Marginales punto CU: Canta guajiro… (I)


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El entorno general de la música cubana giraba, en lo fundamental, durante estos años noventa en torno a la música popular bailable. Sus cultores acaparaban todos los espacios y entornos posibles. De hecho, todo el ambiente de presentaciones sucumbió a sus propuestas lo mismo que la industria del disco.

Algo similar estaba ocurriendo con los medios de comunicación. Los programas radiales pugnaban por emitir casi en exclusiva los temas bailables de ser posible una vez terminada la grabación del disco,  incluso antes y no dejaban de anunciar la presencia del director de tal orquesta de manera exclusiva.

La televisión, el medio de comunicación más poderoso en estos años, saturaba al público con la presencia de las orquestas, sus directores y en algunos casos creó programas para alimentar el sueño de muchos aficionados que aspiraban a ser parte de este movimiento de música popular bailable que respondía al nombre de timba; aunque los medios le llamaban tardíamente “Salseros”.

Pero no se debe olvidar que esta hegemonía de lo bailable ya había sido sacudida por dos fenómenos musicales interesantes que, aunque no se habían generado en el país, sí incidieron en un importante segmento del público. Habana Abierta y Orishas, redefinieron el gusto por la música cubana en diversos lugares de Europa en los que lo bailable se vio obligado a compartir espacios y público. De momento estos dos acontecimientos musicales estaban a decenas de kilómetros de los espacios bailables cubanos.

Parecía que el reinado de lo bailable, sus coros, sus leyendas y toda la parafernalia que le acompañaba estaba sólidamente anclado en el gusto popular y el sistema de promoción radial y televisiva; hasta que se escuchó por vez primera la voz de Fernando Borrego Linares, o simplemente Polo Montañez.

En política un personaje que llega de modo intempestivo y provoca revuelos, cambios y que modifica el Estatus Quo en toda su dimensión se conoce como outsider. Este fue el caso de Polo Montañez.

Quién era y de dónde venía este desconocido que, en menos de un mes, se impuso en el gusto popular y que provocó airadas reacciones –que no fue el único—en su contra por parte de algunos de los más importantes músicos del movimiento bailable. Este hombre cuyos temas comenzó a tararear parte importante del público y que en muchos casos les desplazó de los espacios más importantes de los medios de comunicación, había estado ahí por años, solo que vivía y actuaba en un lugar llamado Las Terrazas donde, junto a su grupo acompañante, era el anfitrión principal de un modesto hotel de montaña llamado Moka; ubicado en la provincia de Pinar del Río, específicamente en la zona de la Sierra de los Órganos.

Polo Montañez estuvo en el anonimato hasta el mismo día en que el productor discográfico y promotor musical originario de Cabo Verde y radicado en Francia José Da Silva, acompañado del escritor y promotor cubano Joaquín Borges Triana, llegó a las Terrazas.

Da Silva fue doblemente impresionado y seducido. De una parte, el encanto bucólico del lugar, toda una comunidad ecológica situada al pie de una montaña cruzada por riachuelos y casas de techos rojos. Por la otra la autenticidad musical y la humildad humana del hombre por al menos dos horas estuvo cantando canciones sencillas, de una limpieza musical rara en estos tiempos que puede ser compartida por cualquier público.

Fue tanta la fascinación de Da Silva con Polo Montañez que en menos de tres meses le produjo un disco con su música, le organizó una gira promocional que incluyó Colombia y Francia, país este donde sería parte del espectáculo de la cantante Cesaria Évora a la que igualmente representaba.

Valdría la pena preguntarse por qué Da Silva, y su compañía Luz África, apostaron por lanzar la carrera de Polo Montañez primero en Colombia y posteriormente en Francia que en Cuba.

La respuesta es bien sencilla: tanto Colombia como Francia –y el resto de Europa—estaban fascinados con la música que proponía un proyecto como el Buenavista Social Club, que era en ese entonces el abanderado de la música tradicional cubana en el mundo,  junto con proyectos afines como La vieja trova santiaguera; la figura de la cantante Caridad Hierrezuelo y el fascinante de todos Compay Segundo.

Colombia era una plaza fuerte en cuanto al consumo de música cubana, sobre todo la producida en los años cincuenta y en la que orquestas como La Sonora Matancera y cantantes como Celia Cruz, Celio González, Rolando Laserie y Orlando Contreras entre otros habían continuado su carrera tras salir de Cuba.

En ese país desde fines de los años ochenta Celina González volvió a ser un ídolo – lo mismo que la cantante Albita Rodríguez—; una orquesta como La Original de Manzanillo había impuesto su estilo y algo similar estaba pasando con la música de Manolito Simonet quien llegó a imponer en el gusto de los bailadores el tema La parranda del compositor cubano José Valladares, un ballenato que se movía entre lo clásico del género acompañado de unos fuertes toques soneros.

Y como complemento Colombia se había convertido desde hacía unos años en el refugio perfecto de muchos cantantes cubanos que habían sido desplazados del gusto masivo, todos cultores del bolero y el filin.

Con esas condicionantes se entenderá por qué fue Colombia el lugar ideal para lanzar la carrera de Polo Montañez coincidentemente con la Feria de Cali, el más importante evento de música Salsa y Afrocaribeña del continente.

Solo quedaba por ver el efecto rebote de esa apuesta y la reacción de los marginales en Cuba.

 

 


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