Hoy la Maestra Aurora Bosch, una de las cuatro Joyas del Ballet Nacional de Cuba, recibirá en el Instituto Superior de Arte, el Título de Doctora Honoris Causa que le otorga ese alto centro docente.
Cubarte le propuso a la Maestra conversar sobre evocaciones y agradecimientos; ella compartió entonces momentos conmovedores de su brillante carrera artística, y expuso su concepto personal de qué es realmente tener éxito.
¿Su decisión de ser bailarina fue personal o alguien la motivó?
Yo de repente me encontré haciendo una prueba para una beca de ballet; en mi familia no había antecedentes en este sentido, pero yo considero que los cubanos llevamos el baile en la sangre; habrá quien tenga dificultades para mover los pies pero en general las personas tienen un sentido rítmico y un gusto por la música, no solo por la música popular, sino también por la llamada clásica, aunque la música es una para mí.
Mi abuela fue quien me llevó, y era una oportunidad de estudiar una rama del arte. A mi madre le gustaba mucho bailar boleros y pasos dobles, y cuando me anunciaron que había ganado la beca pues fue un cambio en mi vida muy grande; con ocho años no sabía la dimensión que eso iba a alcanzar, pero como digo yo “ me picó el bichito” y era una cosa muy bonita escuchar la música, éramos un grupo de treinta niñas y la maestra Magda González Mora, era una bailarina del cuerpo de baile del entonces ballet Alicia Alonso; ella es una persona muy dulce y muy paciente.
Mi abuelo no quería, pues deseaba que yo estudiara secretariado comercial, y por eso en un principio se le ocultó todo. Recuerdo que mi madre me hizo una batica de piqué blanco por debajo de la rodilla y mi maestra Magda me decía: “Aurorita hay que recoger un poquito ese dobladillo porque no le veo las rodillas”, y así poquito a poco mi mamá se lo fue recogiendo hasta que llegó a su tamaño normal.
A mí me encantaba después de clases quedarme a ver los ensayos de la compañía que eran en el mismo local, en un principio en 21 y N—donde ahora está el hotel Capri--, luego nos mudamos para 11 y L, a una nave muy grande que estaba en la parte de atrás de una casona muy bonita; yo a veces llegaba a la casa tarde, como a las 8 o las 9 de la noche y mi abuela me preguntaba el motivo y yo le decía que estaba ensayando, ¡mire usted, con esa edad yo ensayando!, mentía un poquito porque me fascinaba ver los ensayos, eran bailarines fantásticos, yo miraba mucho, me veía yo quizás en ese camino; engañaba a mi abuela mirando y aprendiendo.
¿Por qué comienza a dar clases de ballet aún siendo bailarina en activo?
Fernando Alonso era nuestro maestro, más adelante José Parés; se convirtió en una experiencia muy buena que decidieran que los bailarines no esperaran a dejar de bailar para empezar a transmitir los conocimientos; le repito fue una linda experiencia, yo ansiaba que llegara ese momento, fue como un gran regalo, de verdad.
En determinado momento la academia Alicia Alonso fue ganando mucho prestigio y se fundaron sucursales en Matanzas, Cárdenas, Santiago de Cuba y otros territorios. Un día, Fernando nos llamó a Mirta Plá y a mí para preguntarnos si nos interesaba dar clases de ballet y comenzamos en una academia de música en el reparto Kohly, cuya dueña quiso introducir el ballet y esa fue nuestra oportunidad.
Yo tenía clases dos días a la semana con niñas pequeñitas y fue verdaderamente un reto muy bueno, pues fue el principio de registrar en la cabeza el proceso de lo que nos daban a nosotros nuestros maestros, irlo procesando para poder trasladarlo.
Ya con el tiempo y con el triunfo de la Revolución algunas de nosotros teníamos esa primera experiencia de enseñar, pero esto se sistematizó, tuvimos que hacerlo porque no había maestros para todos los alumnos en la Escuela Nacional de Arte, la ENA, que estaba en Cubanacán; entonces Fernando estaba quince minutos con cada una de nosotras en los salones.
¿Tiene alguna anécdota de estos momentos con el maestro Fernando Alonso?
