Ramón Espígul dirigió por años uno de los programas radiales matutinos de mayor audiencia en la emisora Radio Rebelde y que responde al título de Frecuencia total. Espígul, cuyo prestigio entre los músicos y los sellos discográficos era sólido, fue de los primeros en promocionar la música de aquel desconocido que respondía al nombre de Polo Montañez.
Todo comenzó con la presencia del artista en una emisión del programa. Solo que Espígul no fue el único que se involucró en esta “presentación/promoción” de un desconocido que venía avalado por haber conseguido altos niveles de popularidad en Colombia tras una breve gira promocional. Todos los espacios radiales se sumaron a esta novedad y comenzaron a difundir su música de modo constante, casi obligados ante la constante demanda de la audiencia.
Es justo decir que en los años noventa Colombia no era un destino “prioritario o necesario” para la promoción de la música cubana y mucho menos plaza donde tuviera fuerza; aunque hubo en estos años sus excepciones como lo fueron la presencia de la orquesta Aragón –los mitos no necesitan de ser promocionados--, de la Original de Manzanillo y de Manolito Simonet y su Trabuco. Si se mira desprejuiciadamente se trata de tres charangas entre las que existen vasos comunicantes a pesar de las notables diferencias de su propuesta musical; y que representan tres momentos de la evolución de la música cubana y ese formato en particular.
Solo que Polo Montañez era un caso atípico; una propuesta “desmarcada” de lo que estaba ocurriendo en ese momento musicalmente en Cuba.
Su música estaba marcada por patrones propios de eso que llaman “sones de tónica y dominante”; aunque con mayor elaboración y en los que influencia de músicas como la guajira, el sucu sucu, el bolero y patrones de la música centroamericana eran notables. Esa fusión de elementos –fruto de una asimilación empírica de los mismos, creaba un entorno cautivante al oído de un público que –en el caso colombiano—mantenía viva la música de Celina González y de otras orquestas y cantantes cubanos de los años cincuenta.
Era una música sin grandes complicaciones armónicas, de una naturaleza bailable desde el primer compás y que unos textos sencillos y de cierta universalidad –en todas partes del continente hay gente que “…viene del monte sin parar…”-- propia del contexto musical latinoamericano, sobre todo aquel que estuvo y estaba bajo la influencia de la música salsa; que fue aceptada y aupada desde un principio.
Sin ánimo de teorizar se puede afirmar que Polo Montañez fue el eslabón que unió el llamado periodo “matancerizante de la salsa” con la contemporaneidad cubana.
Esa misma reacción, de asumir como algo novedoso y sin complicaciones para escuchar y repetir, tuvo una parte importante del público cubano una vez que descubrió la música de Polo Montañez. Pero hubo algo de más peso en su popularidad en Cuba: su personalidad.
A diferencia del resto de los músicos, directores de orquestas y otros involucrados en el asunto música cubana de los noventa –incluidos los marginales—Polo era un hombre ordinario, común, que al hablar o al actuar se alejaba de esa visión de “divo” o mega estrella que habían adoptado casi todos. Él aún conservaba esa ingenuidad del hombre de campo que le definía.
Es justo decir que en la medida que su popularidad y demanda crecía, se comenzó a convertir en una piedra en el zapato de muchos; sobre todo porque su visión de la música no estaba supeditada a los resultados económicos como razón prístina. Su presencia en las diversas plazas públicas se hacía acompañar de una relación personal con el público, no necesitaba de “un ejército de asistentes” o de una parafernalia de personas adulándole.
Por vez primera en esta década alguien, un desconocido, modificaba los patrones económicos que estaban rigiendo el mundo de la música en materia de contratación interna: hizo dumping sin saberlo. Ese fue su gran error y a la vez su gran virtud. Se debía castigar –algo similar se trató de hacer con el Buenavista Social Club—y de modo subvertido comenzó una guerra silenciosa en todos los frentes posibles, aunque también tuvo sus expresiones públicas.
Los marginales vieron peligrar su reinado. Solo un milagro les devolvería el sueño; y ese milagro fue la muerte prematura del cantante. Solo que el imaginario popular le mantuvo vivo y proyectaba la sombra de un simple guajiro que les había complicado las cosas. Debían vivir con esa imagen y aceptar la posibilidad de compartir reinado y público.
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