El 24 de octubre pasado —en la efeméride del 64 aniversario del inicio de las transmisiones de televisión en Cuba— se clausuró nuestra Convención de Radio y Televisión donde concurrieron especialistas, expertos y académicos provenientes de más de treinta naciones.
Así, paulatinamente, se consolida en La Habana, un escenario de gran importancia para la radiodifusión de servicio público donde se aúnan la exposición y feria comercial de productos, la muestra audiovisual que exhibe diversos géneros de programas televisivos en variados escenarios cinematográficos capitalinos, el evento científico y las diversas actividades nacionales que cada año generan la radio y la televisión nacionales: los Premios Nacionales de cada sistema y la entrega de premios a diversas categorías creativas de los proyectos presentados en el concurso de programas televisivos y radiales emitidos por las emisoras de nuestro Instituto.
El evento científico que tuvo por lema: “La influencia de los productos radiales y televisivos de alta demanda en la formación de valores y en la defensa por la paz”, no podía ignorar a la telenovela.
A propósito de la producción autóctona quiero destacar el panel “Producción de series y telenovelas”, moderado por Alfredo Calderón —Director de la Casa Productora de Telenovelas del Instituto Cubano de la Radio y la Televisión cubanas— quien en unión de investigadores, realizadores, periodistas y una concurrida y fiel audiencia, debatió sobre estas.
Antes de compartir con ustedes mi acercamiento a sus interrogantes, permítanme realizar un bojeo por la historia de lo que hoy conocemos como telenovela.
Este octubre de 2014, se celebró el 62 aniversario de la difusión del primer espacio habitual de las telenovelas en la pantalla cubana y en Iberoamérica.
La novela en televisión, espacio difundido por CMQ TV (Canal 6) durante un semestre, estrenó cinco relatos escritos expresamente para el video por Mario Barral López; poeta, dramaturgo, publicista, locutor, guionista, productor y director radial-televisivo- cinematográfico; quien también dirigió su puesta en escena.
Este hombre polifacético pertenecía a una familia de artistas y de hombres vinculados al teatro y a la radio: su hermano Francisco; o a la radio, el espectáculo y el periodismo impreso: como su fraterno Germinal, el famoso Don Galaor. Mario, uno de los hijos menores, no fue segundo en nada; por el contrario, deviene personalidad de los ámbitos electrónicos en Cuba y en Estados Unidos.
Aunque bastarían sus aportes a la cultura y a los medios de comunicación cubanos, Mario Barral pasa a la historia de la radiodifusión en América como el creador en La Habana del formato episódico de la novela televisiva de frecuencia máxima durante toda la semana —la primera del video regional—, que ayudará a consolidar las audiencias de la televisión. Por coincidencia histórica, también inaugurará a inicios de los años 60 del siglo pasado, en Estados Unidos, la primera telenovela en habla hispana realizada y difundida en Norteamérica: Santa Bárbara, la que también escribe y dirige.
Entre 1952-1960, Cuba gesta y forja un modelo dramatúrgico de telenovela latina inspirado en nuestra radionovela, que se sustenta en la historia de amor y en las esencias del romanticismo, el melodrama y el folletín europeos; que se aleja de su predecesora, la soap opera anglosajona. Por sus identidades y sensibilidades culturales comunes se esparció de inmediato por América Latina y, finalmente se posicionó en el propio Estados Unidos, donde compite desde entonces, de tu a tú, con la soap opera anglosajona y se afianza en otros continentes de culturas ajenas a nuestras raíces históricas, donde ya genera la producción autóctona.
En menos de un decenio de televisión comercial, en el competitivo sistema audiovisual habanero, la mayoría de sus televisoras experimentaron sucesivamente la diversificación de las fuentes de estos relatos: a los originales televisivos se sumaron argumentos exitosos provenientes del teatro, la literatura, la poesía, el cine y la radionovela nacionales donde la historia de amor central se desarrollaba en ambientes geográficos, sociales e históricos variados y aparecían múltiples problemáticas sociales.
El entorno de estos dramas amorosos iban desde los citadinos (Mario Barral), los rurales (Dora Alonso), los exóticos países orientales (Caridad Bravo Adams y Delia Fiallo), aquellos que destacaban conflictos bélicos históricos como la Guerra de Independencia (Historia de tres hermanas, de Mercedes Antón) y algunas que dieron prioridad a las temáticas pro-sociales, como Mi apellido es Valdés, de Roberto Garriga.
