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Leonardo Padura: no me interesa que mis libros tengan solo lecturas políticas (I parte)


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Escritor Leonardo Padura, Premio Nacional de Literatura 2012 y Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015. Foto: ANGEL MARQUÉS DOLZ

Aunque no hacen falta pretextos para entrevistar al escritor Leonardo Padura Fuentes,  ser el primer intelectual cubano que conquista el Premio Princesa de Asturias de las Letras, es una gran excusa.

El Premio Princesa de Asturias de las Letras, (Premio Príncipe de Asturias hasta 2014), se confiere a "la persona, institución, grupo de personas o de instituciones cuya labor creadora o de investigación represente una contribución relevante a la cultura universal en los campos de la Literatura o de la Lingüística"; consiste en un diploma, una escultura de Joan Miró, una insignia con el escudo de la Fundación Príncipe de Asturias, y 50 000 euros; Padura será premiado el próximo otoño en el teatro Campoamor, de la ciudad de Oviedo, capital del Principado de Asturias, en España.

Puede que muchos sepan, que una pequeña pieza de cerámica recibe al visitante  a la entrada de la casa del padre de Mario Conde, y que reza: “Dios bendiga a todo aquel que no me haga perder el tiempo”; esta entrevista trató de cumplir con esta rogación al Supremo, por el narrador y por los lectores de Cubarte.

En un primer momento pensé que sería difícil entrevistar a Padura, casi al unísono la certeza de su calidad como periodista eliminó cualquier aprensión, y luego el narrador recompensado, de la manera más natural del mundo hizo la entrevista que él pensó debía ser, solo apoyándose ligeramente en unas cuantas rasas preguntas.

Usted es el único intelectual cubano que ha recibido el Premio Princesa de Asturias de las Letras. En sentido general, ¿cree en los premios?, ¿qué piensa de los que opinan que muchas veces son parte de manipulaciones mediáticas?

Este es un premio que ha alcanzado un prestigio sobre todo por las personas que lo han ganado.

Creo que para escritores como Günter Grass, o Mario Vargas Llosa, o Philip Roth,  tener el Premio Príncipe de Asturias no decide su carrera, pero la adorna, la ilumina, al igual que ocurre con las personas que lo han obtenido en las otras manifestaciones en que se concede, en la Ciencia, la Comunicación, el Deporte. Creo que es un premio que reconoce un trabajo de mucho tiempo y su prestigio depende de su impresionante lista de ganadores. 

Este año en el jurado había veintiuna personas, académicos, periodistas, escritores, y creo que conseguir que veintiuna personas piensen darle el premio a un escritor cubano que se llama Leonardo Padura, para de esa manera hacer parte de  una manipulación mediática contra Cuba, es un pensamiento muy retorcido y muy loco. Yo me he enfrentado muchas veces con ese pensamiento. Incluso alguien ha pensado y dicho que quizás conmigo estaban preparando un Premio Nobel, y eso lo asumían como una ofensa contra Cuba, en vez de asumirlo como la gran fiesta que pudiera ser para nuestro país tener el Premio Nobel que no ha tenido nunca.

Saco todo esto a colación porque hay gente que lo ha pensado y lo ha dicho… A principios de septiembre estábamos Lucía y yo en Europa, pero no pudimos ir al Festival de Cine de  San Sebastián donde se presentaba Regreso a Itaca, porque teníamos unos compromisos en Francia, a pesar de estar a 200 kilómetros. Y entonces leímos un comentario en un blog, de alguien, no sabemos si desde Cuba o desde fuera, que decía que no había visto la película, pero aseguraba que ésta era parte de la campaña mediática internacional contra la Isla, y yo pensé: pues pagan muy mal esas campañas, porque esa película se hizo con tan poco dinero que no se le pudo pagar a un compositor para que escribiera la música y hubo que filmarla en solo veintiún días.

Entonces…, siento que muchas veces hay como un sentimiento de que Cuba es el ombligo del mundo y que cualquier cosa que esté a favor, en contra, más arriba, más abajo, tiene siempre una segunda intención, y por eso en las entrevistas que hice en los días cercanos al anuncio del premio, le pedí a los periodistas que no me hablaran de política porque eso sería abaratar el premio. El Princesa de Asturias es un premio literario que concedieron veintiuna personas, muchas de las cuales no tienen ni la menor idea de los conflictos internos que puede haber, políticos o culturales, dentro de Cuba, y lo concedieron porque consideraron que era una obra que lo merecía.

