Marginales Punto cu: mesura y cadencia… (I)


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La década de los años noventa trajo entre sus grandes momentos una expansión sin precedente de la rumba; que no fue más que la consecuencia lógica de un proceso que había comenzado en la segunda mitad de la década precedente. Y a la cabeza de ese proceso de expansión y masificación de espacios rumberos y la consiguiente proliferación de grupos rumberos se encuentran Los Muñequitos de Matanzas y el grupo habanero Yoruba Andabo.

Sin embargo; hubo más actores en esta historia y esos actores, muchas veces determinantes en algunos acontecimientos a futuro, fueron exintegrantes del conjunto folklórico Nacional algunos devenidos en profesores de importantes centros de formación docentes como la ENIA, la ENA y la Universidad de las Artes (ISA).

Si se decide de modo coherente entender este proceso de “reinserción” de la rumba en el tejido social cubano de los años noventa se hace necesario analizar el papel que en ese proceso tuvieron tres espacios sociales que desde la segunda mitad de los años ochenta comenzaron a potenciar este “retorno” de los rumberos a los primeros planos de la vida cultural. Primero en la Habana y Matanzas de modo paralelo y que luego se extenderá a todo el territorio nacional con sus particularidades.

Estos espacios a saber fueron Los sábados de la rumba que se organizaban semanalmente en la sede del Conjunto Folklórico Nacional (CFN); las peñas de rumba de la UNEAC que fundara y dirigiera hasta su muerte el poeta Eloy Machado; y por último las rumbas en el callejón de Hamel en la galería a cielo abierto que había establecido allí el pintor Salvador González.

De repente la ciudad cuenta con “tres sitios oficiales” donde rumbear en una misma semana y cada uno de ellos tiene sus propias características y con sus talentos bases bien definidos; además de un público ávido de reencontrase con una forma de expresión que lleva en su torrente sanguíneo.

Por su parte en la ciudad de Matanzas y en sus barrios de La Marina y Simpson los Muñequitos y el grupo Afrocuba mantenían vivo el espíritu de la rumba matancera con sus diversas presentaciones al menos una vez al mes. Presentaciones a la que concurrían rumberos de casi todos los municipios de la provincias y algunos habaneros; fundamentalmente aquellos que estaban “enconsortados” religiosa y fraternalmente con Diosdado Ramos y con Minini.

Había, en este proceso de regreso de la rumba al entramado social y cultural también hubo un importante precedente y eran las temporadas que ofrecía el Conjunto Folklórico Nacional en el Teatro Mella, que se efectuaban dos veces al año. La primera en el mes de febrero y la segunda en el mes de septiembre.

En cada una de estas temporadas la compañía siempre propondría un estreno y profundizaría en algunos de los ciclos de cantos y bailes que definían su repertorio; y de esos ciclos los que más atención y convocatoria de públicos generaban eran el ciclo de la rumba y el ciclo abakuá.

Un detalle importante a considerar  es la llegada de nuevos bailarines, cantantes y músicos a las filas del Conjunto que comienzan a interactuar de modo constante con gran parte de los fundadores; muchos de los cuales habían sido sus profesores en los diversos centros de formación a los que habían sido llamados. Ahora, entre sus miembros había bailarines y músicos con una sólida formación académica lo que daba a los coreógrafos la posibilidad de generar obras de mayor complejidad técnica; de explorar nuevas potencialidades estético social a partir del caudal de información que habían aportado los primeros integrantes del folklórico que en su mayoría la habían recibido por vía oral –bendita esa forma de transmitir la cultura popular y sus leyendas—y por la práctica de cada una de las diversas religiones a las que rendían devoción.

La existencia de tres sitios donde se rumbea de lo lindo donde “los negros se reunieran” y saltaran a la valla ante la mirada de neófitos y diletantes, desató en algunos momentos la sospecha y el recelo de algunos marginales que no entendieron el proceso cultural y social que se estaba gestando, que abrió una puerta dentro del entramado cultural, sobre todo en el mundo de la percusión que hasta el presente no se ha podido cerrar…

La rumba comenzaba a redefinirse y a redefinir determinados elementos culturales que serán parte intrínseca de la vida cubana no solo de la década final del siglo XX, sino que llegarán hasta el presente.

La rumba y los rumberos serán el comienzo y el final de determinados acontecimientos que vivirán los músicos y la música cubana en los años siguientes.


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