Nos presentó el finado Luis Duvalón una tarde de invierno a comienzos de los años noventa. Fue en el café que está en G y 23 y para ese entonces el café, el té y una infusión de caña santa podían calentar el cuerpo, muy a pesar de que los efectos secundarios no son dignos de contar.
Hablamos por al menos una hora y encontramos algunos amigos comunes; pero para mí era primera vez que escuchaba su nombre Manuel Simonet, pero todos le llaman Manolito. Acababa de llegar de Camagüey y soñaba con tener una orquesta aquí en la Habana. Pasaron los años —unos primeros veinte— y esta entrevista se fue tejiendo bien es su casa tras un café o un buen trago de ron; ora al terminar un concierto, en la sala de espera del González Coro mientras esperábamos el nacimiento de mi segundo hijo; o colgando globos para el cumpleaños de su hija. Al final de un día X nos sentamos en su estudio y obligamos a Emilio Vega y a Germán Velazco a ser testigos de esta charla. Ellos perdieron un turno de grabación. Yo gane al menos una buena historia.
Quisiera comenzar este diálogo con una afirmación de Hernán López-Nussa aparecida en las páginas de la Gaceta hace algunos años: “La academia es fundamental en la formación de un músico”. ¿En tu caso cuánto debes a la academia?
Déjame comenzar por decirte que admiro mucho el trabajo y la creatividad de Hernán, un gran pianista, de su hermano y de sus sobrinos. En mi caso, no soy músico de academia propiamente, lo que no quita el haber cursado estudios alguna vez.
Mi familia me presentó dos veces en la escuela de arte de Camagüey y dos veces le dijeron que yo no reunía las condiciones musicales, que estaban perdiendo el tiempo. Te confieso que desde niño yo no quería ser otra cosa que músico. Tal era mi pasión por la música que tenía una batería en la casa hecha de cubos, latas y cuanta cosa pudiera sonar y lo complementaba siendo parte de un grupo musical que había en la escuela. Era un aficionado con una sed insaciable de aprender y de tocar a toda costa, todo eso sin dejar de ser un niño normal.
En mi familia siempre hubo alguna tradición musical. Tengo unas primas con unas voces impresionantes que después no las desarrollaron, y a eso súmale que en mi casa vivía un tío que era tresero, Ramón Hernández, conocido por Sunsito, quien tocó en los conjuntos Siboney y Sublime, que es un gran conocedor de la música tradicional cubana y del son, sobre todo del son.
Soy un caso parecido al de Formell y otros directores históricos de la música cubana: autodidacta. Pero debo decirte que para llegar a donde estoy hoy, me fui superando en la medida en que pasó el tiempo. Hasta hoy no he dejado de estudiar, pero no dentro de la academia.
¿Cuántos instrumentos dominas?
El primer instrumento que me llamó la atención fue la batería; el tres lo tuve siempre a mi alcance en la casa y como el instrumento estaba ahí yo lo cogía a espaldas de ese tío mío y hacía barbaridades, hasta un día en que me sorprendieron y pensé que “el pase a palos” que vendría después sería histórico, pero no. Él comenzó a enseñarme los rudimentos del instrumento aunque yo pasaba un trabajo del demonio para aprender por mi condición de zurdo, hasta que le cogí el paso. Aunque no soy un buen tresero, con ese instrumento comencé a escribir mis primeras cosas. Siempre como aficionado. Con el tres aprendí los rudimentos de la música tradicional cubana, sobre todo del son, que te aclaro que son muy difíciles.
Al piano llegué por medio de un amigo de la escuela. No sé si aún existen, pero cuando estudiaba en la secundaria había un piano y a la hora del recreo nos sentábamos al piano a tocar cosas y quede tan fascinado que comencé a dar clases con una maestra que vivía por mi casa.
A veces me aventuro con el bajo, pero eso es en privado. Lo mío es el piano, aunque le paso la mano a la guitarra. Al piano llegué, pienso ahora mientras hablamos, por la búsqueda de una combinación armónica que me permitieran expresarme. Pero sin esos rudimentos hubiera tardado en desarrollarme, o a lo mejor me hubiera quedado en el camino, como le ha ocurrido a muchas personas.
¿Cuán interesante o de decepcionante puede tener la vida como aficionado?
El aficionado es una persona con vocación y talento que está a expensa de la suerte, de un golpe de suerte, y hay historias de gente con mucho talento a los que la suerte no le sonríe, ese es el gran riesgo del aficionado. La suerte le puede cambiar la vida, para bien o para mal, pero se la cambia. En mi caso tuve suerte, y lo agradezco. Pero recuerda que a la suerte se ayuda con estudio y perseverancia.
Mi vida como aficionado fue bastante interesante. Mi debut en grande fue con un grupo de aficionado llamado Safari, como pianista. El director necesitaba un pianista y confió en mí (qué clase de loco), y yo de osado me arriesgué, pero al momento salí a pedir ayuda pianistas reconocidos en Camagüey. Déjame decirte que tocaba el piano con una gran dificultad por mi poco conocimiento del instrumento. Con el paso del tiempo el grupo se volvió popular, todo Camagüey lo seguía y un buen día me vi dirigiéndolo, cuando el único que no estaba estudiando música en la Escuela de Superación Profesional era yo.
Safari hacía música pop y luego pasó a hacer música netamente cubana —te aclaro que aquel pop inicial era imitación del español. Aquí funcionó la ley de la suerte, pues el director decidió irse y me quedé al frente del grupo. Fue cambiando y comenzamos a hacer música popular bailable. Después el grupo se desintegro y me vi haciendo una suplencia en la orquesta Inspiración, que después se llamó Tínima. Era el pianista suplente de una importante orquesta. Antes te hable de la suerte y la ayuda que uno debe darle. La mía se completó allí en mi tierra cuando los músicos comenzaron a fijarse en mi trabajo y en mi sed de aprender.
