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Luberta en mis recuerdos


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Alberto Luberta. Foto: Calixto N. Llanes/Juventud Rebelde.

Crecí escuchando Alegrías de sobremesa. Este programa y las novelas de “La onda de la alegría” echaron raíces en el paisaje sonoro de mi infancia. Repetir los bocadillos con que los presentaba era uno de mis entretenimientos favoritos, en especial los del inolvidable Eduardo Rocillo: ¡Aquííí, Radio Progreso presentando… Alegrías deee Soobremesaa!”

La promotora principal era mi abuela, pero el programa caló en las tres generaciones que convivíamos en la casa familiar de Santiago. Mi tío, cuando tuvo su propio radio, no dejaba de ponerlo para almorzar y para comer -como le decimos aquí a la cena. Cuando vine para La Habana también mi vieja había instaurado la tradición. A la larga, por varias circunstancias, me fui alejando del programa, pero qué alegría y cuántos recuerdos desencadenaba cuando de vacaciones lo volvía a escuchar. Recuerdos que estaban conectados, de alguna u otra manera, a la mesa, a la degustación, al placer.

Y es que Alegrías… tenía una estructura como que gastronómica, con aperitivos o entrantes musical-humorísticos y el plato fuerte, un sketch con lo mejor de los actores cómicos de la radio y la televisión. Todos escritos, desde el 15 de abril de 1965, por el maestro Alberto Luberta. No hayo en mi memoria, como radioyente, un programa tan armónicamente concebido para la hora que se trasmitía, para la sobremesa. Por eso se mantuvo por tantos años en los primeros lugares del rating radial de la Isla.

Regresé al programa años después, pero en otra dimensión. Con la inolvidable experiencia de participar como público en sus grabaciones. Siempre que me lo permitían mis estudios universitarios en la Quinta de los Molinos, caminaba Infanta abajo hasta los estudios de la emisora. Era la oportunidad de ponerles rostros reales a voces tan familiares; algunos ya los conocía por la TV, de Detrás de la fachada, de San Nicolás del Peladero, o de Tito el taxista: Aurora Basnuevo, Carlos Moctezuma, Enrique Arredondo, Idalberto Delgado, Mario Limonta...

Mientras esperábamos afuera, los veíamos llegar, a pie la mayoría y saludar humildemente. No se me olvida el día que conocí a "Rita", es decir a Marta Jiménez Oropesa, quien no era cual me la imaginaba, la verdad.

A Luberta lo conocí en el estudio; a la hora que llegaba a Infanta 105 esquina a 25, ya él estaba en la emisora. Al principio, era yo incapaz de estimar en su real magnitud lo difícil de su trabajo, escribir casi todos los días un guión dramatizado y para hacer reír, nada más y nada menos. No imaginaba que era el creador de las historias y también de la inmensa mayoría de los personajes, casi dos docenas en los más de 55 años del programa.

Más recientemente, compartí con el Maestro Luberta la espera y el viaje hacia el Museo del Humor de San Antonio de los baños, a raíz de la penúltima edición de la Humoranga Ariguanabense; en el que participaba en calidad de Presidente del jurado del Concurso Nacional de Literatura Humorística “Juan Ángel Cardi”.

Aquel día, antes de las premiaciones, nos reunimos los participantes en el acogedor el patio del Museo para la anunciada conferencia de Alberto Luberta. Los organizadores le habían pedido que disertara sobre el “Humor en Cuba” y este resolvió, con su acostumbrada modestia, convocando a los otros miembros del jurado y a otros de los invitados, completando con su sabiduría y experticia, las oportunas aseveraciones sobre el peliagudo asunto y alarmas sobre el estado crítico del humor escrito en la Isla.

Juntos a Luberta tuvimos aquella tarde otra dicha inolvidable, la presencia del maestro Eduardo Rocillo -ya retirado en aquel entonces-; a quien le pasaron el micrófono y, como en sus mejores tiempos, proyectó aquellas presentaciones de shows que fueron unos de los sellos que caracterizaron a Alegrías…     

No pasó desapercibida la humildad que caracterizaba a este Premio Nacional de Humorismo (2001) y Premio Nacional de Radio (2002). Genio y figura hasta sus últimos libretos, que no recurrió jamás al facilismo y al choteo oportunista, sino que dignificó -día a día- el orgullo de ser cubano.    

Durante esta inolvidable jornada, le preguntamos Luberta sobre la continuidad de su programa radial y nos confesó que no había podido enganchar a otro guionista talentoso, joven y comprometido, al que pudiese tutorial al principio y trasmitirle sus habilidades, por muchos años validadas con la alegría y el agradecimiento del público cubano.

Desgraciadamente, a la dolorosa perdida de su salida física de nuestro escenario cotidiano, se suma otra probable tristeza, la posibilidad de que desaparezcan también su Alegrías… y sus historias; que nos abandonen también el¡Qué aire más puro! ¡Qué vida más sana!”, de Etelvina y el sueño de que otra joven actriz con su propia sabrosura y tan cubanísima como Aurora, concluya -pensando y sintiendo como Luberta y sus inolvidables compañeros- con: "¡¡Qué gente, caballero, pero qué gente!!"

 

 


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