Por estos días cuando el dolor sigue atravesando nuestros modos de estar y comportarnos en presente, al procurar tiempos por venir que sanen heridas y restituyan la esperanza, el esfuerzo, el coraje y la confianza, en Matanzas, Liliam Padrón y su Danza Espiral se vuelven testimonio acompañante, activo en el día a día de sus gentes. Cómo, treinta y cinco años después de fundada la compañía matancera, al igual que el primer día, apresan el vigente clamor y hálito de su pueblo.
Estar junto a quien lamenta y sobrelleva pérdidas, lejanías y angustias, se torna escritura narrante de estas nuevas danzas que Espiral recrea y contextualiza. Como en aquel lejano noviembre de 1987 cuando Liliam, Guillermo Horta, Ángel Luis Servía y otros colaboradores deciden emprender su viaje fundacional en la Atenas de Cuba; sitio bendecido por el arte y la literatura, pero donde la danza se arriesgaba a forjar un camino de uniones, despertares y conquistas. Hoy, al pensar en danza, vuelven a alzar sus cuerpos en movimiento, cual potente nodo de todo lo posible; franja cierta que teje nuevas relaciones, resistencias, identidades, afectos.
Es Matanzas el espacio de esas alianzas tramadas desde la comunión de expresiones y maneras de ser en danza tan propias como lindantes. Es Danza Espiral esa suerte de laboratorio que ampara a Liliam Padrón en su permanente apuesta por sembrar y crecer. Así ha construido una forma particular de hacer a partir de lo que poco a poco fue hallando en el camino diverso de las raíces comunes y distintas. Premisa esta que distingue todos sus procesos creativos, aquellas tantas piezas paridas, cada acto de reunión que alrededor del concurso de coreografía e interpretación DanzanDos, acoge de manera bienal en su Matanzas.
Ahora, treinta y cinco años después que Danza Espiral debutara ante el público matancero, Padrón nos reafirma su reto en la constante formación y diálogos con artistas y públicos. En el camino andado ha sido indispensable, desde los primeros pasos, el sentido de grupo, la unión en defensa de una estética, y eso los ha convertido en un colectivo artístico que trabaja y muestra sus resultados con un alto sentido de pertenencia y responsabilidad profesional. Nos asegura la coreógrafa cuán importante ha sido crecer junto a los públicos, cómo el tratarlo con respeto, pero sin concesiones banales, favorece un relacionamiento permanente. Ese mismo público, en estos días difíciles, acompaña a sus artistas, saben apreciar las propuestas y los modos en que ellas crean connotaciones que trascienden las circunstancias, el dolor, el momento.
“Sin herida no hay arte, es la fisura por donde sale el poema”, nos decía el poeta chileno Raúl Zurita; quizás como él, Liliam entiende que la creación danzaria no se decide, sino que surge, emana, brota. Por ello, en días como hoy continúa su transitar por los barrios de la ciudad, por los centros de evacuación, por asentamientos colindantes a la capital provincial; ella sabe cómo hacer de su cuerpo y danzas, el campo presente de batalla. Con todo, no deja de fabular y tramar nuevas obras, insiste en cómo sería el territorio donde la venidera edición del DanzanDos, cobraría sentidos.
Podríamos considerar que la glocalización (síntesis semántica de los términos opuestos referidos a lo local y lo global) en la poética creativa de Lilita (no restrictiva solo a la obra de danza, más bien abarcadora de todo lo que ella puede generar como socialización), se fragua en la sutil integración de su sólida cultura técnica de la danza, de su universo musical familiar, de su gran sensibilidad artística y humana. Allí se resguarda esa generosidad de la bailarina y coreógrafa para estar al tanto, desde el apego a su entorno y a las circunstancias del instante, ensanchar el discurso hacia lo nacional y universal.
Hoy por hoy, Danza Espiral transpira ensamble a sus espectadores, a sus compatriotas y, como ellos comprende que el horizonte se expande y esa idea de “está todo hecho”, una vez más pierde validez, y de esta vez pierde definitivamente autoridad. Entonces, corresponde reinventarnos, re-imaginar cómo apresar el presente con toda la carga de futuridad contenida. Lilita lo sabe, los lenguajes son como recetas, efectivas en cuanto honestas, eternas en tanto duraderas. De este modo su obra creada, el catálogo repertorial (activo y pasivo) de todas sus piezas, gravita en nuestros recuerdos de público acompañante. “Considero que falta mucho por hacer; es verdad que el público sigue a Espiral, pero lo mejor es que nos exige; se ha creado un vínculo que es vital para la creación”, nos dijera la artista.
Treinta y cinco años nos separan del debut de la compañía, han sido muchas las creaciones de Danza Espiral; y aun cuando Padrón asegura que es muy difícil mantener un repertorio y prefiere emprender nuevos montajes, considera importante conservar aquellas representativas que definen y defienden la estética del grupo. Y es ahí donde recordamos las coreografías inspiradas en la obra de Virgilio Piñera o sus modos de acercarse y devolver las lecturas de clásicos musicales o teatrales. Para Lilliam, ver el transitar de la compañía en constante movimiento, al tiempo que la estética se va moldeando y también evoluciona, en el panorama de la danza contemporánea cubana, Liliam Padrón y Danza Espiral merecen sitial distinguido, trabajo y permanencia así lo afirman.
Quizás hoy, al hablar de danza en tanto arte, se pueda pensar que ella no tiene poder. Sí, un poder real para cambiar el mundo, para demoler la desesperanza, el agotamiento o la desconfianza, pero sin el arte ningún cambio es posible. Si el arte termina significaría que los sueños han terminado. Y tal vez podamos vivir tres días sin agua, pero sin un sueño la humanidad perece, es literal, en los cinco minutos que siguen. Con Lilita y su tropa, Matanzas seguirá dejándonos persistir en la constancia de danzar una y otra vez. Y una y otra vez volveremos a erigir el sueño de poder creer, poder sembrar, poder parir. Celebrar la vida y honrar la pérdida. Matanzas danza en espiral.
Fotos: Ricardo Rodríguez
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