MARIANO, lo cubano piel adentro…


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Nuestra cultura desde los años 40 hasta los 90, recibe del Maestro, un conjunto de imágenes que funden motivos propios del arte representativo de siempre, con elementos naturales del Trópico donde vivió y con signos que traducen, a un elevado nivel, la idiosincrasia del cubano. Ahí yacen, para corroborarlo, más de 40 exposiciones personales, a partir de 1939, y series como Los hombres y las plantas vigilan, Frutas y realidadLas masasFiesta del amor, donde mostró ya en los 80, el caudal de posibilidades expresivas presentes en su condición artística, que en esta ocasión le permitió conformar renovadas visiones eróticas de sus motivos conductores temáticos como el gallo, las frutas, la pareja humana, el desnudo femenino hasta las multitudes activas, y su última serie Puertas, finalizando la década.

Pero más allá de los terrenos de la obra de cámara, Mariano se yergue en presente, en disímiles murales de nuestra ciudad: en el vestíbulo del edificio del Retiro Odontológico (L, entre 23 y 21, El Vedado), que fue erigido en 1952. Cuatro años más tarde, obtiene la máxima posición, junto con Lam, en el certamen para la realización de otro, en el edificio del Retiro Médico de La Rampa. En ese año, 1956, alcanza el Premio Nacional con su Gallo amarillo. Además de que la cerámica, especialidad que había “tocado” ya, en 1950, en el taller fundado por el doctor Juan Miguel Rodríguez de la Cruz, en Santiago de las Vegas, vuelve a ser vehículo para su labor plástica, cuando en 1974 crea un mural para la escuela Vocacional Lenin, de La Habana, con la colaboración de Marta Arjona. Vallas artísticas, como la firmada para el proyecto Arte en la carretera, desplegado en la autopista nacional en los 80, diseños para estampados textiles sobre algodón para Telarte, vitrales, lámparas…, realizadas a partir de obras del ilustre pintor, fueron ejemplos de su vitalidad artística que se extendió por diversos caminos.

Hoy reaparece Mariano Rodríguez (La Habana, 24 de agosto de 1912 - La Habana, 26 de mayo de 1990), uno de los nombres cardinales del arte cubano para recordarlo, en un aniversario más de su desaparición física, y como ARTISTA en el amplio sentido del término, Porque a su paso por el tiempo que le correspondió vivir, dejó huellas imperecederas en nuestra Cultura. 

UN NOMBRE IMPRESCINDIBLE EN NUESTRA CULTURA

Despierta a todos con su canto y comienza la creación…El gallo, ese elemento de la simbología nacional fue como una brújula que le indicaba el camino al artista.”Cuando me siento en un proceso de cambio, dijo en una oportunidad-, suelo pintar un gallo… Si sale, es que la cosa marcha bien”,

La obra de Mariano es de esas que señalan el obstante mayor de encuentro con un cauce de expresión verdaderamente nacional, tanto en la etapa seudorrepublicana como ya en la fragua del tiempo revolucionario.

En un torbellino de aspiraciones revolucionarias frustradas surgió Mariano como pintor. Cuando la primera generación plástica moderna comenzaba a cristalizar en imágenes que denotaban lo propio, Mariano –procedente de México, país en el que había recibido la impronta del fuerte movimiento plástico en desarrollo allí-, incorporó a su tierra una nueva posibilidad expresiva: la función organizadora del color y su capacidad para condensar características tropicales del entorno. Más delante, en su andar pictórico, los colores establecerían/delimitarían etapas dentro del cuadro: algunas veces sería el turno de las gamas brillantes, otras, el predominio de tierras y grises, amén del deslumbrante equilibrio que recorrió roda la paleta.

EL CAMINO PICTÓRICO

Ya atrás aquellos cuerpos robustos/voluminosos de marcados contornos y gestos endurecidos, todavía con la impronta retomada en América Latina de la manera “renacentista”, el artista inauguró –como lo demuestra en un pequeño cuadro de mujer y frutas (1943) los motivos que devinieron constantes en su trayectoria.

Desde ese instante, las enseñanzas de Cezanne o Picasso y hasta del mexicano Rodríguez Lozano (su maestro), tomaron en él personalísima vigencia. Esta o aquella visión del ambiente nativo fecundaron su hacer diario, hasta coincidir, creadoramente, con el método cartesiano expuesto por Matisse en sus cuadros o en sus escritos: “…estudiar separadamente cada elemento de construcción: el dibujo, el color, los valores, la composición, la manera en que estos elementos pueden aliarse en una síntesis, sin que la elocuencia de uno de ellos sea disminuida por la presencia de los otros, y la de construir con esos elementos, no disminuidos de sus cualidades intrínsecas por la unión, es decir, respetando la pureza de los medios”.

“El mango, la piña o el plátano –como expresara sabiamente el crítico y pintor Manuel López Oliva- dejan de ser en Mariano, representaciones especulares pasivas, donde apenas interviene la conciencia histórica, para adquirir el sentido de la metáfora verbal, del contenido que ellos poseen en el habla popular o en la poética de los románticos criollos, como Zequeira y Nápoles Fajardo, o de contemporáneo como Nicolás Guillén”.

