Una de las tantas asignaturas pendientes para el cabal conocimiento de la cultura cubana se encuentra en el hecho de haber soslayado el proceso de desarrollo de nuestro pensamiento sobre la arquitectura y el urbanismo. Singular profesión la del arquitecto, a horcajadas entre el dominio técnico, la creación artística y la visión integradora de la sociedad, la cultura y la economía. Diseñador por excelencia del hábitat, no puede ignorar los contextos, los rasgos característicos de los destinatarios de su obra, sin olvidar los gastos de inversión. Con la aparición de la primera vanguardia, se inició la revalorización de La Habana colonial, tema que convocó a historiadores, escritores, artistas y a algunos estudiosos de la arquitectura que tomaron conciencia de la adecuación al clima de aquellos edificios, del beneficio de las zonas sombreadas y de la libre circulación del aire. La especulación inmobiliaria tuvo en cuenta, por cierto, las ventajas de la llamada esquina de fraile, privilegiada por la brisa y por las primeras luces del amanecer.
En el viraje de los cuarenta del pasado siglo, las ideas acerca del urbanismo cobraron nuevo impulso. El rostro de la capital se modificaba rápidamente con la prolongada continuidad hacia el oeste de los barrios más favorecidos y la súbita erección de La Rampa, centro de expansión del mundo de los negocios, de los espectáculos, de los hoteles y cabarets y con la tímida aparición de boutiques más sofisticadas. El acento de modernidad no descartaba la reelaboración de elementos heredados de la colonia que acentuaban ciertos rasgos identitarios. Comenzó a llevarse a la práctica el germen de un proyecto de integración de las artes, con la participación de pintores y escultores en la concepción general de la obra.
El espíritu renovador se percibía también en la universidad, a pesar de algún que otro profesor retardatario. Pero la vanguardia estudiantil estaba tomando la palabra con voluntad transfomadora que integraba el sentido de la vida personal a un impulso juvenil volcado hacia la necesidad de cambiar al país en lo político, lo cultural, lo material y lo espiritual. No sorprende, por tanto, que en la Facultad de Arquitectura la personalidad de José Antonio Echeverría conjugara la lucha contra los males de la República y la avanzada en el ámbito del ejercicio de la profesión. Espacio, nombre de una publicación y de una memorable exposición, definía una plataforma estética. La tarea de los arquitectos consistía, como fue evidente en el gótico y en el barroco, en diseñar espacios constitutivos de la imagen tangible y simbólica de una cosmovisión. La lectura de una ciudad implica reconocer variantes estilísticas y vivir la simultaneidad cultural del presente y el pasado. Ofrece una vía excepcional para entender los procesos sociales y económicos en su tránsito histórico.
La personalidad de Mario Coyula se fraguó en aquel contexto. Comprometido con la lucha revolucionaria, una vez alcanzado el triunfo quiso participar en el rediseño del país. Su obra personal rindió homenaje póstumo a sus compañeros del Directorio. Sus responsabilidades en la docencia y en la ejecución de políticas, estimularon una intensa reflexión traducida en un pensamiento orgánico sobre la ciudad, la cultura y los seres humanos que la habitan.
La urbe es el lugar donde se establece el diálogo entre lo privado y lo público, donde se construyen las normas de urbanidad para la mejor convivencia, donde se generan formas de cultura, se afinca la identidad y el sentido de pertenencia. En interacción inevitable, el entorno favorece la armonía o propicia la agresividad y la violencia.
Desde la práctica y la teoría, la prédica y el pensamiento de Mario Coyula se orientaron en esta dirección. Al historiar el desarrollo de la arquitectura en la etapa posterior al triunfo de la Revolución, insistió en destacar la obra realizada en la Habana del Este, cuando Pastorita Núñez estaba al frente del INAV. Fue un modelo integral de vivienda concebido como hábitat integrador, nunca como ciudad dormitorio. Los costos de inversión inicial han dado lugar a un ahorro sustancial a largo plazo. Su conservación contrasta con el deterioro físico y ambiental del más tardío Alamar.
Habanero de cepa y cubano de tradición, Mario Coyula conocía su ciudad al dedillo. La amaba profundamente y sentía la angustia cotidiana al contemplar, impotente, su deterioro. Podía recorrer palmo a palmo la Calzada de Jesús del Monte acompañado por los clásicos de Eliseo Diego. Sabía también que el conjunto urbano de la capital complementaba el sentido de su memoria cultural con un considerable valor económico. A diferencia de otras, no creció por superposición, sino por yuxtaposición. Del núcleo colonial se pasa a La Habana del Centro de Fina García Marruz y, más adelante, nos encontramos con el Vedado, proyecto urbano precursor. Cada vez más hacia el oeste se instalaron los barrios ricos dejando de costado el Cerro y la Víbora. El recorrido ofrece una visión tangible del panorama histórico en lo cultural, en lo social y en lo económico que se añade a la calidad intrínseca de algunas construcciones.
La singularidad de La Habana se acentuó al congelarse, con el triunfo de la revolución cubana, la especulación financiera sobre el suelo, que ya estaba comenzando a modificar el rostro del Vedado. Pudo escapar de esa manera a la depredación que caracterizó algunas megalópolis latinoamericanas. En ellas, entre otras cosas, se perdió la dimensión humana de la urbe.
