Una ciudad, múltiple y diversa, está cumpliendo 502 años.
Debe su historia y su cultura a esa mezcla étnica que la hace única, que la identifica. En apretado entretejido, dejan su impronta anónima y decisora los esclavizados y sus descendientes, esas manos negras que construyeron La Habana.
Investigar sobre el tema no resulta fácil, y socializar los resultados es una necesidad cada vez más ineludible. Por eso el Centro Nacional de Superación para la Cultura dedicó al tema una emisión del programa televisivo Punto de Partida[1], donde entrevistó a la MSc. Inaury Portuondo Cárdenas, museóloga especialista del Museo Casa de África y miembro del Comité Cubano Ruta del Esclavo de la Unesco; de los resultados de esa conversación, ofrecemos algunos apuntes:
En su referencia a los aportes culturales del proceso de esclavitud de origen africano en el desarrollo de La Habana como ciudad más importante del imperio español de ultramar, la investigadora se refirió, en primer lugar, a que éste no fue un proceso al azar, pues muchos esclavizados tenían determinadas habilidades constructivas, aprendidas en sus lugares de origen, que fueron muchas veces imperios con edificaciones y zonas amuralladas, en correspondencia con el momento histórico; esos aportes culturales comenzaron a incidir en una villa que en menos de tres siglos se convirtió en una gran ciudad, edificada a imagen y semejanza de las ciudades españolas, pero con la impronta de los conocimientos de los africanos y de sus posteriores descendientes.
La Maestranza de Artillería (1843), destinada a la reparación de los montajes y piezas de artillería Foto: Internet
Muchos esclavos tenían habilidades constructivas
Tan imprescindible resultaba esa mano de obra especializada, que, aunque se mantenía una organización similar a la esclavitud de plantación, a estos los mantenían en barracas cerca de las fortificaciones, a fin de que pudieran, en caso necesario, llegar a pie de obra lo más pronto posible. En lo que se conoció como la Maestranza de Artillería, en la manzana triangular de las calles Cuba y Chacón, se situaban los “esclavos del Rey”, dedicados a las construcciones militares; en este momento la entrevistada acota la importancia de investigaciones como las de la Dra. María del Carmen Barcia, quien aclara que el apellido Del Rey, precisamente en La Habana, proviene de estos africanos que al llegar a estas tierras eran bautizados con nombres católicos y el apellido del amo, que en este caso era el monarca español.
Con respecto a esa marca de la mano de obra esclavizada y liberta en el desarrollo arquitectónico de La Habana, la investigadora confiesa que fue fundamental: fueron ellos quienes levantaron, piedra a piedra, esas edificaciones y palacetes de los que nos enorgullecemos hoy, y las fortificaciones que los defendieron también.
Palacio de Aldama, contruido con mano de obra esclava Foto: Internet
Cantos de labor traídos en sus mentes, y particularidades de lo que podría llamarse hoy reinterpretación desde el diseño, formaban parte de un proceso de instrucción en el oficio que se mantuvo gracias a la oralidad como expresión de resistencia cultural.
Los estudios de antropología y etnografía en Cuba –sobre todo a partir de la obra de Fernando Ortiz-, permiten consolidar criterios referentes a la transculturación y sincretización, sobre la base de que los africanos en sí mismos ya venían transculturados, pues los imperios absorbían pequeños reinos; en este sentido, Inaury prefiere ejemplificar con la religiosidad popular, precisamente en la repetición de cantos que han llegado hasta hoy, como “Congo de Guinea soy/ Congo de Guinea soy/ buenas noches criollo”, que desde el punto de vista geográfico hace pensar en las distancias entre las regiones del Congo y de Guinea, y señala claramente el traslado de esas personas desde el centro del continente hasta el Golfo de Guinea, donde estaban establecidas las estructuras para el embarque hacia América; estos cantos, utilizados para llamar a los ancestros, responden también a un recurso para no olvidar el origen, y una evidencia de transculturación.
La religión constituyó una plataforma para la expresión de otras manifestaciones culturales; y se ve de forma manifiesta en la obra de pintores y grabadores europeos que refieren escenas de origen africano representadas en Cuba, así como en la gestualidad, la culinaria, el baile, el canto… punto aparte merece, en su análisis, el hecho de que el gobierno español permitiera el establecimiento de los cabildos de nación como organizaciones de ayuda mutua -surgidos en Sevilla con esclavos provenientes de África-, que más allá de un medio de dominación y de control fue revertido, para los esclavizados y sus descendientes, en un elemento de resistencia cultural, enmascarando detrás de las advocaciones y regulaciones católicas toda su cultura autóctona. Estos cabildos, génesis de futuras cofradías y gremios de libertos, fueron marcando la pauta de la religiosidad popular de matriz africana en la ciudad. Refiere, como ejemplo poco divulgado, una zona que estaba totalmente poblada por ararás, quienes poseían propiedades que en ocasiones rentaban para ayudar a sus congéneres, dígase, a pagar por su libertad o en servicios funerarios; de ello queda hoy día, el conocido como “Solar de los arará” en la calle Sol del Centro Histórico de La Habana Vieja.
Inaury Portuondo señala como otro elemento importante, el referente a la economía: refiere que alrededor de 1810, Alejandro de Humbolt afirma que en La Habana había una población de más de 288 mil africanos y sus descendientes; y ya desde antes de esa fecha, y hasta las postrimerías del siglo, se desarrollaba un eje de servicios que dinamizaban esta ciudad portuaria, buena parte de los cuales estaban en manos de antiguos esclavos o libertos, que llegaron, con el tiempo, incluso a formar parte de una burguesía media, un peligro para el gobierno colonial; entre los principales servicios se encontraban los de barberos, los flebotómicos (antecedente del dentista), y las parteras -las más demandadas por la alta sociedad, con la particularidad a su favor de que ofrecían servicio nocturno, no establecido por el Protomedicato de La Habana-, muchos de los cuales tenían recursos para tener sus propios establecimientos y pagar por los anuncios en los periódicos.
Una Habana seguidora de la moda de alta costura europea, no lo hubiera sido sin la presencia de sastres y costureras descendientes de africanos, que por la calidad y eficiencia asumían toda la confección con tejidos apropiados al clima insular; de esto da fe la obra cumbre de Cirilo Villaverde, donde el sastre Uribe no es personaje de ficción, sino un mulato que tenía su sastrería en la calle Teniente Rey.
También los servicios funerarios estaban en manos negras o mestizas. El primer servicio de este tipo en la ciudad perteneció a un afrodescendiente, e incluía un tren cuyos vagones se rentaban para el traslado del sarcófago hacia el camposanto donde se realizaría el entierro.
Es de señalar, puntualiza además, la existencia del Batallón de pardos y morenos libres, en función de la defensa de la ciudad, como parte de la red de africanos y descendientes que desde diversas posiciones estaban aportando al desarrollo de La Habana.
La investigación de Inaury Portuondo no deja lugar a dudas. Se trata de hombres y mujeres que con una presencia anónima han dado – y dan- vida y permanencia a esta capital de todos los cubanos.
No hay una tarja que los recuerde, ni una ruta cultural que vitalice su presencia. Pero están ahí, en las piedras, en las tradiciones, en la historia y en las costumbres de esta Habana que es, a su vez, real y maravillosa.
[1]Producto audiovisual televisivo especializado en procesos culturales cubanos, realizado por el Centro Nacional de Superación para la Cultura con la colaboración del Canal Educativo de la Televisión Cubana y el coauspicio de la Cátedra Unesco Cultura y Desarrollo.
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