Martí en sus libros / Por Aymée Ma. Borroto Rubio


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Fue el primer fondo documental latinoamericano incluido en la Memoria del Mundo de la Unesco.

Cuando en 2005 se hizo honor a la obra de José Martí con tal distinción, se reconocía también la labor de quienes hicieron posible que llegaran a nuestras manos de hoy dos mil cuatrocientos treinta y cinco documentos, una de las más importantes joyas del patrimonio nacional.

No se trata solo de lo escrito por y sobre el más universal de los cubanos; los documentos abarcan un período desde 1827 hasta 1995, porque incluyen tanto originales que avalan la existencia de la familia Martí Pérez —el nombramiento de Mariano Martí como subteniente del Ejército Español, por ejemplo—, como resoluciones y actas constitutivas de monumentos y otras acciones de homenaje al Maestro después de su caída en combate; el más reciente es el Título de Graduado en Literatura y en Derecho Canónico otorgado por la Universidad de Salamanca, llegado a Cuba en 1995 de manos del Rector, porque aunque Martí culminó sus estudios, no pudo obtener la certificación por falta de recursos económicos.

Parte valiosísima de este fondo documental son los libros, esos que ayudaron a la formación, al oficio, que acompañaron su vida azarosa y fértil.

“Estos libros han sido mi vicio y mi lujo, esos pobres libros casuales, y de trabajo. Jamás tuve los que deseé, ni me creí con derecho a comprar los que no necesitaba para la faena.”

Se trata de veintinueve títulos y treinta y siete ejemplares, parte de la biblioteca personal de Martí en Nueva York. Son esos que quedaron desde 1886 y formaron parte ineludible para la redacción de sus discursos, las publicaciones en Patria, la literatura dispersa y diversa.

La colección demuestra que estamos en presencia de un bibliófilo. Junto a los de Historia de América, Historia de Cuba, poesía, matemáticas y ciencias, están La Biblia Erótica, y los referidos al socialismo contemporáneo o la Revolución Francesa… Todos de gran belleza editorial, lo que demuestra que su dueño disfrutaba, de los libros, todo: el contenido y la forma. Los hay vírgenes, con sus barbas intensas; y apostillados, en cuyas páginas se leen unas anotaciones hechas con letra nerviosa y rápida, a lápiz o tinta ferrogálica, como quien apunta ideas volantes en trayecto de viajes.

“Los libros deben siempre leerse con una pluma en la mano”.

Entre todos, llama la atención el más pequeño, ese que se dice que llevaba Martí siempre en el bolsillo. Un deletreador de inglés y español, de catorce centímetros y hecho en seda de Rusia, por el cual pagó cincuenta y cinco centavos. Además de servirle para la comunicación cotidiana, el librito guardaba un secreto: junto a algunas palabras, hay marcas de nombres como Maceo, José, lo que permite a los investigadores pensar que fueran usadas como pseudónimos para mensajes sobre la guerra.

“De mis libros no le he hablado. Consérvenlos; puesto que siempre necesitará la oficina, y más ahora: - , o cosas de América, a fin de venderlos pa. Cuba en una ocasión propicia, salvo los de Historia de América —geografía, letras, etc.— que Vd. dará a Carmita a guardar, por si salgo vivo, o me echan, y vuelvo con ellos a ganar el pan.”

En lo que se considera su testamento literario, la carta que escribiera a Gonzalo de Quesada desde Montecristi el 1 de abril de 1895, Martí indica el camino para sus libros. Siguiendo este deseo, y con la devoción de siempre, Carmen Miyares guardó celosamente lo más preciado de la colección durante veinticinco años, y la puso después en manos de Julio Villoldo, quien, a su vez, la entregó a Emilio Roig de Leuchsenring, en cuya oficina estuvo resguardada por cuarenta y ocho años, hasta 1968, en que conforma parte de lo más estimado en la recién inaugurada Sala Martí de la Biblioteca Nacional de Cuba.

Pero no fueron solo investigadores y personas cercanas al Apóstol quienes contribuyeron a que los libros llegaran hasta el presente. Otros muchos coadyuvaron al empeño, y de esta forma ejemplares que habían sido vendidos o donados también hoy están en la colección; tal es el caso de un libro en el que se leen dos dedicatorias: una, escrita por el editor a Martí, y la otra de una mujer que, al comprarlo en una librería de uso al precio de diez centavos y ver que pertenecía al Maestro, lo entregó a la Biblioteca Nacional.

“Un libro, aunque sea de mente ajena, parece cosa como nacida de uno mismo, y se siente uno como mejorado y agrandado con cada libro nuevo.”

Personas naturales y jurídicas, quienquiera que tuvo los libros en sus manos, trató de repararlos utilizando los más diversos medios y materiales. Gracias a eso, cuando se crea el Departamento de Conservación de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, llegó allí la colección. Fue tarea prioritaria conocer la cantidad de documentos en mal estado de conservación, las características, sus tintas, la constitución del papel, restauraciones anteriores… para ello, se aplicó un método cubano, DIAGNOS, realizado por especialistas del Instituto de Historia de Cuba con el objetivo de trazar, a partir de los resultados del diagnóstico, una estrategia de restauración y conservación de los documentos en soporte papel.

Se precisó una exhaustiva investigación sobre las características de las ediciones originales del siglo XIX, a fin de salvar en los libros de Martí todo lo posible de como fueron siempre.

Fue también una estrategia archivística, dada la necesidad de restaurar según lo planificado por el Centro de Estudios Martianos para enfrentarse a titánica tarea: la Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí, que en la actualidad ya tiene a disposición del público los primeros veintisiete tomos.

“Un libro nuevo es siempre un motivo de alegría, una verdad que nos sale al paso, un amigo que nos espera, la eternidad que se nos adelanta, una ráfaga divina que viene a posarse en nuestra frente. Tendemos involuntariamente las manos hacia toda obra que nos es desconocida, como involuntariamente tendemos siempre el alma en busca inquieta de la gran verdad”.

 

*Este texto incluye el resultado de las entrevistas realizadas por la autora a la Dra. Ana Sánchez Collazo y a la Lic. Raisa Ruiz Arias para el programa Punto de Partida, del Centro Nacional de Superación para la Cultura del Ministerio de Cultura y el Canal Educativo de la Televisión Cubana, con el coauspicio de la Cátedra Unesco Cultura y Desarrollo.


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