Meñique o el riesgo de adaptar un clásico en tiempos de globalización


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Meñique o el riesgo de adaptar un clásico en tiempos de globalización

Para una buena parte de la población cubana, Meñique es un texto casi cien por ciento nacional. Pocas personas lo asocian con su origen francés (1), pues en el imaginario popular es una obra salida del intelecto creativo de José Martí y no una de las traducciones hechas por él, con el objetivo de publicarla en la revista La Edad de Oro, dentro de la cual es una de las narraciones preferidas y más difundidas. Por tanto, puede considerarse como un clásico de la narrativa nuestra.

Esta condición pesa sobre la adaptación audiovisual homónima que ha hecho Ernesto Padrón, en la cual ha querido mantener la esencia didáctica de la fábula recreada por Martí, y fundirlo con una gran cantidad de referentes, tomados, en su mayoría, de la copiosa producción de animados procedentes de los Estudios Disney.

En tiempos de globalización, de fronteras borradas en todos los campos del conocimiento humano y de la geografía universal, las apropiaciones de Meñique no me parecen su peor defecto, sino la necesidad falsa y la insistencia a lo largo de toda la historia, de un anclaje nacionalista traído por los pelos, así como del desaprovechamiento o distorsión de las moralejas educativas de la fábula, principal vigencia y motivo, sin dudas, para acometer la adaptación cinematográfica.

He vuelto a leer —una vez más— el cuento publicado en la revista decimonónica y en ningún momento Martí se siente compelido a mostrar palmas o hacer alusión a lo cubano. Su tono está dirigido siempre y con mucha precisión a dejar claro en sus lectores los valores que él considera imprescindibles en la formación futura de ellos, aquellos que le permitieran concluir en la moraleja final: “Bueno tenía que ser un hombre de ingenio tan grande; porque el que es estúpido no es bueno, y el que es bueno no es estúpido. Tener talento es tener buen corazón; el que tiene buen corazón, ese es el que tiene talento. Todos los pícaros son tontos. Los buenos son los que ganan a la larga. Y el que saque de este cuento otra lección mejor, vaya a contarlo en Roma”. Es decir, la utilidad de la bondad y la inteligencia para el ser humano.

La ubicación atemporal y deslocalizada del reino donde suceden los hechos literarios, está a favor del mundo posmoderno que pretende construir la anécdota audiovisual, dentro de la cual los más variopintos personajes (Quijote y Sancho Panza pasan por el lado de Pablo), monstruos (dragones de todo tipo vuelan y nadan al inicio del filme), las más eclécticas combinaciones de vestuarios o hasta los casi absurdos anacronismos empleados como adminículos por los caracteres, no asombran ni molestan, pues el propio cine, desde hace muchas décadas, nos ha acostumbrado a que cualquier territorio ficcional o héroe son una muestra de ese mundo abierto donde vivimos, permeado de todo tipo de transtextualidad.

Recuerdo que hace varias décadas se puso sobre el tapete de la crítica a nuestro cine, el excesivo apego a un nacionalismo trasnochado y alguien utilizó un símil excelente: En ningún lugar de El Corán se menciona un camello, y a pesar de ello, nadie duda del espacio geográfico al que se refiere.

Meñique, la película, no precisaba —para ser una obra cien por ciento cubana—, de los anclajes nacionales que constantemente la recorren y que incluye desde los espacios donde se desarrolla la trama con nombres asociativos a los que existen en la Isla, hasta giros idiomáticos en los parlamentos, mucho más marcados en el caso del hacha mágica, cuyo “cantao” similar a los de algunos lugares del territorio más oriental, más que hacerlo gracioso, deja un cierto tufillo discriminatorio hacia los habitantes de aquellas regiones.

El filme apostó a una recepción segura, a partir de estructurar soluciones narrativas fáciles, típicas de las formas de narrar del cine hegemónico. E insisto, eso para mí no es un problema. Como tampoco —y muy a tono con lo anterior— el excesivo parecido en el diseño de los personajes a otros tantos que pululan por el universo Disney. Aunque en este punto no entiendo porqué se decidió crear el gigante tan parecido, en imagen y voz, al soldado español tonto de los animados de Elpidio Valdés, y no se tuvo en cuenta el dibujo original de La Edad de Oro, que hubiera estado más a tono con los referentes asociados al universo de los otros protagonistas. Esta decisión atenta contra su función dramatúrgica de destacar no solo el valor, sino también la inteligencia de Meñique, acción reducida, en su significado, al encuentro de un pícaro que engaña a un bobo grandote y un poco fanfarrón, y le brinda su amistad para hacer uso de sus servicios.

