. Ha sido casi más de la mitad de mi vida preparándola, organizando datos, cotejando fichas e información. Años compartidos editando libros que han contribuido a que esta obra encuentre un primer final; fíjate que te digo un primer final.

Es una obra perfectible, tanto, que estoy ampliando algunas fichas e incorporando nuevas. Pero era necesario hacer una primera edición y para ello acudí a Isabel González Santos para que me ayudara.

Una enciclopedia es una obra infinita, pero quien o quienes la hacen tienen un tiempo vital que es un ciclo, tal y como ocurre en las investigaciones. Personalmente creo que he aportado una fuente más para que se profundice en los estudios sobre nuestra música.

¿Qué ha frenado la trascendencia de una parte importante de esos libros que tú has publicado?

El talón de Aquiles de esos libros es que solo han salido en español. Si existieran traducciones al inglés o a otros idiomas, fuéramos la vanguardia en esos estudios. Es hora de traducir todos los libros de Fernando Ortiz, de Leonardo Acosta y otros. Entonces esos libros caminarían por el mundo, y uno de aquellos objetivos trazados en el año 69, cuando soñábamos la editorial, se cumpliría.

Quisiera terminar con una relación de nombres de personalidades y amigos y que me los definieras. Amado Borcelá, conocido por “Guapachá”.

La ricura. Era un show. No conozco a alguien que disfrutara tanto lo que hacía como Guapachá.

Carlos Emilio Morales.

La perfección en la digitación de la guitarra y en la imaginación armónica. Muy músico.

Sergio Vitier.

Todo un personaje. Pero te lo defino de la siguiente manera: un gran músico y el mejor amigo.

Silvana Garriga.

Una personalidad propia y la perfección en el trabajo de edición.

Frank Emilio Flin.

El sabor y la cubania. No conozco a un pianista que domine con tanta independencia una mano sobre otra a la hora de ejecutar Mondongo, Sandunga y Gandinga. No me explico cómo pudo hacer lo que hizo. Hay que oírlo con los danzones.

Oscar Valdés; “el abuelo reloj”.

No he visto una persona que sabiendo su grandeza, su talante, se proyecte con mayor modestia y humildad.

Eres parte de una familia de músicos y trovadores santiagueros. Si mañana debes dejar la edición y volver a la guitarra a quién acompañarías.

Dos cosas. Soy parte de una familia que incluye a los Almenares y a los Calzados, somos primos y eso me enorgullece, a ese tronco fundamental debo lo que soy hoy.

Lo segundo tiene una respuesta complicada. Me hubiera gustado acompañar a Elena, era perfecta en muchas cosas, ya no está por desgracia. Pudiera ser a Omara; pero me gusta el timbre de voz de Rachel Valladares, tiene un talento a toda prueba y un dominio para la música cubana.

¿Cuál es el tema musical cubano que más conmueve a Radamés Giro?

Son tantos que se atropellan. Pero sin pensar te digo que Llanto de luna, cantado por Fernando Álvarez acompañado por el conjunto Casino, y el otro es una obra de César llamada Amor es eso.

He vivido lo suficiente para escucharlos, los dos, en diversas versiones y sentirme complacido.


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