En días recientes de este Abril nos reunimos los colegas, amigos, familiares del actor y director teatral Luis Brunet para rendirle el homenaje póstumo con el cual un artista de su talla nos hace mejores.
A través de su extensa trayectoria Luis fue actor de tres compañía teatrales: el Teatro Nacional de Guiñol, durante sus primeros años de fundado, tras aquel Marzo luminoso de 1963; Teatro Estudio, donde comenzó su formación artística en 1959 y adonde sobre 1970 decidió regresar, luego de aprender y disfrutar el trabajo con la figura animada; grupo que integró por más de dos décadas, hasta que en 1991 se conforma la Compañía Teatral Hubert de Blanck que establece su sede en la sala del mismo nombre y cuenta entre sus fundadores a este hombre de Teatro.
Compartió la escena como actor con principales figuras en muchas de las más significativas obras de las dos primeras agrupaciones mencionadas. En Teatro Estudio intervino en El alma buena de Se Chuán, donde interpretó a El sobrino; vale recordar que en el elenco figuraban Raquel Revuelta, Helmo Hernández, Ernestina Linares, bajo la dirección de Vicente Revuelta, a quien asistía Sergio Corrieri (hizo la Asistencia de Dirección), en la puesta intervenían 28 actores; tomó parte también en el programa que conformaban Los habladores y El retablo de Maese Pedro, en el primero se encarga del personaje de Roldán, en el segundo se las tiene que ver con el títere que interpreta al Rey Marsilio, como nota interesante añado que en esta puesta, de actores y muñecos, Sergio Corrieri y Roberto Blanco se encargaron del maquillaje de sus compañeros, y la confección de las figuras animadas estuvo a cargo de los actores Laura Zarrabeitía y Manolo Terraza, mientras que en la asesoría titiritera colaboró Dulce María Farías; en Los fusiles de la madre Carrar se desempeñó como José, uno de los dos hijos de Teresa, la madre de esta obra que se desarrolla en la lucha en defensa de la República en la España de 1937; más tarde, en La muerte de un viajante, dirigida por Clara Ronay y protagonizada por Vicente Revuelta hace el Stanley, comparte la escena con Helmo Hernández, Roberto Blanco, Magaly Boix, Ana Viñas; en Pasado a la criolla, de José Ramón Brene se encarga de uno de los Guardias Rurales de la primera historia, de las tres que conforman la obra; en Madre Coraje, estrenada el 21 de diciembre de 1961, en el Teatro Mella, hace a un Joven Soldado; en Corazón ardiente interviene con Digger; en Doña Rosita… se ocupa del Señor X; en La toma de La Habana por los ingleses, defiende a Sir George Pockoc, el Almirante de la escuadra que inicia el sitio de la ciudad; en Galileo Galilei es el Monje que asiste al Cardenal, en Arsénico y encaje desempeña el Gibbs; sumo a todas estas obras Los diez días que estremecieron al mundo, Don Gil de las Calzas Verdes, La vuelta al mundo en 80 días, Imágenes de Macondo, Tiene la palabra el camarada máuser, La madre, Algo muy serio, Bodas de sangre, mientras que en el Teatro Nacional de Guiñol participó en Las cebollas mágicas, El sueño de Pelusín, El pequeño príncipe, La caja de los juguetes, Ubú Rey, La corte de Faraón, Shangó de Ima, La Celestina, Chicherekú, Don Juan Tenorio.
En Teatro Estudio se ocupó, además, de labores de promoción creando un espacio en la radio para hablar acerca del trabajo del grupo y brindar a la audiencia conocimientos generales sobre el arte teatral, y en esta institución desarrolló su trayectoria como director artístico: en diciembre de 1982 estrena Días y flores, un guión en colaboración con Marta Valdés, a la sazón asesora musical de la institución; en 1986 dirige El abuelo se quiere casar , a los que se añaden La Caperucita Roja, en versión de María Clara Machado, y La Cenicienta. Desde entonces quedó en Luis la preocupación por programar sistemáticamente espectáculos para niños en la sala de Pediatría del Hospital Oncológico de la capital.
La trayectoria como Director la continuó, luego, en la Compañía Hubert de Blanck, en ocasiones presentando espectáculos para infantes y adolescentes como La Caperucita…, La Cenicienta, Los juegos del amor y del azar, de Marivaux, pensado especialmente para un público muy joven, mientras que en otras oportunidades se dedicó a elaborar puestas en escena para el público adulto, tales como El Avaro, La cacatúa verde, Los hermanos queridos, La farándula pasa , que fue el último título que subió al escenario de su mano.
Durante un extenso período de su vida compartió estas faenas con el trabajo en la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC, donde por años estuvo a cargo de las celebraciones sociales por el Día Internacional del Teatro y las galas del Premio Caricato.
Integró Jurados en eventos de artes escénicas como el Concurso UNEAC de Teatro para Niños, el Concurso Caracol, CIRCUBA y el Festival de Teatro de Camagüey. Su ingente actividad fue reconocida con la Distinción 20 Años y 30 Años de Teatro Estudio respectivamente, la Orden Raúl Gómez García, el Diploma Nicolás Guillén y la Distinción por la Cultura Nacional.
Fue Luis un hombre culto, una cualidad esperada en un artista pero paradójicamente infrecuente en esta profesión; fue generoso, cálido, estuvo acompañado siempre por un peculiar sentido del humor y la voluntad de ver a toda costa el lado amable de la vida. “Luis Brunet de Cuba” así se refería a sí mismo en broma con los amigos y colegas, con el oído cercano al habla popular y la atención centrada en el comportamiento cotidiano, con una habilidad única para hacer la crítica del día a día en clave de elegante gracia.
Cuando nos reunimos en la sala Hubert de Blanck para despedirle, Orietta Medina, Directora General de la Compañía homónima hizo referencia a las diversas formas de sentir la pasión y calificó muy certeramente a Brunet como un apasionado del arte al cual dedicó su vida, aún cuando lo hiciera de esa peculiar manera, ajena a estruendos y llamadas de atención, pues fue Luis persona siempre discreta y gentil, hombre de una sensibilidad extrema.
En los años altos de la vida y, ahora lo entendemos mejor, con la salud lastimada, aún continuaba Luis empeñado en alzar obras sobre el escenario. Lo hizo gracias a su férrea voluntad y a la sabiduría, el respeto y la comprensión de la Directora General de su compañía, quien lo respaldó en todo momento como lo que era: uno de los últimos de esa hermosa estirpe fundadora del teatro cubano de la segunda mitad del siglo XX: el teatro recio y múltiple que aún la producción del tercer milenio no consigue igualar; el arte imaginativo y fervoroso que sobrevive, incluso, la zona aciaga de los setenta, remonta el llamado período especial y entrega allí su heredad a las principales figuras del presente.
Que el ejemplo y la entrega de Luis Brunet nos estimule por siempre.
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