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"Mi libro preferido"


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Habana Radio, la emisora de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, transmite todos los martes a las ocho de la noche el programa Mi libro preferido, a cargo del conocido periodista y crítico literario Fernando Rodríguez Sosa.

En cada edición el programa cuenta con un invitado al que se le pregunta cuál es su libro preferido. Esto permite que se haga un comentario sobre la obra y su autor. Posteriormente se dialoga con el invitado y, hacia el final, se le pregunta cuál es su canción favorita, incluyendo al intérprete.

Tuve el honor, que mucho agradezco, de ser el primer invitado del año 2016. El señalar como libro preferido El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, le permitió a Fernando retomar el discurso de aceptación del Premio Cervantes pronunciado por Alejo Carpentier, que es una clase magistral sobre la obra y su autor, como solía hacer el excepcional hombre de letras y de conducta política que fue Alejo. La canción favorita permitió rendir homenaje al maestro Gonzalo Roig y a la cantante Esther Borja. Creo que fue un comienzo feliz al evocar a tres glorias de la cultura cubana del siglo XX.

El Quijote… está considerado como la primera novela moderna. Es cierto que Cervantes le intercala relatos ajenos al asunto principal que son como pausas, digresiones. Pero el núcleo central de las aventuras del hidalgo Alonso Quijano transmutado en Don Quijote, caballero andante, y del campesino Sancho Panza, convertido en su escudero, son una fuente clásica de nuestro idioma y una mina de sabiduría. No creo que en otra obra de nuestra literatura aparezca una mayor colección de refranes que los que contienen los parlamentos del aldeano Sancho. Otro aspecto que siempre valoré debidamente es que Cervantes, a través de la broma que los duques le hacen a Sancho, nombrándolo Gobernador de la inexistente ínsula Barataria, da la posibilidad de mostrar el carácter de la justicia popular impartida por Sancho, un antecedente de la idea de los jueces legos.

Y algo más, cuando Don Quijote regresa a ser Alonso Quijano y considera demencial su anterior lucha por la justicia frente a cualquier poder de la época, Sancho, el pueblo llano, ya imbuido de esos ideales, insiste en continuar la temeraria e incansable brega por ellos, no importan los riesgos ni las dificultades. Sancho ganó en conciencia y aprendió a pelear por sus nobles sueños.

Mencionar un solo libro favorito es algo muy difícil, porque hay muchos que pudieran ocupar ese lugar. Un buen libro es un buen amigo que puede acompañarnos a cualquier parte y estar a nuestro alcance a cualquier hora. Andar con una biblioteca de libros impresos en papel al hombro es poco factible; pero las nuevas tecnologías nos permiten portar esa biblioteca en una tableta. Los formatos de los libros se modifican con el paso del tiempo. Los antiguos escribían sobre piedras, rollos de papel, hasta los libros actuales y los formatos digitales. La tecnología cambia, pero el libro permanece.

Hablando de literatura universal, un libro que siempre tengo cerca es La Biblia. Hay historia, mitología, poesía, filosofía, ética, además de religión. Ahí está la sustancia de dos de las más grandes religiones contemporáneas, el judaísmo y el cristianismo, y el fundamento de una tercera, el islamismo, que se proclama heredera de todos los profetas judíos, incluyendo a Jesús, el hijo de María, como uno de ellos y a Mahoma como el último de los profetas.

Pero siguiendo con el tema religioso, hay dos libros que aportan información sobre otras dos grandes religiones de nuestra época: el hinduismo y el budismo.

Sobre la primera trata el poema épico hindú Baghavad Gita, en el que el Dios Supremo, encarnado en Krisna, le explica al guerrero Arjuna los fundamentos del hinduismo. Por su parte, los discípulos de Buda recogieron aspectos esenciales de su doctrina en el Dhammapada. En realidad, el Buda no habló de Dios ni de otros temas metafísicos, sino que estableció una ética basada en cuatro verdades cuya esencia es que la vida humana está marcada por el sufrimiento y estableció un camino con ocho elementos para evitar la reencarnación de la que habla el hinduismo y alcanzar un estado de no muerte y felicidad eterna, indefinido, al que llamó Nirvana.

