…los pueblos originarios explotados y oprimidos ya se levantan


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En una oportunidad el connotado escritor y profesor Juan Nicolás Padrón Barquín destacó que “después de la invasión de Europa en 1492, el racismo de los colonialistas españoles trajo consigo tres variantes a América: la aplicación de la llamada limpieza de sangre, para los súbditos de la Corona, la discusión de si los indígenas americanos poseían o no alma, y una oprobiosa discriminación racial hacia los esclavos africanos”.

Tres variantes históricas que no ofrecen duda alguna, si precisamos que los motivos y las fundamentaciones del racismo –como aspecto del problema racial–, hay que analizarlos también desde el punto de vista de su evolución en nuestra América.

En un primer período, entre los siglos XVI al XVIII, el debate es teológico-medieval, en el cual lo civilizatorio no es más que un aspecto de la cristianización; la cristianización combate, con todas sus armas espirituales y materiales, a paganos, herejes y salvajes, enemigos o desconocedores de su Dios; el objetivo de teólogos y religiosos es la salvación de las almas y la conquista del paraíso celestial; detrás de ello está el de los conquistadores: segregar para dominar. Sobre la base de la fundamentación teológico-religiosa, del derecho canónico y del derecho civil, se estructura, paso a paso y según las circunstancias modificadoras, un sistema de dominación en América.

Recordemos que la España que arriba a nuestro continente es la que ha concluido un proceso de conquista –llamado en la historiografía tradicional Reconquista– de la Península Ibérica al ocupar, en un proceso de siglos, los territorios que durante generaciones habían estado en manos musulmanas; en manos de los llamados “moros” por los castellanos. Hasta entonces, habían convivido tres culturas –tres religiones– en suelo hispano, la cristiana, la musulmana y la judía. Por medio de la fuerza, y apelando al derecho de conquista, los reinos cristianos, no solo despojaron de sus territorios a “moros” y judíos, sino que, además, les ocuparon sus riquezas y, en el mismo año del descubrimiento de América, expulsaron a los judíos y, unos años después, a los “moros”. Todo este proceso realizado “en nombre de Dios”. Solo pudieron quedarse en la península los que se cristianizaron. Por estas razones, para distinguir a los cristianos “viejos” de los “nuevos”, se instauró la “limpieza de sangre”.

El traslado a América de este instrumento castellano fue una hipóstasis que sirvió para excluir a indios, negros, mestizos y a otras razas, del acceso a la cultura, a cargos significativos de gobierno civil o eclesiástico y a medios de riquezas. Ello tuvo un efecto estructurante en las sociedades nacientes: la formación de una élite cultural, política, social y económica; de una élite hegemónica.

Asimismo, y atendiendo a otro tema investigado profundamente por el historiador doctor Eduardo Torres-Cuevas (1) –y destacado al mismo tiempo por el profesor Padrón–referido a si los indios tenían alma o no, fue el centro de uno de los debates más enconados durante aquellos primeros tiempos, y en los que jugó un papel fundamental de apoyo a todos los sistemas de esclavitud la Iglesia católica.

“Toda época está llena de nichos en los cuales se refugian y actúan las tendencias que las historias-paradigmas precisan olvidar u ocultar. El debate sobre la condición del indio, cruzó todos los aspectos jurídicos, religiosos, culturales y económicos de los primeros tiempos. Por ejemplo, una de las primeras polémicas que tuvo lugar en 1516, fue entre el primer obispo designado para Cuba, fray Bernardo de Mesa, y fray Bartolomé de Las Casas quien, con posterioridad, sería conocido como Protector de los Indios. Para Mesa, los indios eran inferiores a los hispanos –era la etapa de la conquista insular en Las Antillas; aún no se avanzaba en la conquista del continente–,  porque eran hijos de la luna y el mar, débiles, incapaces de trabajar, lo que los excluía del tratamiento salvador; Las Casas le riposta indicando ¿qué dirían los habitantes de Bretaña, Sicilia y otras islas europeas, con las mismas condiciones que las del Caribe, ante tal tratamiento? Aquí se observa ya un doble rasero para Europa y para América”.

