El folklorista Lázaro Ross nació más de una vez, hasta encontrar su sol. Vino al mundo el 11 de Mayo de 1925 en la humilde barriada de Santos Suárez, del actual municipio de Diez de Octubre. Tuvo que empezar a trabajar desde los once años, como repartidor de leche. A pesar de que su familia era fiel a la religión católica, desde niño Lázaro “tiró pa´l monte”. Se escapaba y se metía en las fiestas de santos que celebraban sus vecinos. A partir de los 13 años ya cantaba en festividades de la capital y de Matanzas.Aprendió los primeros cantos con Otilia Mantecón, una de las más reconocidas sacerdotisas de la Regla de Ocha.
Sin embargo, contó, sus primeras incursiones en la música las había dado en la Coral de los Padres Salesianos, en la iglesia católica de Diez de Octubre y Carmen, en la Víbora, donde lo habían bautizado. “Allí canté yo el Ave María. Esas eran grandes escuelas, tenían unas dos aulas para los pobres negros. Los que tenían buenas voces los cogían para cantar en el coro”.
Como Ocha Niwe (santo de la manigua) nació el 21 de noviembre de 1950. Se iniciaba en la santería siguiendo los consejos de Apolinar González, por mediación de Ochún Yemí. Aunque nunca había pasado por su mente, se había adentrado en ese mundo por su gran pasión por los cantos de los cultos religiosos de raíces africanas. Lennys, su hermana de santo, contó que cuando le estaban cantando el Itá, al decírsele que viajaría el mundo entero, este se echó a reír y dijo: “Como único que hagan un festival de peladores de pollo y yo sea el ganador”. El hijo de Oggún, por el aplastante peso de su condición social y su ascendencia étnica, no se podía imaginar con la posibilidad de brillar por su propio talento.
En abril de 1949, su amigo Venero, quien trabajaba en la Cadena de Radio RHC Cadena Azul, le propuso cantar en una emisión radiofónica. Lázaro, sin titubear, aceptó la propuesta. Fue el primer paso para introducirse dentro del mundo profesional; aunque el programa se trasmitía a partir de las 11 de la noche y ni un centavo cobraba por ello.
Se hizo profesional y creció como akpwón (cantante de música yoruba) con la Revolución de 1959. Ese mismo año, Lázaro Ross fue llamado por Argeliers León para integrar como cantante y bailarín el colectivo que realizó los primeros espectáculos folklóricos en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba. Poco después, colaboró como informante del Instituto de Etnología y Folklore de la Academia de Ciencias de Cuba. En 1961, participó en la filmación del documental Historia de un Ballet, considerado un clásico dentro de la historia del folklore cubano.
Aunque su gran bendición devino la fundación del Conjunto Folklórico Nacional (CFN), en 1962. Con esta institución se pudo expresar en toda su extensión como bailarín, cantante y promotor de la cultura yoruba. Cuentan que un día, mientras cantaba en una casa en La Palma, llegó Rogelio Martínez Furé y le dijo que debía ir a Manrique y Neptuno y presentarse como cantante. Así lo hizo. Lo aceptaron y comenzó su labor como informante. Muy pronto, pasó a la escena. El CFN se volvió la segunda casa de Lázaro Ros.
Allí, además, desarrolló su vocación pedagógica, por más de 30 años. Cuentan de su gran dedicación como maestro, que enseñó con el mismo rigor con que aprendió. Como especialista de los cantos yoruba, hacía mucho hincapié con sus escrituras y pronunciación, escribía canto por canto en la pizarra, explicaba con mucha paciencia cómo se debía mantener el tono adecuado sin perder el ritmo. Le gustaba contextualizar los cantos y rituales, referirse a sus raíces y sus significados. Fue profesor de la Escuela Nacional de Arte, del Instituto Superior de Arte. Desde 1988, formó parte del colectivo de profesores del Laboratorio Internacional de Folclor, FOLKCUBA, auspiciado por el CFN. También colaboró con el Movimiento de Artistas Aficionados.
Con el Conjunto Folklórico Nacional pudo cumplir aquella profecía de recorrer el mundo. En el año 1964, viajó a París con el CFN, a representar a Cuba, “la de Fidel”, como decían los diarios. Este viaje era por 15 días y se transformó en seis meses. En sus numerosas giras internacionales grabó música folclórica para la radio y la televisión de Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Argelia y España.
Con esta gran nave, en una intensa travesía de 40 años, se convirtió en el más importante cantante de música lucumí y arará de Cuba. El público lo reconocía por el especial timbresu voz, por sus registros exclusivos, con el auténtico “deje” que llevan los cantos yoruba. Se dice que obligaba al tamborero a tocar un ritmo orgánico que armonizara con su estilo musical. Comenzaba suave hasta alcanzar el tono rítmico que mantenía hasta el final. “Él tenía un don especial; en las fiestas de santo hacía que las personas se barullaran constantemente, logrando que rápidamente el santo poseyera a su caballo”, decían sus hermanos de religión. “La voz de Lázaro es salida de las profundidades de la selva nigeriana. Esa voz era única, tan potente y a la vez cadenciosa, poderosa por excelencia”, opinaba su gran amiga y hermana Natalia Bolívar.
Era un privilegio contar con su colaboración, por sus conocimientos y habilidades artísticas. Fue invitado especial en el disco Cantata a Babalú, de Chucho Valdés e Irakere, nominado a los Premios Grammys en 1999 en la categoría de Música Tradicional. En 1981, grabó Ancestros, su primer LP con el grupo Síntesis. Años después, emprendió un nuevo compromiso discográfico con su gran amigo, el director de Mezcla Pablo Menéndez. A propósito contó Lázaro: “Un día me encontré con Pablo Menéndez, y me dijo: ‘Tú no sabes lo que yo daría por hacer un disco contigo’. Y yo le respondí: ‘Ya lo estamos haciendo’. Pablo me dijo: ‘Las ocho canciones las cantas tú, nosotros solo te ayudamos con el coro’”. En opinión de Lázaro había que estar abiertos a toda la música, no se podía estar enclaustrado.
Creó obras como Alafín de Oyó (1971) y Arará (1979), además de aportar con su impronta a muchos proyectos artísticos. Su gran legado fue el rescate y revitalización del folklore afrocubano. Contribuyó a la conservación de cantos y danzas que nos identifican como cubanos; a su enriquecimiento y divulgación más amplia, a través del teatro, la televisión y el cine. En 2003, como justo reconocimiento a la magnitud y trascendencia de su obra, se le otorgó el Premio Nacional de Música.
Hasta el último de sus días, prodigó al pueblo con sus cantos y a sus discípulos con su sabiduría y humildad. El gran akpwón de Cuba falleció en La Habana, el 8 de febrero del 2005, a los 80 años de edad.
“El amor que yo le tengo a mi canto, a mi religión y a mi país, ese mismo amor me ha dado mi pueblo", confesó en una entrevista. Para eso había nacido Lázaro Ross.
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