La narrativa que se ha establecido y que hemos adoptado como norma fundamental a la hora de contar los grandes acontecimientos de la música cubana a lo largo de toda su historia, es la de reflejar y relatar los éxitos y fracasos de aquellas figuras, orquestas, personalidades más conocidas o que jugaron un importante papel en determinados acontecimientos que la han signado.
Esa narrativa se ha fortalecido en los últimos cuarenta años desde el mismo momento que asumimos el concepto de “primera línea” para factor determinante del accionar dentro de la música popular bailable fundamentalmente. Este concepto, signado por una fuerte carga de subjetividad no permite ver en toda su dimensión ese carácter integral que ha hecho de la música cubana un sistema en el que cada una de sus partes es dependiente una de otra.
Cuando se dice, comenta, o se impone a los ojos de los seguidores de la música cubana “la primera línea", se toma como referencia el consumo de la música a partir de criterios tales como nivel de convocatoria pública –es decir presencia masiva en sus bailes o conciertos--, presencia (a veces saturante) en los medios de comunicación y difusión, acceso al mundo del disco, presencia en otros mercados más allá de las fronteras cubanas y su impronta entre los seguidores de la música cubana en ellos, tomando como signo distintivo de estos tiempos la realización económica de su propuesta.
Sin embargo; podemos y debemos preguntarnos si es inamovible la “primera línea”. Responde siempre al gusto de todos los bailadores o consumidores de la música? Representan esos “elegidos” el gusto de todos o de una parte del público?
Una realidad que se ignora, entre otras no menos importante, en el momento de definir quién o quiénes forman parte de ese grupo, es la distribución geográfica de los públicos. Ciertamente hay gustos nacionales muy definidos, internacionales relativos, y están los gustos locales; esos que definen una zona geográfica o región cultural para llamarle de alguna manera. Y un elemento a tener en cuenta: la sucesión de generaciones como punto de inflexión en los gustos y consumos musicales.
Cada generación asume la música que le precede –la de sus padres y abuelos—como herencia en un primer momento de su despertar cultural y social, mas en la medida que transita por la vida descubre y valida la música que le representa; lo que no implica necesariamente la negación u olvido de la que le sirvió como referencia en un primer momento de su vida. Solo que hay momentos en que no le representa ni estética, ni social, ni culturalmente. Y dentro de esa misma generación existen aquellos que asumen como suya esa música de la que bebieron en sus comienzos.
Otro parecer a tener en cuenta es hasta donde eso que definimos como “primera línea” fagocita sobre aquellos que no forman parte de ella; o hasta qué punto su trabajo, menos reconocido, influye o gravita en su resultado final; y algo muy importante: que aportan en materia de recursos humanos, propuesta musical o impacto en los públicos.
Si nos atenemos al entorno de la música popular cubana de los últimos treinta o cuarenta años el concepto de primera línea es más en lo fundamental habano centrista. Es innegable que hay orquestas o figuras que tienen un fuerte impacto nacional; que su presencia en diversas plazas, más allá de los espacios de la capital, provoca verdadero frenesí entre los diversos públicos. Pero en esas ciudades, o provincias, también existen formaciones cuya propuesta en alguna que otra vez superior, a la de quienes desde la capital asumen el geocentrismo musical a ultranza.
Esta narrativa de “la primera línea” no siempre implica que quienes pertenecen a ella hayan realizado grandes aportes o su trabajo sea determinante en el desarrollo de la música popular cubana. No todos los que disfrutan de una fuerte popularidad merecen ser parte de los estudios a profundidad, aunque su nombre aparezca una y otra vez en listas de éxitos, ventas de discos o se nos cuente una y otra vez hasta el agotamiento la historia de éxitos en plazas más allá de los mares.
El relato histórico de la música popular cubana no reniega de aquellos que fueron o son populares en un determinado momento de su carrera profesional. Al contrario, le acepta como parte de un proceso de desarrollo, pero es sumamente riguroso en el momento de entender su peso en el proceso evolutivo. No importa si en ese momento de darwinismo musical en que se vieron involucrados llegaron a la cima de la cadena musical; lo que importa es su impronta cultural y estilística.
Aquellos que siempre han ostentado, y ostentan, un liderazgo ganado o fruto de determinadas circunstancias extramusicales pocas veces han tenido el valor o la honestidad de aceptar que su lugar está soportado sobre el trabajo de esos “que nunca se mencionan o de los que poco hablan”. Bien sea en materia musical, o bien sea por la admiración callada que profesan a ese músico que nunca será reflejado en los análisis o comentarios especializados o simples narraciones historiográficas o musicológicas.
A estos músicos y músicas, que no siempre son admitidos por ciertos marginales que deciden quién debe ser famoso y quien no; quién debe ser coronado, se les debe por respeto rendir todo el culto necesario. Sobre todo, a esos que desde las provincias complementan e incluso por momentos superan en calidad musical y creatividad a una clase que se erige como los herederos de ciertas tendencias. Solo que la herencia y los legados hay que saber protegerlos y enriquecerlos.
Y en esa aplicación práctica siempre han fallado los marginales.
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