Fuenteovejuna y La pasión desobediente son dos de los títulos más recientes en la escena capitalina. Común a ambos resulta el hecho de ser conducidos y protagonizados por directoras y actrices, respectivamente; algo no muy frecuente en las tablas cubanas durante los últimos años, durante los cuales el repetido recurso del travestido escénico permite que papeles femeninos sean desempeñados por hombres.
Orietta Medina y la Compañía Hubert de Blanck regresan Fuenteovejuna al escenario. La directora revisita este texto de Lope de Vega que años atrás trabajó y ahora presenta una versión más ligera, superior a la anterior.
Los miembros del reparto sentados en los extremos del espacio escénico, sobre una zona de los practicables de madera que funcionan como escenografía recuerda un tanto la puesta de Hamlet, por el Teatro El Globo en gira internacional, vista apenas meses atrás en La Habana, pero vale la pena la coincidencia porque la puesta gana en fluidez y concentra la atención del espectador en la labor actoral y en el desarrollo de los sucesos.
Intérpretes de diversas generaciones y promociones conforman el elenco, donde destacan José Ramón Vigo y Carlos Treto entre los de mayor experiencia, mientras entre los más jóvenes sorprende la madurez alcanzada por Galia González en su desempeño en Laurencia, un personaje de leyenda para la escena cubana desde que Raquel Revuelta lo encarnara en la mítica puesta de 1963, por Teatro Estudio, en el recién nombrado Teatro Mella.
Junto a Galia, conquistan el favor del público Pascuala, interpretada por Wendy Franco; Jacinta, de Ailrne Junco; Ortuño, de Tomás Silveiro; el Maestre, de Leonardo Ruiz; Frondoso, que en un travestido de mujer a hombre desarrolla con mesura y naturalidad Elizabeta Domínguez, y el Comendador de Enrique Barroso, otro de los jóvenes valores de la compañía, con sobradas condiciones físicas, quien debe cuidar y entrenar su voz para obtener un mejor desarrollo.
Dejo para el final el comentario sobre Daniel Oliver a quien descubro y disfruto ahora en el personaje de Mengo, tras un crecimiento sostenido en cada uno de sus desempeños actorales anteriores a lo largo de los últimos cinco años.
Poco más de una hora dura el espectáculo en una cuidada versión del texto original de tres actos. En él resalta el trabajo de conjunto y el buen manejo del verso, un hecho sorprendente en la escena cubana contemporánea, donde texto en verso y adecuada proyección y articulación de las palabras resultan asunto infrecuente. También destaca la perspectiva de la Dirección, compartida y defendida por el colectivo artístico y técnico, y el público puede dialogar sin obstáculos innecesarios con la puesta, algo que, en medio de tanta moda vacua y tanto mimetismo, se agradece.
Con similar claridad conceptual Milva Benítez, como directora, y Gina Caro, en tanto única intérprete han llevado a escena La pasión desobediente, tributo del dramaturgo cubano Gerardo Fulleda León a su coterránea, la decimonónica poeta y dramaturga Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Una cámara blanca sobre cuyo fondo se proyectan inicialmente las sombras de una mujer con una palmatoria, que luego se reducen —la mayor parte del tiempo— al detalle de una débil luz que titila resultan el ámbito donde tiene lugar el monólogo, el cual toma como punto de origen un texto difícil para la escena por su gran carga literaria.
Con mano segura y lenguaje contemporáneo arrostran Milva y Gina las dificultades, y esta última acepta los retos que para su particular físico suponen determinadas exigencias de movimiento que la dirección le plantea. Gina Caro está en el mejor momento de su carrera para realizar tal personaje, lo sabe y se somete a la prueba.
Difícilmente La pasión desobediente, que ya ha encontrado otros artistas interesados en convertirla en hecho dramático, halle equipo más apasionado y seductor que este, el cual desde su primera temporada ha conectado con un público que la aclama y la redimensiona.
No puedo dejar de mencionar las inspiradas, hermosas y precisas notas que para el programa de mano ha escrito Isabel Cristina López Hamze. En general diría que esta Tula nuestra, a la vez que del mundo, recibe así, de este genuino modo, el homenaje adecuado.
En diversas y sutiles formas está lo femenino en la escena.
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