Como es ya tradicional, el Centro de Estudios Martianos efectuó su reunión científica anual para conmemorar la caída de José Martí en Dos Ríos. Así, del 17 al 19 de mayo transcurrió el Coloquio Internacional “José Martí y el Caribe” en la casona de la institución, en la habanera barriada del Vedado.
Una cincuentena de ponencias fueron presentadas, las que, en su mayoría, resultaron aportadoras, novedosas y originales, algo infrecuente en este tipo de encuentros de cierta masividad. Quizás el propio tema movió las inquietudes de los interesados en la obra martiana y les incitó a hurgar en ángulos poco abordados dentro del amplio campo de los estudios sobre el Maestro.
El nombre de Caribe era poco usado en tiempos de Martí, pues las islas de este mar eran conocidas en español como las Antillas, como las llamó el propio Maestro. Por entonces faltaban muchos decenios para examinarlas, como hoy se hace, de conjunto con la cuenca que baña ese mar, que incluye territorios continentales de México, la América Central y la del Sur. Pero Martí, tal y como se vio en el Coloquio, anduvo por esa islas y por tierra firme, y en más de un caso apreció ciertas afinidades históricas y culturales de la región en sentido amplio.
Es verdad que el centro de su atención se atuvo a las naciones de habla española —Cuba, Puerto Rico y República Dominicana—, a las que sumó Haití desde su primera visita a ese país en 1892, aunque su inquietud viajera lo hizo pasar y escribir sobre Belice (entonces Honduras Británica), Curazao, el poblado de Livingstone en Guatemala, así como recalar más de una vez en Jamaica. Como sabemos también de su recorrido por Yucatán y de su presencia en Costa Rica, Panamá y Venezuela. Quizá sus periplos por toda la zona, más allá de las islas, fueron un avance del actual concepto geopolítico y cultural de Caribe, insinuado por él cuando ya en su madurez insistió en la importancia de las independencias cubana y puertorriqueña y en la actuación unida entre las naciones insulares libres para el equilibrio de América y del mundo.
Es imposible en un breve comentario, desde luego, ofrecer idea de cada una de las presentaciones, pero no puedo sustraerme a mencionar algunos asuntos para así ilustrar, sobre todo, a los interesados en la obra martiana.
“El Caribe durante la preparación de la guerra necesaria” fue el nombre de una de las mesas de trabajo. Allí se trató de Martí en Jamaica, del club patriótico José María Heredia, del primer viaje del Delegado a República Dominicana en 1892 y de los clubes femeninos del Partido Revolucionario Cubano.
Otra mesa se ocupó de los en los escritores puertorriqueños en el periódico Patria y de las afinidades de Martí con el haitiano Antenor Firmin, brillante intelectual que debatió con las teorías acerca de las superioridades raciales entonces en boga. Los textos martianos de viajes y su significación en este tipo de literatura también fue objeto de otra de las mesas del Coloquio, al igual que la mirada martiana sobre las diferentes sociedades caribeñas, donde los ponentes coincidieron en la singular capacidad del Maestro para comprender esa diversidad y asimilarla a los factores y necesidades comunes. Y tales necesidades condujeron a que en varias mesas se analizara la fundamental concepción martiana acerca del relevante papel de equilibrio que otorgaba a la región en su estrategia revolucionaria de alcance continental y universal.
Las artes y las letras también fueron comentadas en el coloquio “José Martí y el Caribe”. Una mesa se ocupó de la relación del cubano con la letras de este ámbito, y por ello se analizaron sus comentarios acerca de la obra de escritores cubanos como Ramón Meza y José Joaquín Palma, las temáticas antillanas en sus Versos libres y la continuidad de su pensar y ejemplo en los intelectuales nacionalistas de Santiago de Cuba hacia 1920. Otra mesa se dedicó a revisar la presencia martiana en la pintura y los carteles cubanos, en la que se demostró el creciente y numeroso interés artístico por el Maestro.
Finalmente, el aniversario 140 del arribo de Martí a Guatemala, momento de especial importancia para su vida e ideas, motivó a un grupo de ponentes y a desarrollar una mesa redonda con la presencia del señor Juan León, embajador de la nación hermana en Cuba.
Sendas conferencias de dos destacados estudiosos, y activos colaboradores del Centro de Estudios Martianos, abrieron y cerraron el encuentro científico: el profesor mexicano Carlos Bojórquez trató el periplo de José Martí por Yucatán en 1877 y el historiador francés Paul Estrade se dedicó al pensar martiano, tema ampliamente analizado por él en su libro José Martí: los fundamentos de la democracia en América Latina, cuya edición cubana a cargo de la institución convocante del Coloquio fue presentado en una de sus sesiones.
Dos distinguidos martianos fueron también recordados: Juan Marinello a los cuarenta de su muerte, por el autor de estas líneas; y Salvador Arias, recientemente fallecido, por Carmen Suárez León. Honrosos recuerdos imprescindibles ambos por sus aportes al conocimiento de la obra del Maestro.
Mientras escribo estas líneas, a la entrada del Centro de Estudios Martianos aún viven las flores depositadas por los asistentes al coloquio al pie de la estatua “Martí crece”, de Alberto Lescaille. Martí crece, hacia el Caribe, y hacia el mundo.
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