En 1978 un entonces joven trovador y cantautor, convocado por el espíritu creativo –y también maternal– de Haydée Santamaría, desde la Casa de las Américas, sacaba a la luz un interesante LP en el cual, de una manera bien audaz, musicalizaba textos de José Martí.
Para algunos, el hecho en sí de vestir musicalmente textos de otros autores, carece de creatividad. Para otros, con los cuales comulgo totalmente, es tan válida esa propuesta como el acto original de concebir letra y sonidos. Si repasamos tal reto desde lo morfológicamente complejo, notaríamos que, desde inicios de la década de 1960 y el empuje de las nuevas vanguardias endógenas y otras cercanas geográficamente, Cuba sería un laboratorio sonoro sin precedentes en lo referente a la musicalización de importantes poemas de disímiles autores como Neruda, Benedetti, Vallejo, Darío, Guillén, Martí, Gabriela Mistral y otros.
La creación del Icaic y de Casa de las Américas casi inmediatamente después del triunfo revolucionario de enero de 1959, así como la visión certera de Fidel en cuanto al blindaje e independencia culturales en primerísimo lugar, fue tal vez el huerto ideal desde donde brotarían muchas de esas recreaciones, inspiradas obviamente en el descubrimiento de una literatura casi desconocida y con matices bien divergentes en lo conceptual hasta esa fecha.
En aquel disco de 1978, con poemas de José Martí cantados por Amaury Pérez, ya se notaba una especial línea de composición que pudiéramos definir como transgresora y nada complaciente con estéticas de moda en el país. Asimismo, resulta muy experimental para su época el sólido trabajo de producción musical y colaboración logrado entre Amaury y Mike Purcell, así como el empleo de diversos formatos sonoros que incluyeron parte de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba. De extraordinaria pudiéramos valorar la apropiación filosófica y humana que el joven Amaury descubre en Martí, y que redunda en un resultado ecléctico de las canciones del disco.
Con la llegada del crossover tecnológico en los 90, y la migración del vinilo hacia el formato óptico en la discografía global y nacional, algunos proyectos se reeditaron con las bondades ofrecidas por esta nueva era digital, y específicamente este disco no solo se benefició con eso, sino que se vio agraciado por otras añadiduras conceptuales. Con idea de Petí González y la receptividad instantánea de la Egrem, la nueva entrega en formato de álbum doble no solo conllevó la digitalización y remasterización de los temas de archivo de 1978, sino que fueron invitados a revisitar esas canciones diversos artistas. No seleccionados generacional ni casualmente, sino con sólidos criterios de producción, además de talento y desbordamiento musical, coinciden nombres como Ivette Cepeda, Leo García, Daniel Torres Corona o Annie Garcés, por mencionar solo algunos, además de notables instrumentistas.
Y una vez más el Apóstol sigue vivo a través de esas canciones e interpretaciones, descubierto y venerado desde su pensamiento cabal y unificador por un joven que, un lejano día de 1978, lo abrazó para siempre.
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