Y es que los cambios dentro del discurso ideológico de la adaptación del cuento publicado por José Martí, es lo menos explicable en su adaptación audiovisual. Por ejemplo, la familia tiene un sentido muy especial dentro del relato literario, ya que no es homogénea en sus relaciones (Pedro es un envidioso), pero hay un sentido de unidad entre todos, en especial, una solidaridad entre Pablo y su hermano menor. Sin embargo, en la cinta, existe una corriente nociva entre todos sus integrantes. Desde el inicio de su presentación, Pedro agrede al padre fallecido, y ambos hermanos mayores se ponen en contra del más pequeño durante toda la trama, con lo cual implosiona el concepto familiar, al punto que, al final, Meñique no tiene familia, o mejor, ha tenido que crear una nueva con sus amigos.

Otros dos ideologemas están vinculados con el amor por el terruño que tenían los hermanos: “Les dolió el corazón de dejar solo a su padre viejo, y decir adiós para siempre a los árboles que habían sembrado, a la casita en que habían nacido, al arroyo donde bebían el agua en la palma de la mano”; así como a la importancia de su colocación social en relación con el conflicto que se está produciendo en palacio.

Recuérdese lo que escribe Martí cuando los tres hermanos salen de su casa: “Los tres hijos del campesino oyeron el pregón, y tomaron el camino del palacio sin creer que iban a casarse con la princesa, sino que encontrarían entre tanta gente algún trabajo”. El cambio de las actitudes de los personajes ante esas situaciones: ninguno siente amor por lo que están dejando atrás en la finca “El sacrificio” en Bayarí Arriba, y su intención desde un principio por ganar el premio del rey, incluso con una intención malsana como buscadores de fortuna, no beneficia la utilidad que pueda tener el filme para el público nacional.

Lo anterior, es decir la partida de los hermanos con ese gran desapego, da cabida a una lectura connotativa sobre la emigración interna desde un contexto contemporáneo, mucho más evidente si le agregamos, además, los puntos geográficos hacia donde se mueven: de Bayarí Arriba hacia la ciudad de Guanavana Vieja.

Por otro lado, el encuentro entre Meñique y la princesa en el cuento literario es por azar, y como consecuencia de su talento e inteligencia. Al punto de que hasta último momento, ella prueba la capacidad del muchacho para ser esposo y rey. Mientras, el filme construye el vínculo de ambos a partir de la estructura “muchacho encuentra muchacha/ muchacho pierde muchacha/ muchacho recupera muchacha”, clásico del cine hegemónico al uso, en el que el galán ya está predestinado a su pareja.

Y aunque el desarrollo de la línea argumental paralela de La princesa/La Ladrona intenta darle un papel preponderante a la mujer dentro del filme, al convertirla en un protagonista al mismo nivel dramático que Meñique como carácter masculino, lo cierto es que la estructura narrativa clásica culmina en el final feliz y en las fórmulas consabidas, a pesar de que ella tome la iniciativa en el beso final de la boda.

Desde lo formal —y para concluir— creo que no es siempre acertado el empleo de las voces con los personajes. Se sienten falsas y no colaboran con la caracterización de cada uno. No así en el caso de El Edecán, muy bien interpretado por Carlos Ruíz de la Tejera. Por otra parte, debo alabar la idea de convertir el pico mágico en mudo, pues dentro de los valores ideológicos del filme, le da un lugar positivo a los seres que utilizan otras formas fónicas de expresarse.

Un elemento molesto en la estructuración del relato es el uso de las cortinillas circulares, no siempre acordes con los cortes en tiempo y acción dentro de la historia, lo cual las hace sentir, por momentos, abusivas.

En fin, el riesgo de adaptar Meñique como dibujo animado de largometraje, empleando la técnica 3D, fue un riesgo afrontado por los Estudios de Animación del ICAIC luego de seis años de trabajo, durante los cuales hubiera sido bueno un poco más de creatividad en el diseño de los personajes y de comprensión de para qué era necesario traer al presente la fábula decimonónica, y ofrecérsela a los niños con un poco más de profundidad en sus planteamientos ideológicos, para que les fuera útil en estos tiempos donde lo que sobran son personajes acompañados de bisutería; pero faltan los que aporten, de manera entretenida, una enseñanza suficiente para que sus seguidores puedan decir, como escribió el Hombre de La Edad de Oro: “Los niños debían echarse a llorar, cuando ha pasado el día sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo”.

 

NOTA:

1.      El cuento original se titula Poucinet y fue escrito por el jurista y político francés Edouard Laboulaye (1811-1883) como parte de su libro Contesbleus (1863).


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