Mi vida estaba por cambiar radicalmente.
¿Y La Habana, cuándo llega a tu vida musical?
Tú sabes que para la gente de provincia —los habaneros le dicen del campo— La Habana es el ombligo del mundo. Entonces te imaginarás cómo me sentí en mi primer viaje a la capital en el año 1978, cuando el Festival de la Juventud (yo creo que nadie se acuerda de eso). Vine con Safari y aquellas presentaciones fueron mi despedida de la vida como aficionado.
En ese viaje descubrí que estaba en el camino correcto de la música. Lo más importante fue la oportunidad de ver en vivo a las orquestas populares de aquellos años: al Conjunto de Roberto Faz, al Rumbavana con Joseito González, a la orquesta 440, a la misma Revé, a Irakere, a los Van Van, y otros tantos. Aquello fue una inyección de vida para mis estudios y mi carrera.
Y para completarlo, cuando regresé me llamaron para ser suplente de una orquesta profesional, una de las mejores orquestas camagüeyanas de aquellos años y de mucho antes. Sin embargo parecía que no era el momento para que yo ocupara una banqueta de pianista oficialmente. Me cogió “el verde”, como le decían al servicio militar en aquella época, y para mi suerte me asignaron a La Habana.
Entonces se interrumpió tu carrera musical por esos tres años.
Para nada. Yo creo que mi carrera musical debe mucho el paso por el ejército y que estuviera en la Habana. Me asignaron a los almacenes centrales y que tú crees que pasó: Manolito Simonet se integró a cuanto grupo de aficionado hubiera en las FAR en aquellos años donde había muy buenos músicos y, para mi suerte, la vida me permitió hacer una gran amistad con el pianista del Conjunto de Roberto Faz. No había presentación de esa orquesta en la que yo no tocara el piano.
Olvidé un detalle de mi formación, y fue mi paso por el grupo Dahomey. En ese grupo aprendí a leer cifrado y completé mi primera etapa como estudiante de piano. Se le debo a Humberto Soler su director.
Con el Conjunto de Roberto Faz debuté además como compositor: ellos grabaron mi primer éxito titulado Candela te va a quemar. Aquello me animó a escribir más temas para algunas orquestas como la 440 y fueron temas que la gente bailó —en aquel momento había muchos lugares para bailar en La Habana, te hablo de comienzo de los años 80—, y que me dieron a conocer como compositor.
Tuve la comprensión de quienes me dirigían en la FAR. Fueron bastante flexibles (otro paso en mi suerte), pues era más el tiempo que estaba en función de la música que el que permanecía en la unidad. Y ese tiempo comenzó a rendir sus primeros frutos cuando me llamaron a tocar con el Conjunto de Senén Suarez, después de fallecer su pianista titular. Era suplente, pero estaba haciendo lo que me gustaba tocar el piano. Con Senén seguí aprendiendo o completando mi formación como pianista. Era un semiprofesional del instrumento, hasta que un buen día me llaman para ser suplente de la Maravilla de Florida. Para aquel entonces ya era un pianista de música popular.
Terminé el Servicio Militar como pianista suplente de la Maravilla y ese fue mi primer paso por una de las orquestas más populares de Cuba, porque la Maravilla siempre fue popular. Y regresé a ella años después.
La primera vez que llegué a la Maravilla me aprendí todos los temas con el tres, porque no tenía un piano en mi casa. Era un pianista sin piano tocando en un grupo popular, mira qué clase de contradicción. Tuve la suerte —de nuevo— de que el bajista de la orquesta, Eduardo Mora, me ayudara en ese momento. Ahí nació una amistad que duró hasta su muerte, siendo parte del Trabuco. Él dedicó tiempo a que yo dominara aquel repertorio, que era bastante difícil y extenso. Aunque en general todos los músicos me ayudaron.
Esos cinco meses me dieron una escuela tremenda, que terminó cuando me proponen sustituir en Son 14 a Adalberto Álvarez, que había venido para La Habana. Pero debía volver para la Unidad y aquella oportunidad se frustró y creo que fue para mi bien.
¿Y cómo llegas a dirigir Maravilla de Florida?
No fue tan sencillo. Cuando me desmovilizo regreso a Camagüey y estoy un tiempo con un grupo llamado Lágrimas Negras, hasta que oficialmente me llaman para ser el pianista titular de la Maravilla, y me exigen —todos los músicos— que debo superarme, y es cuando entro en la Escuela de Superación Profesional, donde tenía como profesores a muchos de los mismos compañeros de orquesta, que me exigían muchísimo.
Pasó el tiempo y ellos mismos me nombraron administrador de la orquesta y luego no sé en qué momento me nombraron director. En lo personal creo que me tuvieron una gran confianza desde el primer día, y esta vez no fue suerte, fue el fruto de mi esfuerzo y de mis estudios.
Volviendo a tu primera pregunta. La academia me daba el visto bueno para ser músico, pero yo había avanzado de modo autodidacta lo suficiente como para sentirme realizado. Soy resultado del tesón y mi sed de vivir la música y de los estudios profesionales, tardíos, pero estudios que completaron mi aprendizaje.
Dirigir la Maravilla de Florida por algunos años ha sido una de las experiencias más importante y gratificante de mi carrera. Cuando llegaron los años 90 yo estaba listo para empeños mayores y la vida me puso en una encrucijada.
Continuará…
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