Para mí fue, -como te podrás imaginar-, una satisfacción y una sorpresa enormes. Hay premios que a veces uno sueña, bueno, este casi seguramente voy a ganarlo, y los gana o no los gana. Son sobre todo los premios a los que uno envía  una obra, y si la envía es porque espera ganar, porque si no, no la enviara, es decir que tiene esperanzas, pero no fue este caso.

Cuando me dijeron que yo estaba nominado, lo olvidé a la media hora, -te lo puedo asegurar-, y no volví a pensar en eso hasta el día en que llegué a la casa y me dijeron que me habían llamado de España para decirme que estaba entre los finalistas y que daban el fallo al día siguiente; ahí,  por supuesto, empecé a pensar de otra manera porque éramos solamente tres finalistas. Casi tenía el treinta y tres por ciento del premio…

Creo que es el resultado de un trabajo que he hecho durante años, con mucho sacrifico y con muchos obstáculos que he podido vencer porque he trabajado mucho también, aunque me considero un escritor muy afortunado porque igualmente he recibido gratificaciones.

Pero sobre todo soy una persona que ha hecho ese trabajo  a costa de muchas horas sentado, frente a una máquina de escribir primero, frente a una computadora después, sufriendo todas las dudas de la creación, que son infinitas; tú nunca sabes si lo que estás escribiendo funciona, si estás logrando escribirlo de la mejor manera posible, si eso va a convencer al lector… y a mí el lector siempre me preocupa mucho. En fin, que definitivamente no creo que sea posible, en ningún sentido, verle segundas lecturas al premio.

Recientemente fue estrenada en Cuba, en el contexto del Festival de Cine Francés, la cinta Regreso a Itaca, del director francés Laurent Cantet, junto al cual usted escribiera el guión inspirado en un episodio de La novela de mi vida. ¿Está usted satisfecho con esta película? ¿Piensa que los actores logran representar los sentimientos de los personajes de su novela?

Estoy muy contento con esta película. Se hizo con mucha tensión financiera y temporal, porque teníamos muy pocos días para rodar y muy poco dinero para hacerla, y ocurrió que hubo un frente frío estacionario y cayeron aquellos diluvios de finales del año antes pasado, y por eso se perdieron dos días de rodaje…fue muy tenso todo el proceso de filmación.

El trabajo de guión sin embargo, sí resultó muy satisfactorio.  Ya yo sabía que tenía una empatía muy grande con  Laurent Cantet,  que es una gran persona y un gran director. Cuando hablo con él yo siempre le digo: lo que te diferencia de muchos directores de cine es que las orejas tuyas dentro tienen un sentido que se llama oído, porque todos los directores tienen orejas… pero muy pocos oídos. Con él fue siempre una discusión muy productiva, él se encargó sobre todo  de la dramaturgia de la historia, pero el argumento lo construí yo, y cada vez que él iba a hacer alguna adecuación a la dramaturgia me consultaba si eso no iba a alterar la esencia de la historia. Fue un intercambio muy dinámico y muy agradable.

Estoy muy satisfecho con la película porque creo que lo  que pretendimos decir está dicho; es una película que habla sobre el desarrollo y el estado actual de una generación que creyó en su momento, participó, y después ha tenido resultados muy diversos en su vida, que no siempre han sido satisfactorios.

Yo decía en un periódico hace poco cómo la crisis de los 90 afectó a mucha gente de mi generación, y anotaba como uno de los problemas la cantidad de amigos que se alcoholizaron, y alguien me reprochaba que dijera algo así, y entonces recordé que solamente aquí en el barrio tengo cinco amigos muertos por el alcoholismo, y en general muchos de mis amigos que hoy son alcohólicos retirados, estuvieron a punto de dejarse vencer por todo lo que significó la situación que se vivió en esos años. Y de todo eso tratamos de hablar en el filme.

Yo tengo un  fuerte sentido de pertenencia generacional,  creo que toda mi literatura está marcada por esa mirada a mi generación, desde Fiebre de caballos hasta Herejes, con características diferentes en cada libro. Fiebre…, está escrita muy desde dentro, muy desde la inocencia de los veintitantos años que yo tenía en aquellos momentos, en Herejes, en cambio, está visto desde la perspectiva de un hombre de casi 60 años que mira a una generación más joven, la rechaza, y después trata de comprenderla,  que es lo que deberíamos hacer todos, tratar de comprender al otro, porque por supuesto no todos podemos pensar igual y no todos nos manifestamos igual en los distintos momentos históricos.