En una ocasión, en que yo llevaba días tratando de que las alumnas asimilaran una corrección pero no la resolvían, Fernando, que siempre era muy respetuoso, estaba en mi salón y me dijo: “¿Aurorita puedo decirles algo? - y yo le contesté - “¿Cómo me pregunta eso Fernando? Usted puede ¿Cómo no va a poder?”
Entonces él va hacia delante, les da la corrección sobre la base de lo mismo que yo estaba tratando y al terminar, viene, se sienta al lado mío, suena la música... y las niñas lo hacen, y yo le digo: “Fernando, pero si yo llevo días tratando de que me entiendan para que lo hagan mejor…”, entonces me dio unas palmaditas y me dijo “ Aurorita no te preocupes, eso siempre va a ser así porque el baile es ver, reproducir, pero también es de sensaciones, de reflejos condicionados, de muchas cosas…”
Realmente me tranquilizó y fue una experiencia, porque luego, cuando he visto una clase de una bailarina, nueva en sus funciones de maestra, ha ocurrido lo mismo. La situación se repite.
¿A quiénes agradece sus grandes logros como bailarina y maestra?
Bueno, ya mencioné a mis maestros Magda, Fernando, José Parés y tengo que decir que Alicia bailaba en todos esos momentos y estaba muy activa; yo siempre desde muy pequeña estuve haciendo de pajecito para llevarle la cola a la reina y me maravillaba porque estaba en el mismo escenario en que Alicia Alonso estaba bailando.
Además la teníamos todos los días en la clase, porque ella tomaba clases con nosotros, con todas las muchachas, entonces nos poníamos de acuerdo porque se hacían dos grupos, entonces el grupo que le tocaba hacerlo junto con Alicia se perdía lo que se podía ver y entonces calladitas no turnábamos para todas poder verla.
Esto no se debe interpretar como que nosotros copiábamos de Alicia. Es tan importante ver y saber ver; es un acervo muy propio de nuestra profesión porque nosotros nos expresamos con el movimiento, no con la palabra ni con ningún instrumento. En la clase no hay que expresar un personaje, pero usted sí tiene que sentir qué le está diciendo la música, que le está acompañando.
Fue un privilegio ver a Alicia en su plenitud y compartir con ella clases y escenarios, además de los profesores como Alberto Alonso, que montaba las coreografías para la compañía; a veces yo estaba sola practicando en un salón y él venía y se recostaba en una barra y me señalaba: “Aurorita el pirué es de eje, no es de velocidad, ni de fuerza, es de eje”.
Yo pienso que además de los maestros, de los bailarines.., por ejemplo, en la Reina de las Willis a mí me gustaba mucho ver a Carlota Pereira; hay personas que dicen que tengo en la cara cierto parecido con ella, por la nariz. Carlota tenía una personalidad tan bonita, tan grande…
Siempre recibí ayuda de muchas otras personas también: de las compañeras que trabajábamos juntas, de los pianistas que nos acompañaban en las prácticas, también Joaquín Banegas, Laura Alonso, fue una generación…, bueno, fue una época muy bonita, una época de oro.
¿Cuáles considera sus momentos más trascendentales como bailarina?
No, no, no. A nuestra generación le enseñaron que siempre se siente insatisfacción, porque siempre se puede hacer más. Puede que haya una función que me haya gustado como quedó, pero siempre hay una arista que uno tiene que resolver.
A veces yo veía que se cerraba la cortina, los técnicos querían que saliéramos del escenario y yo veía a Alicia que cogía determinado paso que no se había sentido cómoda de la manera en que lo había hecho, acabadita, acabadita de terminar la función, y nosotros tomamos esa experiencia.
Pero un momento importante fue la sorpresa del Premio Anna Pavlova de la Universidad de la Danza de París, por la Reina de las Willis; yo era miembro del cuerpo de baile todavía y me dieron esa oportunidad.
Era un momento difícil políticamente, se dieron algunas circunstancias complicadas; algunos miembros de la compañía no se presentaron, y pienso que nosotros nos crecimos mucho para superar esa situación porque no se podía suspender la función.
