Hace ya bastantes años, cuando laboraba como cronista literario en el periódico Juventud Rebelde, un buen día recibí una carta que significó sorpresa y alegría. Un joven profesor, residente en Santiago de Cuba, decía haber encontrado en mis artículos divulgativos sobre LIJ algunas de las respuestas a sus muchas inquietudes sobre cómo debía ser la literatura que se dirigiera a la infancia. En respuesta, me enviaba un cuento. Lo que quizás él nunca supiera es que, a su vez, ese hermoso cuento, el elemento de una ventana, motivó que yo escribiera uno de mis libros más entrañables: Mensajes. Con los años, la amistad con este autor —pues ya lo es— y con su familia fue creciendo y creo que el respeto por su obra también, obra que se mueve entre la poesía, los libros de cuentos y la novela infantil y juvenil. Luis Carlos Suárez (1) es de esas personas que nunca me arrepentiría de conocer, pues a esa calidad literaria que en cada nueva obra se renueva —como mi admiración— se suman las dotes de una persona de excepcionales sentimientos, como bien demuestran las palabras de este diálogo, diálogo inacabado, como esa amistad (casi hermandad) que desde la distancia en Bayamo y La Habana nos empeñamos en mantener a través de los años.
¿Cuándo descubriste que te interesaba escribir para niños?
Escribo desde niño. Cuando estudiaba en primaria redacté composiciones para amigos incapaces de hacerlas, poemas mal rimados para noviazgos en crisis y cuentos satíricos cuyos personajes eran los maestros que me hacían la vida imposible. Todavía, hurgando en las cajas, salen de la oscuridad las vísceras de alguna novela sin futuro, los esperpentos atribulados de mi sueño de escritor. En aquel tiempo mis temas eran muy adultos y tenían una muy marcada influencia de la radio; de las novelas y teatros de este medio. Cuando fui adulto me nació mi primer libro para niños. No sé cómo llegó, pero me tengo en la memoria sentado bajo los árboles, en un banco de la Universidad de Oriente, escribiendo romances donde nadaban tiburones y cangrejos, barcos fantasmas, un faro amigo del barco que se quedó dormido un día y un caracol al que le decía que si me daba la música de ese mar entonces le ensillaría caballitos de coral. Aquel libro obtuvo una mención en el concurso Manuel Navarro Luna. Una obra imperfecta, llena de novatadas e incongruencias. El jurado estuvo presidido por Eliseo Diego con el que no hablé por timidez, pero de quién leí una nota apretada y urgente donde decía de los errores del libro, aunque al parecer algunos versos se habían salvado del naufragio. Aquellas observaciones de Eliseo, para mí fueron un premio. Algunos amigos no entendieron mis sentimientos de triunfo espulgado de una nota donde solo asomaban los errores que señalaba el maestro. Carlos Tamayo, mi amigo tunero me pidió enviara mi libro a Waldo González López. Yo no lo conocía pero atendí la recomendación y al poco tiempo recibí el cuaderno colmado de anotaciones. Siempre le agradeceré a Waldo y a Mayra Hernández la ayuda, el soplo con que me impulsaron mis primeras obras.
¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niños?
El tono está muy relacionado con la visión subjetiva que tenemos del niño, con la valoración interna que tenemos del alcance de su percepción. Aunque no lo creemos eso influye. Trato de huir de la grandilocuencia y del didactismo. Hago todo lo posible por mantener un cierto tono conversacional, como si le estuviera contando una historia mirándole a los ojos y al calor de la hoguera que salva todos los misterios. Quiero que el niño me crea, pero a la vez no insisto; a veces una duda, una inquietud, abre las puertas que cierra una definición exacta. Con toda intención dejo vacíos que trato se conviertan en sugerencias. Trato de no sentirme superior sino amigo.
¿Te pareces a los personajes de tu obra? ¿Cuál es el más entrañable?