Decía José Martí, que es el escritor que más he leído y leo, que quien no leyó La Biblia ni La Ilíada piense que no es hombre, en el sentido de ser humano. Y lo cierto es que La Ilíada, obra que deleitaba a Carlos Marx, no solo nos da un retrato de la Grecia antigua, de su mitología, de su modo de ser. Ahí hay mucho sobre el valor de la amistad y del amor, de la naturaleza humana. Quizás la mayor enseñanza que obtuve de la lectura de La Ilíada es la frase que dice que los dioses no dan todos los dones al mismo tiempo, ni a un solo hombre todas las virtudes.

Y como compañera de La Ilíada, La Odisea, ambas atribuidas al poeta ciego Homero, lo que puede ser cierto o no, pero ambas joyas de la tradición literaria oral de la cultura griega antigua, como el Mahabarata lo es de la India.

El protagonista que da nombre al segundo poema épico griego, Ulises u Odiseo, es el más astuto de los jefes guerreros aqueos, el de la idea de aparentar una retirada de las huestes griegas y construir un gigantesco caballo de madera como supuesta ofrenda a los dioses, pero en realidad un transporte militar cargado de Ulises y sus combatientes, que los propios troyanos trasladarían adentro de su amurallada ciudad para su propia desgracia y destrucción. Pero el regreso de Ulises a su patria, a Ítaca, es la saga del hombre frente a la naturaleza que lo crea y lo mata, para recordar palabras de Martí, y la voluntad, inteligencia y valentía humanas para enfrentar los peligros y dificultades y regresar a lo suyo: lugar natal, familia, esposa amada y amante fiel, hijo querido; el regreso a su pueblo para librarlo del asedio extraño y restablecer su papel conductor interrumpido por el deber solidario que lo llevó a otras tierras.

Permaneciendo en el mundo griego clásico hay que acercarse a su teatro, en especial, a los tres grandes autores de tragedias, Esquilo, Sófocles y Eurípides, que nos dejaron obras inolvidables que ameritan reediciones y nuevas puestas en escena. Esa fue una práctica del Teatro Universitario de la Universidad de La Habana, teniendo como escenario el frente neoclásico del edificio de la Facultad de Ciencias, en la antigua Plaza Cadenas, hoy Ignacio Agramonte.

Saltando en el tiempo, pienso que sería muy exitosa una edición de los Cuentos de Canterbury, esa joya de la narrativa inglesa, llena de humor y sabiduría. Y, dejando a Chaucer, paso a William Shakespeare, el gran muralista de la psicología humana, el creador por excelencia de caracteres complejos y transmisor de hondas reflexiones. “Toda virtud puede convertirse en su contrario”, leeremos en Romeo y Julieta. O esta frase del Rey Lear que parece escrita ayer: “qué tiempos son estos en que los locos guían a los ciegos”.

Y si de teatro se trata, Lope de Vega nos dejará en Fuenteovejuna la imagen de la fuerza tremenda del pueblo, cuando es capaz de unirse contra la injusticia y el abuso de poder.

De la literatura alemana, el clásico de Goethe, Fausto, además de mostrarnos la posible perversión humana en busca de las cosas que más desea, y cómo al acceder a cualquier medio para alcanzar sus propósitos el ser humano puede perderse a sí mismo y dañar a lo más querido, nos deja una frase que Mefistófeles le dice a un estudiante, frase que a Lenin le gustaba citar: “la teoría es gris, amigo mío, pero el árbol de la vida es siempre verde”.

Hay un libro chino que se considera el más antiguo del país, cuyo contenido fue evolucionando y ampliándose con los años y ya en época del sabio Confucio este lo consideró como el libro perfecto. Se trata del I Ching o Libro de las mutaciones, basado en la idea china de la existencia de dos fuerzas que forman una unidad de contrarios siempre en lucha, que van conformando el devenir. Este libro se utilizaba, y se utiliza aún, con un propósito en cierto sentido adivinatorio, pero especialmente como consejero acerca de lo que debe hacerse en un momento dado para andar en armonía con los cambios sociales previsibles.

Con esta nota he pretendido reconocer la incansable labor divulgadora de Fernando Rodríguez Sosa y proponerme escribir algo más sobre el valor de los libros.

Antes de terminar desearía insistir en la importancia fundamental de un libro que debe ser consultado a diario: el diccionario de nuestra lengua. Si recordamos la relación que existe entre pensamiento y lenguaje obtendremos la explicación del valor de ese libro, donde están los signos que representan los conocimientos y los sentimientos, las acciones, la representación de los seres humanos, la naturaleza, lo conocido y los sueños, el mundo del espíritu que nos hace ser lo que somos y la herencia histórica para los que comienzan a vivir y para los que vendrán después.


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