Cuando yo era niño —hace más de mil años— ya, cotidianamente, oía decir aquello de “El papel todo lo aguanta”.
Y, claro está, quienes tal frase pronunciaban no se referían al uso sanitario que ha tenido tal material. No, indignados, aludían a las mentironas habituales en las planas periodísticas.
Ahora, dando un salto acrobático hasta la modernidad, se impone poner al día la frase y expresar: “El ciberespacio todo lo aguanta”.
Me estoy acordando del asunto al recorrer con la vista la relación de los que, en el sentir de cierta entidad ibérica, son los cien mejores libros del recién concluido milenio.
Sí, ya conocemos que toda selección ha de tener detractores, habida cuenta de que siempre primará el soberano juicio y el personal gusto de quien diseñe la antología.
Ah, pero en este florilegio, que nos llega del otro lado del océano, lo mismo se peca por comisión que por omisión, en ambos casos de modo escandaloso.
De inmediato veremos el poco tino que mostró cierta publicación española al escoger los que, pomposamente, denominó “libros del milenio”.
Una antología del disparate
Esta selección de los mejores cien libros del milenio constituye un absurdo desatino, una inadmisible sinrazón.
Dígase para comenzar que este milenio, como cualquier otro, constó de diez siglos. Pero los constructores de la dichosa lista incluyen, en el centenar de los escogidos, solo dieciséis libros de las ocho primeras centurias. Los demás corresponden a autores que vivían en mil ochocientos uno, o después de tal año.
Además, las preferencias a la hora de escoger dentro de toda la obra de un autor, no resisten ni el más somero examen. ¿Por qué tomar, en el conde Lev Tostoi, a Ana Karenina y no a La guerra y la paz? Y de Neruda seleccionan Confieso que he vivido, obra menor si se compara con su trayectoria poética.
Nosotros no existimos
En esta selección de los cien mejores libros del milenio, delineada por sesudos colegas ibéricos, se pasea con todas sus armas y bagajes el eurocentrismo.
Entre el centenar de obras privilegiadas, sólo nueve corresponden a la literatura americana concebida en castellano o en portugués. Agréguese que no hay ni rastros de que alguna vez se haya escrito en lengua francesa de este lado del Atlántico. ¿Acaso borraron del mapa a los países francófonos de América?
Nosotros los cubanos también fuimos evaporados de la literatura mundial.
Ni los versos de José Martí —“uno de esos lujos que la lengua española puede ofrecer al público universal”— merecieron la atención de los puntillosos escogedores.
Para ellos, sencillamente, no existimos.
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