Estamos en nuestros libros, en todo lo que el libro es, en su filosofía, en el sentido de la vida que expresamos en él. Al escritor más allá del acto consciente, se le escapan sueños, dudas que lo asedian, inclusive sus temores. No podemos negar esa identificación, el escritor es el demiurgo, el domine, pero a su vez es difícil que lo señalen aquí en esta parte de la historia o en aquel personaje, porque la problemática es mucho más compleja. El autor se nutre de las experiencias, de su vida y de las vidas de otros, de la cotidianidad, transformando todo esto al calor de su crisol personal, el de la creación. Creo que mi personalidad o algo de ella vive en los libros que escribo, pero no creo parecerme a ninguno de mis personajes. A los personajes de mis historias los quiero no solo en relación con mis gustos o punto de vista, sino en la medida de lo que representan para mis lectores. Me es entrañable la Beatriz de Claro de Luna porque al salir publicado el libro comprobé el cariño que por ella sentían los niños que leyeron mi obra. Quizás también porque mi historia le gustó mucho a un amigo del que recibo mucha ayuda y al que aprecio mucho. Plumón, la protagonista mi noveleta La loma de los gatos es uno de mis personajes preferidos. Me inspiré en una niña que conocí cuando vivía en Santiago de Cuba. Una niña aparentemente extrovertida y malcriada que pintaba conejos en las paredes del edificio y subía los escalones de dos en dos, sacando de quicio a los moradores, algunos de los cuales pedían destierro para ella y su familia porque desentonaba en aquel lugar. En aquella niña agitadora creí ver una escondida tristeza y eso creo motivó mi novela.
¿Cómo concibes idealmente a un autor para niños?
Como un niño grande que no se olvida del pequeño que fue, alguien que conserva la capacidad de asombrarse frente al mundo. Aquel que ha perdido a una estrella y continuamente la busca en los ojos de un niño. Con esto he quedado definitivamente cursi y quiero salvarme. Es un profesional que respeta la infancia, de ahí su compromiso. Por tanto, estudiará con tesón, leerá clásicos, dialogará con los pequeños y escribirá, escribirá colmado de dudas y solo se salvará cuando encuentre sus lectores, aunque sea uno y viva en el país de Nunca Jamás.
¿Cuál fueron tus lecturas de niño?
Leía de todo. En aquel tiempo era mejor lector que ahora, era un lector inocente que no discriminaba, que no conocía a los críticos, leía por puro placer, no pensaba ni en educación ni en cultura, sino en el disfrute pleno, casi hedonista. Yo conocí el perfume de los libros, el olor del papel y la cubierta. No leía para que se enteraran de lo informado que estaba ni por apariencias, lo hacía por hambre de lectura y nunca me llenaba. Quizás también leí por evasión, para apagar las voces de los cuchilleros de mi barrio, de las broncas en la esquina, de los lamentos de la hija de fulana que se pegó candela. Amaba los libros de aventuras. Cuando leí Robinsón Crusoe estuve sordo varios días, mi oído se volvió marinero y solo escuchaba el mar de las islas que para mí era distinto al mar de los continentes. Cómo olvidar El Llamado de la Selva, Colmillo Blanco, la obra toda de Julio Verne, ideal para mí porque tenía un globo en el que podía escapar. En momentos me entró la fiebre de la Ciencia Ficción. Pero también soy hijo de la oralidad. Mi barrio, en el que crecí, era una extensión del campo, en sus fronteras nacía el monte y hasta nosotros llegaban las leyendas, la Mitología Cubana. De noche, íbamos al lugar más importante, la esquina. Bajo una luz cenital, el cuentero, el mentiroso, nos decía que sembró un árbol de asombro, daba unos anoncillos tan grandes que su mujer utilizaba las cáscaras como palangana para lavar. En realidad, mis primeros libros fueron las novelas radiales y los cuenteros de mi barrio, que conocían todas las historias, inclusive la de Pedro de Males, descendiente quizás del Pedro de Urde Malas de la tradición española. He tenido la suerte de estar muy cerca de la tierra.
Si debieras salvar diez libros de un naufragio, ¿cuáles escogerías? ¿Cuáles de los tuyos?
La Edad de Oro, Codine, La Guerra y la Paz, La Biblia, la poesía de Rilke, El Siglo de las Luces, Así se forjó el acero, Ismaelillo, cuentos de Julio Cortázar, Cien Años de soledad.
¿Qué es para ti lo más importante? ¿Qué es lo peor?
Lo más importante, la autenticidad. Lo peor: La conciencia de que estoy quedando mal conmigo mismo.
Nota:
(1) (Santiago de Cuba, 1955). Algunas obras: Claro de Luna (1989), La loma de los gatos (2000), Las mentiras del Rey Arturo (1999), El caballero de los pájaros (2005).
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