Al respecto y al escribir acerca del régimen de la esclavitud en su libro “La Ciudad de Dios”, San Agustín afirma: “Es la voluntad de Dios que haya esclavitud, y el querer suprimirla es rebelarse contra él”: mientras que, refiriéndose a la servidumbre, San Laud de Angers dijo: “Dios mismo ha querido que entre los hombres unos sean amos y otros siervos, de modo que los amos deben amar a Dios y los siervos amar y venerar a sus amos”. Con respecto al capitalismo, el Papa León XIII expresó: “Los trabajadores deben aceptar sin rencor el lugar que la Divina Providencia les ha asignado” (2).

Según cronistas de la época, tras el arribo de Cristóbal Colón a la Mayor de las Antillas el 28 de Octubre de 1492, la medida fue resistida ulteriormente por los encomenderos y, cuando se aplicó, en los pequeños pueblos en que se recogieron algunos pocos indios –Jiguaní y El Caney, en Oriente y Guanabacoa, en La Habana–, solo se movía en ellos el fantasma de lo que había sido la población pre-hispana de la Isla. Entonces, la “limpieza de sangre” entre los vasallos del rey, jugó un nuevo y discriminatorio papel.

En relación con las independencias americanas, éstas constituyen otra historia, y es aquella de cómo las oligarquías latinoamericanas logran convertirse en la élite hegemónica de las nacientes repúblicas a partir de esa vieja historia de la llamada limpieza de sangre, de la segregación legal del indio, de la destrucción de su cultura, de la discriminación social y de la explotación económica. Hubo conquistas y represiones, tan sangrientas como las coloniales. La conquista, por ejemplo, del Arauca, en Chile, o de la Patagonia, en la Argentina, son acontecimientos de extrema crueldad para someter o extinguir a aquellas poblaciones existentes en dichos lugares. Son reproducción y continuación de los métodos de la conquista solo que modernizados y con una justificación decimonónica. 

Entre mediados del siglo XIX a mediados del siglo XX, el positivismo, la antropología y la antropometría, fundamentan el racismo, como concepción pseudocientífica de las razas y de sus características. Así surge la conceptualización y división moderna de las razas y las fundamentaciones entre razas superiores e inferiores.

Y atendiendo a observaciones del doctor Torres-Cuevas: “(…) Se establecen las cuatro razas –blanca, amarilla, negra y mongólica–  y sus características –medición de cráneos y huesos para determinar superioridad o inferioridad–. El Darwinismo, una de cuyas tesis más importantes es el Evolucionismo, apoya, en ciertas tendencias, una especie de evolución racial y antropológica asociada al llamado Darwinismo social. Sobre este paradigma, los tratados teóricos, históricos y científicos desarrollan las tesis que servirán a las nuevas guerras de conquistas, no contra herejes sino contra razas inferiores necesitadas de tutelaje. En consecuencia, se fundamenta la contraposición Civilización vs. Barbarie, en la que la inferioridad de las razas negra, amarilla y mongólica, las hacen incapaces de alcanzar el pensamiento abstracto y complejo de la civilización moderna. Todas estas corrientes fundamentaban la exclusión de lo diferente, descalificándolo como expresión cultural y social, base de toda dominación, dentro y fuera de una misma nación; base del colonialismo, del imperialismo, del neocolonialismo, del fascismo, de la división y segregación social. Algo más que la división de clases, porque el racismo es, también, una división al interior de una misma clase social”.

Hay que destacar aquí también como entre los criterios más trascendentales de la historia intelectual cubana está la argumentación martiana contra el esquema de civilización frente a barbarie.