Era el Festival du Champs-Élysées y todos pusimos nuestra alma. Pensamos mucho en Cuba y en que teníamos que hacerlo muy bien. Las críticas fueron muy buenas y ese premio no estaba concebido, lo crearon los críticos y escritores de la danza por mi interpretación de la Reina de las Willis, en el ballet Giselle, eso no lo puedo olvidar.
De todos modos, la satisfacción plena yo la veo más en el conjunto, específicamente la época que nos tocó vivir. En el desarrollo y consolidación como bailarina. La época no solo dentro del ballet, si no en cuanto al movimiento intelectual de aquella época.
¿Se refiere a la época en que usted se desempeñó como presidenta de la entonces Sección de Artes Escénicas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba?
Sí, yo estuve en ese cargo dos períodos de cinco años -todavía bailando- y recuerdo las reuniones que teníamos con Mirta Aguirre, José Antonio Portuondo, Alejo Carpentier, no quisiera dejar de nombrar a ninguno, pero es difícil, era el Consejo Nacional de la UNEAC, ¡y yo aprendí tanto, tanto, tanto!
Además me relacioné con artistas de la televisión, de la radio, del cine, del teatro, porque la sección comprendía todas esas manifestaciones con bailarines, con miembros del circo, con integrantes de grupos de pantomimas. Fue algo bello, de relaciones humanas. Encontrábamos dificultades para entender problemáticas que tenían algunos que no eran las propias. Fue una gran experiencia.
¿Existe alguna obra que hubiera querido bailar y no lo hizo por algún motivo?
No, porque hasta Carmen que fue tan difícil la pude bailar. Pero yo diría que sí hay obras que me hubiera gustado bailar pero no es que no haya podido, es que no se hacían en el momento en que yo bailaba, por ejemplo Don Quijote, se hizo en un época en la que ya no bailaba; además de que el repertorio con el tiempo se ha ampliado muchísimo, se ha enriquecido. Hay cosas mejores, otras no tanto: hay para escoger, diría yo.
¿Cuál ballet, de los que ha hecho, usted más ama?
Yo tengo que decir que por mi vida personal, por mi vida de familia, por circunstancias propias de la vida, he tenido dificultades que me han hecho vencer retos. No es que me gusten las dificultades, pero siempre estoy muy dispuesta a enfrentarlas, entonces en ese sentido artística, técnica e interpretativamente, tuve un momento de mucha felicidad cuando preparé El Lago de los Cisnes, que Berta Martinez, la actriz y directora de teatro, me ayudó tanto junto a Marta Valdés.
Cuando me levanté por la mañana el día de la función, Berta se había puesto de acuerdo con mi madre para que pusiera en un cofrecito una pluma de un ave ¡No lo puedo olvidar! Fue una satisfacción muy grande.
Y ¿cuál ballet amo más? Es que pararme en el escenario ya para mí es amor.
¿Qué sacrificios ha hecho en su vida para alcanzar el lugar que ocupa en el ballet a nivel internacional?
¿Sacrificios? A mí siempre me han gustado mucho los dulces y tenía que sacrificarme para verme delgada, porque a pesar de ser yo media pulgada más bajita que las otras tres joyas -Josefina Méndez, Mirta Plá y Loipa Araujo- parecía más alta por mi estructura ósea, precisamente por eso tenía que estar más esquelética que las otras.
De tantos premios y reconocimientos internacionales que ha recibido, éste que hoy le confieren ¿qué significado tiene para usted?
Este reconocimiento que me otorga el Instituto Superior de Arte me llega en un momento difícil, duro, porque el Comandante Fidel apoyó siempre al BNC y nosotros siempre teníamos el compromiso con él, con otros dirigentes, con las organizaciones y con nuestro pueblo de hacer las cosas bien.
Yo personalmente me planteé la necesidad de superarme mucho culturalmente y esto, con el tiempo, madurando como jóvenes, era algo que sentíamos como un compromiso con Fidel. Tener éxito no quiere decir que todo salga bien. Siempre hay que crecer, siempre hay que seguir aprendiendo. Cuando ya no podamos respirar más, es cuando ya no se puede aprender más.
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