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Madre es Amor


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Ahora que se avecina el Día de las Madres, es buen tiempo para meditar una vez más. Andamos las cubanas y los cubanos en general, inmersos en la batalla por la formación de valores, por formar una verdadera ética ciudadana, en fin, por el enriquecimiento espiritual de nuestros hijos.

Hablamos de la familia, de los padres en especial y de la escuela. Y es muy cierto que estos factores son decisivos en la formación del llamado hombre nuevo, del que tanto habló el Che; pero pensando en estas cuestiones, invito a profundizar en el papel de la madre como centro inicial de la educación de las nuevas generaciones.

Desde antes de nacer, la madre siente y desea que su hijo, ese que va a ver la luz dentro de poco tiempo, sea un ser bueno, educado y feliz. Una madre siempre desea eso para su hijo.

Cuando llega el momento de amamantarlo, lo normal es que ese sentimiento se haga más intenso. A través del alimento natural, va el impulso emocional de que crezca sano, fuerte y útil.

Es el momento de la caricia cotidiana, de protegerlo de efectos exteriores que le puedan ser dañinos, de la necesidad de que crezca y se desarrolle en medio de tranquilidad y amor. Es el momento del cuidado físico y del cuidado moral.

Una verdadera madre, vigila que estos preceptos se vayan cumpliendo a cabalidad, mientras sus hijos van creciendo y desarrollándose.

Deben estar siempre limpios en cuerpo y alma.

La siembra de valores, desde el primer momento, está en esa acción protectora de la madre que cría a su retoño.

Ahí reside, en primera instancia, el valor que se da a la lactancia materna.

La lactancia materna crea una complicidad armoniosa entre la madre y el hijo, y esa complicidad hay que utilizarla para lograr intensificar la influencia educativa en los nuevos seres que se abren al mundo.

Es una maravillosa oportunidad que da la naturaleza y que no se debe desperdiciar.

Es el momento de tararearle al nuevo ser, una buena melodía, de hablarle aunque parezca que no entiende, de celebrar sus gestos y de acariciar sus manitas.

Casi un rito de amor, para que sepa que se le ama y cuida.

En ese éxtasis de cariño, la madre pasa buenos ratos, al mismo tiempo que va labrando el camino para la formación y desarrollo de su retoño.

De esta complicidad, hay que hacer partícipe al padre, que debe velar porque ese momento de la lactancia sea bien preservado. A partir de ahí, un buen padrazo apoyará inteligentemente las acciones educativas que van surgiendo al ritmo de la vida que va avanzando.

Cuando la hija o el hijo llega a comenzar a relacionarse más hábilmente con el resto de la familia y los amigos más cercanos, los padres deben ser vigilantes, amorosos de ese proceso que se inicia en la vida de esa nueva personita.

La hábil complicidad de la madre con su cría, se hace absolutamente permanente.

La familia entonces debe formar parte activa de la educación de los niños y adolescentes que la conforman. Con la ayuda de todos, la senda para un nuevo ser se abre más limpia y transparente, a pesar de los escabrosos tropezones que a veces la existencia, que por cierto es fugaz, nos presenta.

Para esas abruptas situaciones, también debemos educar a nuestros hijos. La vida es compleja, pero muy hermosa. Hay que amarla, agradecer la oportunidad de vivirla; y vivirla a plenitud, con felicidad, sin odios y con muchísimo amor, que resulta lo más importante.

Si así se afrontara la vida, habría paz y no guerras, habría felicidad y no dolor infinito, el Mundo sería distinto y los niños crecerían sanos y salvos.

Así queremos en Cuba que crezcan los niños, así queremos que la madre, el padre, la familia toda y la sociedad en su conjunto, sigan sembrando los valores más importantes para una verdadera cultura de la conducta de las nuevas generaciones.

No creemos en la falta de confianza y la degradación ética a la que apunta la postmodernidad, que tiende a la división e individualismo y que provoca, desengaño y abulia en el ser humano. Esto resulta muy peligroso en esta sociedad contemporánea y lamentablemente en todas las esferas de la vida.

Batallamos sin cesar por educar, por formar buenos ciudadanos, por evitar nocivas influencias que nos amenazan. No podemos olvidar que el papel de la madre desde el inicio de la vida, resulta imprescindible.

Es la primera acción educativa que tenemos que defender.

La madre, desde el proceso de gestación de un nuevo ser, se enfrenta hoy a un mundo polémico y trastornado, a un mundo amenazado. No hay una sola noticia que no espante. Dolor y miseria, migraciones dolorosas, alarmantes cambios climáticos, tecnologías avanzadas no solo para bien, sino para acciones guerreristas criminales, un mundo patético y de un futuro impredecible.

Sin embargo, hay que enfrentarlo con decisión y optimismo desde el vientre materno, con la complicidad de la lactancia y muy unidos todos, por el amor y la vida.

Para Martí: “… los brazos de las madres son cestos floridos”.

Con esos brazos, haremos el firme propósito de ayudar a vencer, inclusive, hasta lo que parezca imposible.

“Del empuje y el respeto de todos viene la fuerza salvadora”, decía el Maestro.

 


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