“Criterio utilizado por Domingo Faustino Sarmiento, como base del predominio civilizatorio del criollo blanco en las nacientes sociedades latinoamericanas. Este era también el argumento “científico” para la fundamentación de una “Cubanidad  blanca”, excluyente y racista. Nuestro José Martí, previsor del peligro, afirma que no hay verdadera batalla entre civilización y barbarie sino entre “la falsa erudición” y la “verdadera naturaleza”. De ahí, su otra idea fundacional, Cubano es más que cualquier división de colores pero, la justicia hay que comenzarla por reconocer que el indio y el negro han tenido que vencer y tendrán que continuar venciendo mayores obstáculos para ocupar el lugar que les corresponde”.

. ¿Qué ocurre hoy en aquella América Latina descubierta, conquistada y colonizada desde hace siglos?

En el mundo actual y, no obstante el galopante desarrollo de las cada vez más sofisticadas nuevas tecnologías, algo sumamente importante a mencionar son la presencia de oleadas de emigrantes humildes y desfavorecidos procedentes del Sur hacia el Norte; oleadas que son capaces de cruzar el desierto del Sahara o de lanzarse al Mediterráneo, o de atravesar Centro América y México como ríos humanos e incontrolables. ¿Causas? Pobreza, desnutrición, hambre; falta de fuentes de trabajo para lograr condiciones mínimas de existencia. Al vaciar las economías del sur, al saquear sus recursos naturales, al limitar su desarrollo –proceso especialmente agudo en los últimos cincuenta años–, a las poblaciones de esos países no les queda más remedio que migrar.

Es la llamada migración económica, dada en que mientras la riqueza se ha ido concentrando en determinadas zonas del mundo, las poblaciones más desfavorecidas tienden a emigrar a ellas, por razones económicas.

Otra situación no menos importante es que son los países receptores de inmigrantes los que escogen a quienes reciben legalmente. Uno, por un interés científico-tecnológico que prima sobre el aspecto racial. Está además la necesidad de “brazos” –mano de obra barata–; en esos “brazos, la discriminación racial y cultural es mucho más directa y presenta todo tipo de sistemas de explotación, desde la esclavitud, la migración ilegal y las fábricas de bajos costos y clandestinas, entre otros.

Finalmente, lo que sí hemos tenido el orgullo de observar y de apoyar es que, desde finales del siglo XX y principios del actual, contra la llamada Cultura del dominador, está surgiendo una fuerza con la que han ido resurgiendo a su vez las comunidades indígenas, el pensamiento de América, la propuesta de sociedades americanas, e incluso, cómo los sectores populares han ganado en espacio político.

Esta es, sin lugar a dudas, una centuria de desarrollo y de construcción de la verdadera América Latina, entendiendo como tal, la que nace sangrante del interior de sus entrañas. No debemos olvidar que la sociedad latinoamericana estaba cimentada en esa discriminación racial y social del indio, del negro, de espacios dominados y dominantes de las élites políticas y, evidentemente, lo que observamos en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú, Chile…es la ruptura de ese esquema de dominio. Es en esos espacios donde radica la construcción de la futura América Latina, de aquella que expresa la pluralidad, la riqueza y todo lo que significa el mundo de tantas y tantas etnias y composiciones sociales diversas, y que descubridores, conquistadores, colonialistas e imperialistas jamás imaginaron.

Bien vale rememorar este Aniversario 528 del arribo de Cristóbal Colón a Cuba, aquel pensamiento de nuestro Héroe Nacional José Martí, en su artículo “Los Códigos Nuevos” (1877): “Toda obra nuestra, de nuestra América robusta tendrá, pues, el inevitable sello de la civilización conquistadora, pero la mejorará, adelantará y asombrará con la energía y el creador empuje de un pueblo en esencia distinto, de nobles ambiciones y aunque herido, no muerto”.

 

Notas:

  1. Doctor en Ciencias Históricas, Profesor Titular y ensayista Eduardo Torres Cuevas, en entrevista concedida a esta periodista en la sede de la Biblioteca Nacional José Martí con motivo del Foro digital de CUBARTE: El engaño de las razas (2011).
  2. William Z. Foster. Esbozo de una Historia Política de las Américas. Editorial Nacional de Cuba. La Habana, 1963.

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