Creo que los actores hicieron su mejor esfuerzo; a mí no me gusta valorar específicamente el desempeño de los actores  en un proyecto en el que he trabajado porque esa es responsabilidad del director. Por supuesto él me preguntó nombres, se los di, y de esos él escogió los que le parecieron capaces de dar a los personajes desde su perspectiva… Ahora mismo nos está pasando con la filmación de la serie de Conde. El director, Félix Viscarret,  me preguntó quiénes podían hacer varios de los personajes, y le mencioné a algunos, aunque yo no veo mucha televisión en Cuba, y a veces la selección que él hizo no es la que yo hubiera hecho, pero hay una diferencia fundamental entre la forma en que un  escritor ve una película y la forma en que la ve un director, y ese es un espacio que se debe respetar.

Yo creo que es muy saludable, cuando uno escribe un guión, entender que uno cumple una función y asumir las responsabilidades y los límites de esa función. Si quieres ir más allá estás entrando en un terreno que no te corresponde y como mismo a mí no me gustaría que alguien interviniera  en mi proceso creativo como novelista, yo trato de respetar el proceso creativo de los directores de cine con los que he trabajado. Esa es su obra y yo le he hecho un trabajo de servicio, lo más serio y digno posible, pero trabajo de servicio al fin y al cabo.

Pero no me contestó si los actores interpretaron los sentimientos de sus personajes…

¡Ah, sí! Mira, yo pienso que en esta película se produjo una mimetización entre los actores y los personajes que es lo que le da la fuerza dramática. En el momento en que Pedro Julio Díaz Ferrán, habla de lo que significó la muerte de su padre que había sido un gran creyente,  ese actor logra una expresión en la que ves que hay un sufrimiento muy profundo. Después él me dijo que no sabía cómo yo había podido escribir un personaje que era él mismo, que había vivido su historia personal. En general, hubo una relación muy intensa entre personajes y actores; Isabel Santos estaba hablando de un problema personal, yo no había visto ni en cine ni en el teatro cubano a Néstor Jiménez en una actuación con ese nivel de profundidad psicológica. Pichy, está espléndido,  igual que bueno… Fernando Echevarría siempre está espléndido.

Creo que cada uno de los actores puso en sus personajes lo que ellos mismos son y han sentido.

Su última obra publicada, Herejes ha suscitado, -creo que como ninguno de sus libros-, una gran polémica, bueno decir gran es una hipérbole, porque pocos la han podido obtener en librerías cubanas ; a pesar de las opiniones que están en la calle y en las instituciones, es difícil encontrar críticas serias cubanas a la novela. ¿Por qué cree que sea?

Primero, el estado de la crítica literaria en Cuba  es bastante lamentable desde hace ya muchos años. Hay muy poco interés en hacer crítica y quienes pueden hacerla a veces no se sienten motivados a realizar el trabajo serio que necesita una crítica literaria y en ocasiones todo se queda en la lectura política o ideológica de una obra que es mucho más fácil, más superficial, y sirve sobre todo para defender, o tratar de defender, los intereses propios, y no un análisis del texto.

De Herejes se publicaron cuatro mil ejemplares, pero estoy seguro de que no circularon los cuatro mil ejemplares, aunque no sé qué pasó con el resto, de verdad que no lo sé. El libro se imprimió después de muchas semanas de estar en el poligráfico de Guantánamo. Es una edición,-como le dije a Zuleica Romay, la presidenta del Instituto del Libro-, que merecía hacerla pulpa en cuanto salió de la industria, porque está horriblemente mal hecha en todos los sentidos. El color, la caja, todo está mal, botaron los recursos.

Por otra parte, circuló una lectura de un profesor inglés de Secundaria Básica, que durante muchos años ha estudiado mi obra, ha sido mi amigo, ha estado sentado en esa silla donde estás tú, ha comido platos preparados por mi esposa Lucía, y que de pronto escribe una crítica no literaria, en la que por segunda vez en un poco tiempo me dicen que debo dejar de escribir.

Lo curioso es que se publicó en un sitio cubano donde se anunció que iban a aparecer otros trabajos que nunca se editaron. En esa historia me molestaron dos cosas;  primero que viniera firmado por una persona con la cual tenía una relación bastante cercana a lo que se podía llamar una amistad, y segundo que ocurriera algo que a mí me molesta mucho más, y es que alguien que viene de afuera con dólares, euros o libras esterlinas, da igual; que se aloja en un hotel que puede ser el Habana Libre o el Parque Central; que está diez días moviéndose en ciertos niveles de la superestructura cubana… después nos diga a los cubanos cómo es que  hemos vivido y cómo es que deberíamos vivir incluso.

