El premio de poesía “Nicolás Guillén” del 2015 recayó en Alberto Marrero y su enjundioso libro Las tentativas.
El jurado, experto, supo ver lo que nosotros veíamos signando, sobre la distinción de este poeta que cada vez se desmarcaba más del conjunto, afirmando singularidad con ahínco y plenitud ilimitados.
No hay defraudación. Él se remite a cánones realmente culturales y responde por toda la gleba contemporánea, haciendo experimentaciones de diverso rango, pero siempre para beneficio de la poesía.
Lleno de intimidades, como José Martí quería, capta el instante de lo bello, y lo dispone para la cotidianeidad.
Marrero no es, en manera alguna, superfluo, y se distancia del facilismo escritural.
Teniendo algo de Rilke, él se emociona con las cosas y los objetos menos perceptibles en los costados de la realidad. Inmerso en su afán de especular, logra el tema, y siempre cierra la historia que comienza.
El ditirambo parece banal, pero él le pone, o extrae, la tercera dimensión de los sustratos, para ver ese aspecto novedoso del quehacer humano con el que defiende su código poético.
Profundamente analítico, no deja escapar, en sus captaciones, la médula del ser humano.
Viajero incansable, este poeta también intenta la narrativa en la que, en diapasón distinto, emite un cosmos catedrálico para la observación de las emociones.
Tiene Las tentativas, el rigor diplomado de una aventura como poesía de facto. Hecha por la imprescindible necesidad de escribir, no hay fatuidad, ni cencerros de burros en su alacena.
Escrituralmente está a la altura de los de sentido mayor en la poiesis cubana.
Ya no esperamos, sino sabemos, que Alberto Marrero, como el Jonás bíblico, si permanece en el vientre de la ballena es porque crea para salir victorioso en cada nuevo libro, como este maravilloso del “Guillén”.
Para Las tentativas los mejores augurios.
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