No solo para manifestar su atrevido concepto del color, el sirve el gallo, sino también para aludir a estampas de nacionalidad, a la herencia etnográfica y hasta retóricas del refranero popular. Mientras que la mujer sintetiza la clásica belleza de la forma, permanente en la historia artística y su típica acepción mestiza más la sensualidad natural.

En él, es tal la cubanía y arraigada universalidad de la referida pintura, y de los dibujos, vitrales y cerámicas…, que las presiones neutralizadoras ejercidas  por la situación neocolonial en nuestra cultura, no pudieron minimizar –como pasó en otros-, el estilo y la temática del creador.

DIMENSIÓN DEL ARTE Y LA VIDA 

Fue como un renacer, también, para su naturaleza cubana, el año 1959. Era como la reafirmación de la óptica primera del pintor que ya al finalizar los años 30, con su pieza Unidad, más tarde con carteles e ilustraciones, dejaría bien sentada una posición ideológica consecuente que perduraría incluso en los momentos de aparente expresionismo abstracto y disolución transitoria de sus constantes temas criollos.

Las Revolución Cubana no hizo sino prolongar el alimento para su desarrollo y concepción creadora: le amplió los recursos expresivos, le extendió el campo de su quehacer cultural y lo vinculó a ese latinoamericanismo efectivo que traía en su formación.

Hacia 1960, Mariano ocupó un cargo en la embajada cubana en la India y allí recogió nuevos temas que alcanzarían sus creaciones. Esa etapa fue para mi muy refrescante –diría en una entrevista-, porque partiendo de lo que estaba haciendo antes, continuaba entonces, desde un punto de vista técnico pero tomando algo nuevo: mi encuentro con la India fue importante, porque aquél es un mundo que se abre, un mundo muy plástico.

Ya en la Isla, los inicios de los años 60 del pasado siglo marcaron su pintura. En ella plasmaría las luchas revolucionarias, Playa Girón, toda una galería de instantes mayores quedó plasmada en sus telas y óleos. Hacia 1966, aparecieron en su universo creativo las Frutas y realidad, serie donde irrumpen el color y la naturaleza de una isla bañada de sol.

Entre sus preferencias podemos subrayar la España negra de Goya, que fue sin dudas otra de las herencias asumidas en su pintura espontánea, cálida y desprovista de literatura. “Goya –comentó un día- es un punto y aparte en la pintura europea; se adelantó a los impresionistas y expresionistas. Siempre que voy a España voy a ver sus cuadros”. “Cuando pinté la obra Playa Girón, un verdadero triunfo de la Revolución…, la concepción de este cuadro partió, precisamente de Goya: de pinceladas grandes y manchas de color y espátula… y después hacer un dibujo para darle la dinámica. Partí de la obra El fusilamiento del 2 de mayo, donde se ven los franceses… pero tomado del lado de acá, del lado nuestro, que es el que a mí me interesa”.

Las Masas llegaron con la entrada de los años 70 del siglo XX. Para Mariano era algo auténtico de la Revolución“Yo he visto- indicó un día- las masas, he participado como masa. Y me han impresionado mucho porque no puedes fijar una figura, estás fijando masas de color y figuras…”.

En su canto de vida y esperanza, unido a la necesidad de construir un mundo vital y nuevo apareció la serie La fiesta del amor, que constituyó para el autor como una inmensa pantalla en la que se reflejaron las imágenes de casi toda su obra. Y, además, un resumen también de algo que siempre lo motivó: las tonalidades. Mariano colocaba el color de acuerdo con la intensidad de las sensaciones que recibía y acumulaba piel adentro, llegando a modificar la figura y la composición si se lo exigía la ordenación tonal, buscando siempre la proporción exacta. En lo que resultaba “una fiesta para los ojos”, parafraseando a Delacroix, inundada de verdes, rojos, ocres, sepias y amarillos, muchas veces atenuados por grises y blancos, son los violetas los que predominaban en el conjunto. Porque siempre, aunque trabajó guajiros, gallos, mujeres, niños, vegetación y frutas, y más acá las agrupaciones humanas (masas), el legítimo protagonista plástico de su trabajo pictórico fue el color, profundo y hasta lírico…

Para quien conozca o no el itinerario artístico de Mariano Rodríguez, desde que llegó a la lección fauvista, pasando por la asimilación  personal de Picasso, de las posibilidades el arte abstracto, de cuanto fortaleciera/enriqueciera  la manera plástica de emocionar y decir, no será extraño recordarlo cada vez que se contemplen los gallos, frutas del país, o cuando se impresionen los sentidos por la sensualidad de los diferentes tipos de mujer, se capte el “sabor” del ámbito campesino o se participe en concentraciones populares y hasta festejos de nuestras masas. Ahí estará siempre Mariano. Así es la obra de Arte.


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