Qué es, o quién es, un heredero?
Un repaso a las historias contadas por el cine, los medios masivos y radio bemba siempre que se refieren a una potencial herencia, a un traspaso de patrimonio traen una moraleja común: las partes involucradas se pelean, sacan a luz sus miserias acumuladas y acuden a la fuerza de la ley para impugnar la voluntad de aquel de quienes se han de beneficiar.
No siempre es necesario el acto de la muerte para que ocurra un evento sucesorio.
Hay otras historias; las menos, que se pueden contar con las manos; donde el acontecimiento ocurre de modo calmado, alegre, deseado; se convierte en factor de unidad. Y se refleja acertadamente en forma de ideas y/o proyectos conjuntos para enriquecer u honrar a quien decide trasmitir, ceder o donar ese patrimonio que bien puede ser material o inmaterial. Entonces cuando uno sabe de esas historias aún cree en la importancia de la virtud por encima de toda mezquindad humana.
Esa otra cara del asunto es la que me interesa comentar; e involucra a la cultura cubana y a la música en particular. Esa a la primera conclusión que se llega cuando se escucha, se disfruta y se atesora un disco como Irakere: los herederos; y que la EGREM ha producido para homenajear los ochenta años de Chucho Valdés.
Irakere aún sigue despertando el interés de todos. No importa que ha ya más de veinte y cinco años que dejó de existir como formación oficial dentro de la música cubana; todavía se habla de su trabajo. Cada día nos sorprendemos con algún nuevo hallazgo que acrecienta su leyenda; y esa leyenda viene de la mano de su director y fundador –el alma de la orquesta—el pianista Chucho Valdés.
Chucho es como cierto disco que publicara alguna vez: Irrepetible.
Entonces es menester que todos aquellos que han crecido, vivido y aprendido de su constante magisterio hagan una pausa en sus obligaciones cotidianas, dejen a un lado cualquier asomo de divergencias y se reúnan para honrar al que consideran su maestro. Esto es a grandes rasgos la filosofía de la propuesta. El detonante: celebrar los ochenta años del maestro.
Hay tres momentos interesantes en este disco. El primero es la voluntad de repasar el legado de Irakere y de Chucho en particular, de modo genérico. A ese fin se exploran esas zonas musicales donde asomó siempre su virtuosismo, sobre todo el acercamiento y relecturas necesarias de ese jazz afrocubano que solo él pudo vislumbrar. Ese que de modo experimental definió una primera etapa de su trabajo en Irakere, donde toda la batería de tambores y rezos de origen afrocubanos eran una constante.
Otro momento climático llega en el mismo momento que musicalmente se adentra en esa intimidad que generaron algunas de sus canciones; esas catarsis espirituales y existenciales donde desgarra su alma y nos hace cómplices de sus cuitas y alegrías. Como diría cierto trovador: a qué más.
Para el cierre está esa siempre presencia del Chucho que siempre supo que había que hacer bailar a los compatriotas que fundió la tradición la vanguardia, que se valió del rock, del funky para aderezar el son, la rumba y el guaguancó. Con ello sentó las bases de la más importante renovación emprendida por la música cubana a fines del pasado siglo y que amenaza con trascender la primera mitad de este.
Me prometí no decir el nombre de ninguno de sus Herederos convocados. Solo puedo decir que fue un encuentro a conciencia, de pura hermandad. Cada uno de ellos tiene su propia versión de Chucho Valdés, su propio recuerdo y un tema donde él le pidió que brillara en su instrumento. Para cada uno de ellos pensó un instante de inmortalidad; y cuando decidieron dejar el nido; no siempre de forma voluntaria; les dejó un buen augurio.
Debe ser esa la razón que les motivó una vez terminadas todas las sesiones de grabación a reunirse junto al piano y aplaudir largamente mientras escuchaban el himno de la banda: Misa negra; y bebían a la salud de su maestro.
Pocas veces hablar de una herencia ha provocado tanto placer y nos obliga a repensar la música; y es que ciertamente uno se pregunta mientras imagina la sonrisa del maestro, mientras escucha reposado lo que musicalmente piensan de él sus Herederos.
Me imagino que alguna vez podré contarlo.
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