En estos días, no sé por qué, en varias entrevistas que me hicieron medios de Colombia, Venezuela, Argentina, me hacían preguntas sobre sus procesos nacionales internos, y en todos los casos yo me negaba a responder, porque para poder entender qué pasa en Colombia, Venezuela o Argentina, hay que vivir esa realidad. Yo puedo tener una impresión o una opinión, pero creo que mi impresión y mi opinión no tienen más valor que la opinión de alguien que vive  esa realidad la sufre, la padece, la goza, la disfruta, la destruye, la crea. En fin, esa es una cosa que ocurre con cierta frecuencia en Cuba: personas que viven fuera opinan sobre la realidad cubana y aquí dentro se le da mucho crédito a esas opiniones, incluso por encima de lo que puede pensar alguien que ha participado y ha vivido de esta sociedad.

Herejes es una novela compleja, que trata un tema eterno: el  de la relación del individuo con su libertad personal. Por eso la narración se mueve a través de todo un abanico histórico y de personajes que buscan la visión universal de ese conflicto, e incluso en  la parte cubana (que es la que dio origen a la novela), con una joven emo que quiere practicar su libertad individual en una sociedad como la cubana, yo abrí el espectro de ese conflicto, que es de carácter existencial, ético, espiritual y social, a un espacio mucho más amplio porque sabía que si yo hablaba de Cuba, de una joven, de libertad individual, iba a provocar una lectura política, y a mí no me interesa que mis libros tengan solo lecturas políticas,. Las lecturas políticas son necesarias y es un derecho  del lector a hacerlas a partir de lo que propone el escritor, pero yo quería que ese conflicto fuera mucho más universal y conceptual. Por eso me voy a Ámsterdam, a  La Habana de los años  30 o los 40, a Miami, en fin,  que muevo este conflicto por distintos ámbitos geográficos e históricos y con distintos personajes con características diferentes.

Muchas veces se ha reconocido su honestidad y sentido  de la ética, por eso le pido que valore esta novela en el conjunto de su obra.

La literatura no es una competencia de cien metros planos. A cada novela no le puedes medir el tiempo y decir esta llegó primero, o ésta después. Lo que te puedo asegurar es que desde Fiebre de caballos hasta  Herejes, cada una de las novelas que he escrito y publicado, es la mejor que yo era capaz de escribir, en el momento en que la escribí, y si no es mejor, fue por mi incapacidad, pero no por mi falta  de esfuerzo.

Cada novela tiene todo lo que yo he podido poner en ella como oficio, voluntad, horas de trabajo; Herejes me llevó cuatro años de trabajo, y quizás  nunca supere el impacto literario de El hombre que amaba a los perros, pero es una cuenta muy subjetiva, porque son novelas que se mueven en ámbitos distintos.

Si tuviera que escoger entre mis novelas, mi libro preferido es La novela de mi vida,  porque creo que es un libro en el que  a nivel de historia, argumento, estructura, personajes, lenguaje, yo conseguí el mejor de los equilibrios que podía alcanzar, y además es una novela muy visceral, porque por supuesto no puede sentir lo mismo un cubano cuando se está hablando de Rembrandt, de Trotsky o de Mercader, que cuando se está hablando de Heredia… Por ejemplo, la clave del personaje de Heredia me la dio un elemento que no aparece en ninguna historia ni va a aparecer jamás, y es que en una carta a su madre Heredia le recuerda lo mucho que le gusta la sopa de quimbombó, ¡y yo soy fanático del quimbombó! De pronto dije «coño,  Heredia soy yo, este hombre ya es un cubano»… me di cuenta de que había algo que es tan insignificante pero  tan significativo y que me comunicaba culturalmente con ese personaje.

Y creo que ahí está la clave de ese engranaje más amable que existe en La novela…, con respecto a Herejes o a El hombre que amaba los perros, porque estoy hablando de algo que es la historia de lo que hemos sido y lo que somos los cubanos, desde el punto de vista de la literatura por supuesto, porque no hablo de muchísimas otras cosas, pero me refiero fundamentalmente a la creación artística y al  papel social del escritor en un proceso nacional como el cubano, que es mucho más que una sociedad, y pienso que esa es la diferencia.

Por lo demás, tratar de pesar cada una de las novelas y ver cuál es la más compacta, cuál es la que gana la pelea antes de salir al ring, creo que no tiene mucho sentido, porque en cada uno de esos libros está mi mayor esfuerzo por lograr escribirlo de la mejor manera posible.

Continúa...


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