Leonardo Acosta, el samurái de la musicología, sigue despierto


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No será vano desentrañar, siquiera enumerando su capacidad para abordar los más diversos temas de la cultura, la obra de un intelectual, de un pensador como Leonardo Acosta.

Cómo llegó este Leo a ocupar el espacio que hoy ostenta y que alguna vez se definió como «músico, escritor y segunda base», para quien «El ensayo puede incluir casi todo, pero requiere cuatro cosas: investigación, reflexión, imaginación y claro, buena escritura», habilidades que él posee plenamente, no es  fácil de resumir.

Leonardo Acosta es el musicólogo más interesante con que cuenta nuestro país. En primer lugar, por ser un músico ejecutante de varios instrumentos; en segundo lugar, porque maneja un amplio aparato conceptual, y posee una cultura que se mueve a través de los más diversos saberes, a la vez que se proyecta con una envidiable claridad expositiva; vale decir, es un gran escritor, un ensayista que brilla por la profundidad de sus análisis.  Él no es de los que se regodea por caminos trillados, sino que se enfoca en temas que, si bien a veces no son totalmente inéditos, aborda al revés, por decirlo de alguna manera, de lo que generalmente se hace.

Dije que es un músico, y en esa condición viajó en 1955 a Nueva York, y allí, escuchó las bandas más connotadas del momento. Estaba en su ambiente.

Con esa experiencia sonora, unida a la que ya tenía, actuó con un cuarteto de jazz, integrado por Frank Emilio, piano; Papito Hernández, contrabajo; Walfredo de los Reyes, batería, y Leonardo Acosta, saxofón alto, en la inauguración del Club Cubano de Jazz (1958), organizado por un grupo de músicos y algunos amantes del jazz.

En los años 70 del pasado siglo, escribió la música para el filme del ICAIC Prisioneros desaparecidos, coproducción cubano-chilena bajo la dirección de Sergio Castilla; para documentales de Sergio Giral, Sara Gómez y otros; y fue uno de los fundadores del Grupo de Experimentación Sonora; también actuó como solista (saxofón alto), en la obra Erotofonías, de Juan Blanco (el otro solista fue el compositor y guitarrista Leo Brouwer), y en Exaedros, de Brouwer, dirigido por Hans Werner Henze en estreno mundial, ejecutó la flauta recorder. Con este mismo instrumento lo vemos aparecer en el filme Una pelea cubana contra los demonios de Gutiérrez Alea (Titón).

Este quehacer como músico --además de los estudios realizados con Federico Smith y sus incansables lecturas de los más variados temas--, lo preparó para abordar una amplia gama de asuntos, entre otros el jazz, y casi todos los géneros de la música cubana y de los hombres que la hacen posible.

A estas alturas, debo recordar que Leonardo Acosta vivió inmerso en un ambiente cultural, su padre, José Manuel Acosta, fue un destacado dibujante; su tío, Agustín, un poeta de subidos valores. En su casa conoció a Alejo Carpentier, escuchó la obra de los más importantes compositores de todos los tiempos y disímiles modos de hacer, y con Julián Orbón, amigo, uno de los más importantes compositores de su generación, tuvo fructíferos intercambios.

En «Testimonio de fe», Leonardo nos dice: «Mi más lejano recuerdo de Alejo Carpentier está directamente relacionado con la música y, para ser más exactos, con Beethoven. Según mis cálculos aproximados, no tendría yo más de seis o siete años cuando regresábamos de un día de campo o de playa —hobbies preferidos de nuestro novelista en sus pocos ratos de ocio. Veníamos por la carretera central y al timón del carro iba mi padre, quien además de dibujante y fotógrafo fue un notable automovilista.

En la radio del viejo Packard sonaba una sinfonía de Beethoven, uno de cuyos temas principales coreaban Alejo y mi padre con más entusiasmo que dotes vocales. No recuerdo qué sinfonía era. Hasta hace poco pensé en la Pastoral, posiblemente por la asociación con el fresco olor a campo y lluvia, pero en declaraciones bastante recientes el propio Carpentier expresó muy pocas simpatías hacia esta obra y una veneración sin límites hacia la Heroica, lo cual me obliga a pensar que era ésta el objeto de aquel entusiasmo. También recuerdo la conversación sobre la lógica de cierta melodía que, según Alejo, uno podía cantar completa con sólo escuchar la primera frase.»

Muchos años después, Leonardo escribiría algunos de los ensayos más lúcidos sobre Alejo: Música y épica en la novela de Alejo Carpentier; Alejo en tierra firme. Intertextualidad y encuentros fortuitos.

Desde los tempranos 60, Acosta manifestó su interés por abordar los problemas más acuciantes de la música como fenómeno social, de este período data, publicado en Hoy domingo, «Música y racismo: ¿por qué se persigue el jazz en Estados Unidos?».

Como musicólogo, posee un vasto aparato conceptual, que maneja con maestría impar. Ha abordado los asuntos más candentes de la música del tercer mundo en Música y descolonización; de la historia, la práctica y las personalidades de la música cubana en Del tambor al sintetizador y Elige tú que canto yo, o la historia del jazz en nuestro medio y su relación con esta manifestación artística en los Estados Unidos en Un siglo de jazz en Cuba. Acosta se enfrenta a estos asuntos con lucidez, erudición y audacia singulares. Su originalidad en la interpretación de estos temas está avalada por su sólida formación teórica, que lo lleva a disquisiciones poco frecuentes en este tipo de estudio en nuestro medio. Como busca respuestas que pocas veces, o casi nunca, están en el marco de la historia de la música, acude a la sociología, la literatura, la historia general, la filosofía, la economía, la psicología y la antropología, para demostrar, una vez más, la importancia de los estudios interdisciplinarios en el análisis musical.

Pocos como él se han ocupado en desentrañar los más diversos, y a veces disparatados análisis de la música popular. Sus puntos de vista, a ratos polémicos, descubren, en su entramado, otros ángulos de lo conocido. Su tesis de que todo comenzó antes, el uso de la clave en la rumba y el son, su crítica a los llamados complejos genéricos y los creadores de nuevos ritmos, la salsa, la música techno, y sus ensayos medulares sobre Harold Gramatges o Julián Orbón, son buenos ejemplos.

En todo caso, su perspectiva de la música es «desde dentro, nunca como un casual espectador»; es la de un hombre que prefiere la calle a la Academia, válida sólo «cuando es aliada del talento». Superadas las fronteras entre lo culto y lo popular, Leonardo Acosta se mueve con naturalidad entre las corrientes más avanzadas de la música en el siglo XX.

Con sus códigos específicos, la música se entrelaza a la cultura y a la sociedad. Esa visión dialogante e integradora caracteriza la ensayística de Leonardo Acosta. Su obra ofrece un modelo que merece atención por parte de las nuevas generaciones de musicólogos.

 

Palabras en el homenaje efectuado en la Casa de las Américas, 16 de febrero de 2015.


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