Lo conquistado por la Revolución en este aspecto empezó a quebrarse con el advenimiento del periodo especial que aceleró los daños causados por la falta de mantenimiento y vio aparecer un sector social inculto y poseedor de recursos adquiridos muchas veces por vías fraudulentas. Desaparecieron excelentes obras de artesanos herreros o ebanistas, se modificaron fachadas en forma incongruente, se sustituyeron ventanas francesas por cristalería multiplicadora de la luz y el calor, se invadieron parterres para instalar los improvisados car porch. Los “pobres nuevos ricos” –al decir de Coyula- no tienen idea de estar derrochando un bien acumulado por el tiempo a la vez que degradan el valor monetario de las casas que habitan.
Con profundo dolor de cubano y de revolucionario, Mario Coyula observó el deterioro creciente de la ciudad acompañado de conductas inadecuadas resultantes en cierta medida de ese entorno físico. Se entregó entonces, con todas sus fuerzas, al batallar en el terreno de las ideas. Participó en debates públicos, contribuyó a elaborar propuestas de soluciones y escribió ensayos para las publicaciones que estuvieron a su alcance. Desde la maqueta de La Habana, animó ciclos de testimoniantes que recuperaran trozos de la memoria viviente de la urbe. Algunos de ellos se dieron a conocer en forma de libros. De los trabajos de su autoría puede derivarse un pensamiento bien articulado con sólidos cimientos en los problemas actuales de la isla y el mundo.
La época se caracteriza por la necesidad de formular las bases de un nuevo urbanismo. Las megalópolis han demostrado su fracaso ambiental y económico, enajenante para el ser humano, sobre todo cuando el desarrollo de las comunicaciones reduce la necesidad de una alta concentración de trabajadores. Son insostenibles porque bajo la apariencia deslumbrante de los edificios agigantados en altura, existe una infraestructura oculta a los ojos del paseante. Son las redes eléctricas, hidráulicas, del alcantarillado en una sociedad de consumo donde el despilfarro convierte en problema la recogida del desperdicio.
Desde una perspectiva de desarrollo o de rescate de zonas de La Habana, hay que pensar en términos integrales e integradores de la vida de la comunidad, vale decir, partiendo de una concepción urbanística. Junto a la vivienda, debe garantizarse el acceso al aseguramiento de las necesidades de los pobladores a escuelas, círculos infantiles, tiendas, mercados, servicios médicos básicos, áreas verdes y centros de recreación.
Consolidado ya el reconocimiento al valor patrimonial de la ciudad vieja, Mario Coyula se proyectó hacia otros horizontes, el Vedado en primera instancia. Las ideas de la modernidad no entraron en Cuba de un solo golpe, asociadas únicamente a la influencia norteamericana. El Conde de Pozos Dulces tuvo en cuenta, en su momento, las posibilidades de crecimiento de La Habana. Al perfilarse la expansión hacia el Vedado, siguiendo las pautas del urbanismo decimonónico sembradas por Haussmann y aplicadas luego en Barcelona, se definió el trazado vial. Estaba llegando la era del automóvil y las avenidas rectilíneas aseguraban una circulación rápida y eficaz. Como ha señalado Lliliam Llanes, el impulso inicial del barrio correspondió a la república de generales y doctores. Las memorias de Renée Méndez Capote son reveladores desde el punto de vista de composición social, de las costumbres y de la mentalidad. Poco a poco, se produjo el traslado del sector, otrora instalado en el Cerro. Vinieron las vacas gordas y aparecieron las grandes mansiones. Luego, comenzaron a surgir casa de apartamentos. Sin embargo, se mantuvo el respeto a las regulaciones establecidas desde el origen. El arbolado de las calles armonizaba con el verdor de los jardines y de los parterres. El diseño general se complementaba con el uso del portal. Nada interfería al paseante la posibilidad de observar las fachadas, ahora ocultas por la tendencia progresiva al amurallamiento. El conjunto refleja una forma de vida y de convivencia. Un privilegio singular del Vedado dimana de sus cualidades paisajísticas derivadas de su trazado. Al verde del arbolado, los jardines y parterres se suma la utilización provechosa de las pendientes propias de la colina en la que está ubicado. Las amplias avenidas abren una perspectiva hacia el mar sin equivalentes en otras partes de la capital. En los últimos 20 años, el pensamiento arquitectónico de Mario Coyula mantuvo un observatorio crítico respecto a las crecientes agresiones contra el entorno y fue articulando propuestas concretas para la preservación y desarrollo de la ciudad futura. Su punto de vista mantenía como eje central la defensa de la dimensión humana. En ella figuraban, inseparables, lo material y lo espiritual. Porque la ciudad es, ante todo, un espacio de interlocución entre convivientes, entre el pasado, el presente y el futuro en germen, el sitio donde tradición y cambio se entretejen, para fraguar.
En el momento de su desaparición, se impone el compromiso de conservar su legado, todavía activo en el debate de nuestros días. Urge recopilar los trabajos dispersos para prolongar su magisterio en beneficio de los arquitectos en formación, con el propósito de alejarlos de tentaciones tecnocráticas y miméticas y estimular su creatividad en función de nuestras realidades concretas y acuciantes.
Deje un comentario