Vale apuntar que pese a sus objetivos de entretenimiento, la telenovela formada en la radiodifusión comercial cubana no fue —como piensan muchos—, solo “novela rosa”. En ella fue habitual la inserción de conflictos humanos reales y el reflejo de grandes problemáticas sociales que se volcaban a los formatos unitarios de diversos géneros o a las telenovelas episódicas.
En La Habana se ensayaron todas las frecuencias de transmisión, múltiples horarios y diversos tiempos de duración y cantidad de capítulos.
Al triunfo de la Revolución, la transformación de nuestra sociedad y de nuestra radiodifusión generó el abandono de este modelo de telenovelas. En su lugar, durante varias décadas, se emitieron versiones de novelas literarias clásicas —cubanas o universales— que en coordinación con los planes de estudio del Ministerio de Educación amplificaron el universo cultural de todos los cubanos con memorables y excelentes adaptaciones audiovisuales.
En ese entorno, Aleyda Amaya —guionista de radionovelas y de telenovelas en la etapa precedente— escribió relatos originales para el espacio Horizontes, donde crea una nueva modalidad de telenovela pro-social que inaugura la estructura en dos bloques donde el relato y los protagonistas transcurren en dos momentos temporales: antes y después de la Revolución.
Indudablemente, el espacio Horizontes de Amaya —por casi veinte años, desde mediados de los años sesenta del pasado siglo— desarrolló y consolidó una vertiente que prescinde de los principales códigos dramatúrgicos simbólicos y ejes narrativos de las radio-telenovelas escritas en nuestra radiodifusión desde los años cuarenta del siglo XX; es decir; los románticos, melodramáticos y folletinescos.
Además de combinar la narración lineal con la retrospectiva, Horizontes aplica un estilo naturalista en la manera de contar la historia que se acerca a la tendencia artística del realismo socialista; donde los ambientes y situaciones laborales y comunitarias suplantan a la familia y la historia de amor central —hasta entonces estructurada alrededor de una pareja protagónica— da paso al protagonismo colectivo.
Paradójicamente, hubo que esperar varias décadas para que una producción latinoamericana —que se había apropiado del modelo de telenovelas creado en Cuba— retornara a Cuba esos códigos y esencias, marcando otro momento histórico de las telenovelas.
La difusión en Cuba durante 1985 de la telenovela brasileña La esclava Isaura, de TV GLOBO, desencadena un fenómeno comunicativo comparable con el impacto que en 1948 tuvo El derecho de nacer, de Félix B. Caignet; inolvidable en la radiodifusión y la sociedad cubanas.
De inmediato, Roberto Garriga —quien en sus inicios se había formado como guionista de radionovelas y telenovelas tradicionales y ya era un verdadero maestro de la dramaturgia mediática nacional— respondió a la “invasión” brasileña con las mismas herramientas que originalmente las cubanas habían aplicado en el diseño de su modelo.
En un proceso acelerado pero eficaz, la televisión cubana estrenó la versión de Garriga de la añeja radionovela Sol de batey —original de la escritora Dora Alonso— que también narraba episodios de la cruel esclavitud africana en nuestro país. Con ella, reprodujo el impacto comunicativo generado poco antes en Cuba por el romance sudamericano y marcó un punto de giro en los códigos a utilizar en nuestra producción de telenovelas.
Entre las obras que en lo adelante retoman con fidelidad los códigos clásicos de las telenovelas surgidas en 1952 se destaca Pasión y prejuicio, escrita y dirigida por Eduardo Macías; donde se refleja otro momento de nuestra historia patria, la denominada República.
Desde entonces, algunos guionistas y directores que participan en la producción del género en Cuba, retoman algunos recursos expresivos clásicos de la radio-telenovela cubana, aunque en sentido general se observa una marcada tendencia a consolidar un modelo que, aunque incluye algunos de ellos, no acaba de cuajar porque prioriza las esencias y prácticas del formato de serie, consolidado primero en Norteamérica y luego en América Latina. Así las cosas, este híbrido no es serie ni telenovela.
Les prometo, en otro momento, intentar responder las interrogantes centrales del panel sobre las telenovelas celebrado en el evento teórico de la última Convención Internacional de Radio y Televisión Cubana, donde se plantearon hasta otro encuentro, estas preguntas:
¿Qué telenovelas hacemos?
¿Qué telenovelas queremos hacer?
¿Qué telenovelas podemos hacer?
Les aseguro que queda mucho por comentar sobre las telenovelas cubanas.
Deje un comentario