Un nuevo espacio sonoro ha nacido en la UNEAC avileña. Un espacio que desde este 28 de octubre de 2015 caló hondo en los testigos directos del mismo. Bajo la dirección y concepción de Olexys Ordoñez, un músico excepcional, miembro de la filial de Música de esta célula provincial y profesor de la escuela de arte Ñola Sahíz, la noche se convirtió en una especie de rara avis, reconfortante hasta la médula, en el mundo cultural avileño.
Desde la dirección artística de Delvis Sabino Soto, productor de la UNEAC, el espectáculo —porque así fue concebido y así se mantuvo durante la hora y media que se sostuvo en escena— interpuso piezas claves del jazz universal con lo más selecto del repertorio cubano. Una amalgama de culturas que, aunque entre espinas aún, esperan un día darse el abrazo definitivo.
La intención siempre fue atraer a los jóvenes estudiantes de música a la sede de la UNEAC y mostrar a sus padres por dónde va la instrucción musical de estos muchachos que quizás, en muy pocas ocasiones, han tenido la oportunidad de enfrentarse a un escenario y un proyecto sonoro real y muy en serio.
Supongo que para ellos haya sido todo un acontecimiento como lo fue para nosotros, los pocos miembros de nuestra organización que estábamos allí, un mal devenido a pandemia que ya se ha adueñado de nuestra vida cultural.
Pero nada impidió que los muchachos, agrupados en cuartetos y quintetos de vientos, metal y madera, apoyados por una percusión bien sencilla y oportuna, se dieran a disfrutar de temas como Summertime del gran George Gershwin, Never de Peggy Lee, entre muchas otras, y las imprescindibles de nuestro repertorio musical como Recordando el cha cha cha, Son a Glady Nidia, San Luis y Siempre en mi corazón de Ernesto Lecuona, entre otras.
Catorce temas musicales repartidos entre la sonoridad y el color de los instrumentos de viento, esos que tienen una carga dramática bien importante dentro de la orquesta y que son, prácticamente, responsables del reforzamiento de conceptos, de colorear la idea que sobreviene con la armonía y la tonalidad, y que imprimen dinamismo a la obra. No son tan suaves como los de madera, pero por momentos son audaces en la interpretación de pasajes melódicos y dulces, con poco volumen.
Y en la presencia de un cuarteto masculino y un quinteto femenino, se pudo presenciar esa sonoridad tan diferente que surge desde el aparato sonoro de ambos. Sin ser una lucha de géneros ni mucho menos, quedan en evidencia los saltos interpretativos, la candidez o la grandilocuencia presentes en ambas formas de interpretar la música. Porque la diferencia es manifiesta. En verdad creo que sí existe una forma femenina de hacer la música y otra masculina. Lo que no creo es que deban ser antípodas.
Esto ayuda también a la concepción escénica del momento. La dramaturgia exige, para su buen ejercicio, un equilibrio entre los matices fuertes y suaves, entre lo cálido y lo frío, entre los distintos conceptos musicales, así como ir dejando las piezas más contundentes para el momento climático, que nos alza en bandas hasta la cima de todas las cosas. A mi juicio, la pieza Zapateo cubano, de Ernesto Lecuona, logró este cometido y con ese fino sabor criollo, en contubernio con la tradición española que nos resulta tan familiar.
Que los muchachos pierdan por momentos el sentido de cohesión, el ritmo; que la percusión se atrase un tanto y que el propio grupo luego corrija la marcha y se renueva el repertorio, son asuntos propios de la música y de la interpretación. O lo que es lo mismo, es propio del ser humano que es todo un manojo de nervios, de subjetividades que conforman un modo de interpretar el mundo. Con el tiempo eso se perfecciona.
La noche no se apañó por ninguno de estos detalles. Todo lo contrario. En este caso se cumple aquello de que las manchas no hacen al sol, sino que son parte de él.
El Quinteto Assai, esa agrupación insigne ya de nuestra localidad y que lidera el propio Olexys Ordoñez, tuvo la majestuosidad necesaria para conducir la noche sin necesidad de imponer protagonismo e incitar a los otros músicos a tocar con el alma escapada del hombre o el hombre escapado de sí mismo, como quería Martí, nuestro Martí.
Fue el anfitrión ideal. Marcó las pautas a seguir. Apoyó el contenido de un guión elaborado a cuatro manos desde la idea inicial de Ordoñez y con la creatividad de Delvis Sabino Soto que supo ser exacto, oportuno y contundente en sus palabras y cuya conducción de la estudiante de guitarra Emily Jiménez no demeritó su valía. Todo lo contrario, aportó fuerza, carácter, belleza y claridad.
Ahí tenemos una futura conductora de espacios, es nuestra cantera. Quizás un día la veamos como guitarrista dentro de las filas de la Asociación Hermanos Saiz y luego de la UNEAC; o como conductora de espacios musicales como este, que tiene la impronta del buen gusto y del amor por la música por sobre todas las cosas.
Enhorabuena Olexys Ordoñez parió este hijo amado. Ahora falta la continuidad y el nombre que lo identifique, pues no creo que Noches de vientos sea el adecuado. Ahora falta la constancia y la oportuna decisión de hacerlo espacio fijo dentro de la filial de Música de la UNEAC avileña. Motivos tiene, suficientes, y es un deber para con la cultura local que siempre lo agradece.
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