Luisa Martínez Casado, ¡arriba el telón!


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Finalizada la Guerra de los Diez Años, y aún en los veinte años posteriores, el arte dramático en Cuba tiene una posición más bien de retroceso si se compara con el desarrollo adquirido años atrás; a pesar  del esfuerzo de autores, empresarios y actores por lograr una actividad teatral sólida, no siempre estuvo acompañado por el “respetable público”, más concentrado primero en las zarzuelas y después en las presentaciones de las compañías españolas, italianas, norteamericanas y francesas con una obra eminentemente comercial; y por los bufos franceses y madrileños, preámbulo del género que con diversos calificativos –alhambresco, de variedades, vernáculo, bufo o criollo- ejerció predominio en la recreación de ambientes, personajes y situaciones de actualidad sobre la base de la comicidad y contenidos poco profundos, pero indudablemente gestor de una savia que daría loables frutos en la escena nacional.

Es el momento que abre la dicotomía entre los que serían llamados “teatro culto” y “teatro popular”, la música y el canto prevalecen, y el teatro dramático para subsistir busca espacio, incluso, fuera de nuestras fronteras.

Pero, en medio de esta situación, una figura femenina descuella: es Luisa Martínez Casado.

Bien le viene el viejo y certero refrán, “de casta le viene al galgo correr”. Los Martínez Casado son una prolífica familia de actores, directores y empresarios teatrales, de amplio reconocimiento en la historia del teatro en Cuba. Pues Luisa, como su familia, es de Cienfuegos, donde nació el 28 de agosto de 1860, en una casa frente al teatro Avellaneda, erigido por su padre en honor a tan destacada dramaturga camagüeyana; de manera que la niña Luisa no tenía más que cruzar la calle, el talento lo llevaba en la sangre.

Un mal momento le propició un buen momento, porque al destruirse el Avellaneda producto de un incendio, la familia decide probar suerte en La Habana y allí, con 15 años, triunfó en los teatros Albisu y Payret, consagrándose como “dama joven”, ni más ni menos que con la obra de un respetadísimo y muy culto autor, miembro de la Real Academia de la Lengua: Miguel de Echegaray. Del triunfo al compromiso profesional: viajó a la Metrópoli a estudiar Declamación en el Conservatorio de Madrid, donde, por cierto, ganó el primer premio en el concurso efectuado por la culminación de estudios, y se presentó en los mejores teatros, dentro y fuera de la capital.

De regreso a Cuba, se integra al conjunto dramático de Pildaín Segarra y actúa en un teatro con nombre de gobernador colonial, Lersundi, con un repertorio de 130 piezas. A pesar de la competitividad de la joven y el elenco que la acompaña, la acogida y disciplina del público no es muy buena que digamos; Rine Leal, en La selva oscura, describe con datos extraídos de la prensa periódica: “según las disposiciones vigentes, se prohíbe la entrada a tertulia y cazuela con garrotes, bastones o cualquier otro objeto capaz de molestar a los demás concurrentes (…) hay quejas por el incesante palmoteo de los espectadores en las altas localidades del Lersundi, el repiqueteo de los bastones en las lunetas, el incesante correr de los niños entre la orquesta y el escenario y la fumadera en los teatros, que a veces queman a inocentes mujeres” (Leal, 1982:97)

Con este panorama generalizado en la mayor parte de las salas teatrales, queda un camino para el arte dramático: las giras internacionales. Colombia, Venezuela, Puerto Rico, Santo Domingo y México reconocen y disfrutan el arte de la Martínez Casado, hasta el punto de que, como señala Ecured en su semblanza biográfica, “durante una función a su beneficio, arrebatado el público por el entusiasmo, le arrojó a la escena mil doscientos ochenta bouquet, ciento diecisiete coronas y más de mil doscientos ramilletes de rosas, la prensa mejicana la obsequió con una valiosa corona de oro, con la dedicatoria siguiente: "La Prensa de México a Luisa Martínez Casado"”.

Esta connotada actriz fue partícipe de hechos destacables dentro de la escena cubana, entre ellos, formó parte del elenco de la única pieza de “teatro culto” del prolífico Federico Villoch, El proceso Dreyfus (1900); y en esta misma línea, “intentando sentar las bases de una escena nacional a través de obras que llevaran al público una visión seria de la realidad, donde se mostrara un interés manifiesto por los contenidos a exponer y un propósito didáctico en relación con el espectador”, se une a Bernardo G. Barros, José Antonio Ramos, Max Henríquez Ureña, Luis Baralt y Peoli, para fundar la Sociedad de Fomento del Teatro (1910), una organización de amplios propósitos y efímera vida, que intentó “desarrollar el arte dramático en Cuba sobre la base de poner en escena las mejores obras universales y además dar a conocer dramaturgos cubanos del siglo XIX, como José Martí y Gertrudis Gómez de Avellaneda” (Borroto, 2003:162-163). Aunque no era su cometido, la Martínez Casado incursionó en el “teatro popular” alguna que otra vez, como es el caso de su interpretación de la mulata Dorotea en 1977, en la reposición de Los negros catedráticos , escrita nueve años antes uno de los talentos más originales de la escena teatral cubana, Francisco Pancho Fernández, “padre” del personaje negro o mulato libre y urbano, bajo la influencia de los personajes del español Alderíus y los minstrels norteamericanos, que en nuestro contexto que vive y actúa “como los blancos” en los suburbios de la capital, y del cual quedan imborrables reminiscencias en el teatro más contemporáneo.

Por la valía de su arte, Luisa Martínez Casado fue comparada con grandes entre las grandes de su época: la italiana Eleonora Duse quien buscaba, desde entonces, comprender la mentalidad del personaje para garantizar el éxito en cada interpretación; la simpar Sara Bernhardt, además primera empresaria en el mundo del espectáculo; y la dramática María Guerrero, Hija Predilecta de Madrid.

En 1911, tras el éxito de lograr que, previo plebiscito, el teatro construido en su Cienfuegos natal fuese bautizado con su nombre, la connotada actriz dejó definitivamente las tablas. Su última actuación fue en Cárdenas, con la obra Locura de amor, de Tamayo y Baus.

Falleció allí, entre los suyos, el 28 de septiembre de 1925, a los 65 años de edad.

 

Citas bibliográficas:

Borroto, A. “El teatro. Visión general de su desarrollo”. En: Instituto de Literatura y Lingüística y Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medioambiente (2003) Historia de la literatura cubanaTomo II. La literatura cubana entre 1899 1958. La República. Editorial Letras Cubanas, La Habana.

Leal, R. (1982) La selva oscura. De los bufos a la neocolonia. Editorial Arte y Literatura, Ciudad de La Habana.

Enciclopedia digital portable cubana, Ecured.

 


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