LAS PINTURAS DE EDUARDO RUBÉN: Al filo del primer cuarto del siglo XXI
El panorama de exhibiciones de arte cubano contemporáneo es verdaderamente dinámico, pese a la situación que vive el país que, en general, está signada por dificultades de todo tipo y que bien sabemos halla su reflejo tanto en la vida cotidiana del cubano como en los imaginarios sociales y por supuesto en la cultura toda.
Con sistematicidad se inauguran muestras colectivas y personales en galerías y museos, sin embargo, respecto a la crítica, aún son tiempos demasiado recientes como para revelar un análisis exhaustivo que, lógicamente, tras la futura distancia histórica, luego será aportado de modo más abarcador y profundo.
Para aquellos que hemos seguido de cerca, desde nuestra especialización, las últimas tres décadas de la producción artística cubana (no nos referimos por supuesto, a asumirla en su totalidad, lo cual es prácticamente imposible); para nosotros, reitero, la labor investigativa continúa siendo tan seductora como desafiante. Y es que la crítica de arte, a través de la escritura e investigación de determinados autores, se adentra de forma nada edulcorada en las prácticas artísticas de hoy, sin dejar, al mismo tiempo ―aún cuando sea muy reciente su mirada—, de reflexionar sobre el entorno donde esos artistas y sus producciones se realizan.
Pese a lo que muchos pudiesen considerar, incluso desde fuera de la Isla, tal y como decía al inicio, hay una activa producción de exposiciones de artes visuales en la capital, trabajadas por especialistas, algunos de vasta experiencia. Entre estas muestras, quisiera resaltar casi a mediados de este 2023 la exposición personal titulada «Eduardo Rubén, pinturas 2018-2022» en la Galería Artis 718.
No se trata de un artista joven, precisamente. Eduardo Rubén García Herrera es un creador con una sólida trayectoria, ya prestigiada por la propia crítica y los curadores del país. Pertenece a una promoción que da a conocer su quehacer en los ochenta y continúa su plena evolución, así como ya estable reconocimiento en la década siguiente y hasta hoy.
En sus pinturas Eduardo Rubén revela todo un universo de subjetividades en conflicto, de psicologías sociales en sus más agudos desgastes y resiliencias, de mundos espirituales sesgados por el afán del sostenimiento de ilusiones que pugnan entre las desesperanzas: Elementos todos de gran densidad expresiva que el artista logra transmitir mediante curiosos personajes que arma con fragmentos de ruinas, cuya estructura corporal ha sido conformada por alambres y estructuras de hormigón. Ruinas que pudieron quedar en algún sitio o zona de la ciudad. Asimismo el artista ha reforzado con los títulos esos rudos personajes en piedra, conformando una dramaturgia muy peculiar en la que los «actores» de cemento, acero u hormigón, se interrelacionan de forma teatral.
Lo realmente curioso es cómo ese diálogo o monólogo de las figuras rearmadas con restos que quedaron de alguna olvidada edificación, enhebran, para el espectador, referencias históricas, sociales y espirituales del siglo XXI. Así la exposición pudiera verse, también, en la multiplicidad de escenas variadas de esas figuras inexistentes, pero vívidas en su pintura, cual metarrelato escenificado y alusivo a las crisis.
Me atrevo a afirmar que, de las muestras personales de este año es, sin duda, una de las más sugerentes. Aunque el arco de la exposición es el quinquenio entre 2018 y 2022, la exhibición personal tiene sus antecedentes en obras que expuso el artista en el 2012 en la XI Bienal de La Habana.
Y tras esta lograda figuración en blancos, negros y sepias, o sea un cromatismo en su pintura que nos «habla alto» de la inclemencia o severidad de las problemáticas que subyacen tras las imágenes, asimismo late, por momentos, una cierta gracia en los «actores» pintados que se mueven desde la rudeza del metal y la piedra corroídos. Finalmente, pero no menos importante, todo ello sin duda permite un equilibrio dramático imprescindible en una serie de obras donde se explicita la crudeza del material (que Eduardo Rubén fotografiara antes en algún sitio de la capital) y que llevara al lienzo con imaginación después.
Es por tanto, una exhibición personal donde se observa la espesa condensación de significados abordados de forma original, en tiempos en que este adjetivo ha sido muy cuestionado por artistas, teóricos y estetas.
Nadie ha definido hasta hoy esa «originalidad» mejor que Nelson Herrera Ysla cuando, al rememorar el camino trazado por el artista, este crítico de arte y curador asegura: «Sus oscilaciones entre el arte óptico, la abstracción y una representación geométrica de fundamentos arquitectónicos, seguramente provocaban tanta perplejidad como asombro entre sus contemporáneos: ¿cómo y dónde ubicarlo? Su poética es única, incontaminada, desmarcada de los caminos que otros escogen con fervor casi militante…» y a continuación cita, a modo de ejemplo, a grandes artistas del siglo XX en Cuba.
En otro orden, considero que existe una coherencia formal con toda su obra anterior en esta exhibición. Eduardo Rubén se formó como arquitecto y casi inmediatamente se desarrolló después en distintas manifestaciones, máxime en la pintura y la fotografía, donde también se revela como una constante aquella otrora formación en la arquitectura y el diseño.
Su obra revela, además, cultivadas asimilaciones de las vanguardias del siglo XX, a la vez que manifiesta una fuerte adhesión a principios formales y conceptuales que delinean una personalidad armoniosa de la que resalta su austera disciplina dedicada a la creación misma. De paso, esa sobriedad existencial no frena el nacimiento de un imaginario propio que ha bordado, con sumo cuidado, de sutilezas compositivas, cromáticas, geométricas, de diseño, cinéticas, entre otras.
Entrar a esos pasajes visuales de Eduardo Rubén es algo así como la distopía de vivenciar ordenados, exactos, sistemáticos multiversos donde, no obstante, solemos extraviarnos en nuestro afán por descubrir el inicio y la salida.
La muestra en Galería Artis 718, ubicada en 7ma y 18 continuará abierta toda esta semana.
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