La artista del vitral Rosa María de la Terga es el referente ineludible cuando en Cuba se habla de diseño, creación y restauración de vitrales.
Han sido reconocidos su talento, dedicación y entusiasmo creador, gracias a los cuales resurgieron en nuestro país los mediopuntos, las lucetas, los lucernarios, las mamparas y las lámparas, todos hermosos filtros de luz, símbolos de la arquitectura cubana.
En su trayectoria de más de 40 años en la vidriería cubana contemporánea, de la Terga realizó obras de pequeño y gran formato para importantes instituciones de toda la Isla, con su sello personal: el color, la flora y la fauna tropicales.
La artista intervino en muchos de los principales hoteles, restaurantes e iglesias del país.
La labor que desplegó en inmuebles restaurados del Centro Histórico de La Habana ha recibido múltiples elogios y mucha admiración; entre estos podemos destacar los lucernarios del Café del Oriente y del Hotel Raquel; las vitrinas de la Perfumería Habana 1791; la cristalería de la Iglesia de Paula y el extraordinario mediopunto de la farmacia La Reunión.
Muchas de sus creaciones además integran colecciones estatales y privadas en naciones como Canadá, México, Venezuela, Aruba, Suecia, y España.
A la maestra Rosa María de la Terga, por la importancia de su legado, el Comité Organizador de la Feria Internacional de Artesanía FIART 2017, le otorgó en el acto inaugural del evento el pasado día 5 de diciembre, un reconocimiento in memoriam que recibió su familia.
Con su hijo Julio César Giner de la Terga, conversó el Periódico Cubarte, en los momentos siguientes a esta entrega.
Hábleme del homenaje que hoy el Fondo Cubanos de Bienes Culturales y FIART rindieron a Rosa María.
Imagínate, para mí que hayan hecho este reconocimiento a mi mamá significa mucho, es algo muy bonito, muy emocionante; ella tal vez si estuviera viva no lo hubiera recibido como lo recibimos nosotros, porque ya no la tenemos, es diferente.
¿Cómo era?
Ella era soñadora, entusiasta, preocupada, todo lo bueno que se pueda decir. Se empeñaba mucho en que todos nosotros aprendiéramos a hacer todas las cosas bien y era muy ahorrativa, algo que es tan importante en cualquier labor y en estos momentos, tenía una batalla por ahorrar el vidrio.
Esta muestra en el stand reitera los elementos de la flora y la fauna cubanos que ella recreaba. ¿Ustedes continuarán también esta idea?
Como ella utilizaba mucho la flora y la fauna quisimos en esta exposición traer estos temas, e incorporamos además por su importancia, los vitrales con obras de Wifredo Lam que por encargo realizamos hace algún tiempo para una exposición dedicada a este maestro.
Nosotros vamos a mantener la continuidad de la obra de mi mamá siempre, aunque, bueno, haremos las modificaciones de acuerdo al tiempo pero usando siempre los colores de ella, bonitos y bien combinados como ella los usaba; eso nosotros lo hemos logrado aprender y lo haremos para mantener su estilo, pero en nuestro trabajo incorporamos elementos modernos también.
Se ha reconocido que Rosa María desarrolló una importante labor de formación. ¿Algunos de los artesanos que trabajan con usted en el taller fueron alumnos de ella?
Sí, nosotros somos cuatro y los cuatro aprendimos con ella todo lo que sabemos y por eso mantenemos viva su herencia.
En el proceso de enseñanza ¿era rigurosa, tenía «malas pulgas»?
(Risas) Como todos…, en momentos salía su carácter explotado pero era porque quería que las cosas salieran bien, como ella decía, no como queríamos nosotros; quería que su camino fuera el ideal, el mejor y verdad que era el camino.
¿Usted sabe por qué y cómo ella comienza a realizar esta labor? ¿Qué la motivó?
En la década del 60, Celia Sánchez Manduley organizó en una escuela que creo que se llamaba Clara Zetkin y que estaba en la ribera del río, un curso para aprender a restaurar muebles antiguos; ella fue de las seleccionadas al terminar el curso, se graduó pero después no pasó nada más.
Luego Celia ideó la creación de un taller de vitrales, que radicó en Calzada y 10, en El Vedado, para aprovechar la experiencia que ya tenían en cuanto al dibujo y a los colores y sus combinaciones.
En este taller mi mamá aprendió las técnicas del oficio del vidrio con el maestro Nino Mastellari, que era descendiente de una familia italiana que tenía una compañía que hacía vitrales y que estaba radicada en Cuba a principios del siglo pasado.
Esto era ya en los años 70; mi mamá tomó este aprendizaje con mucha pasión y empezó a hacer lámparas y vitrales; hizo por esa época tres vitrales muy grandes e importantes: el del Consejo de Estado; el del restaurante Las Ruinas, del Parque Lenin, que es un diseño del maestro de la Plástica Cubana René Portocarrero y el del Mausoleo de los Mártires de Artemisa, que es un vitral óptico.
¿Qué es un vitral óptico?
Es aquel que usted mira de cerca y no le dice nada, no distingue las formas ni las figuras y cuando se empieza a alejar las va descubriendo. En este caso son las figuras de Fidel, de Raúl, con los fusiles en alto…, esa foto conocida.
Después…
Después continuó por ese camino, fue una de las primeras fundadoras de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas y empezó a hacer vitarles sin parar, era su vida hacer vitrales.
¿En qué proyectos labora el taller en estos momentos?
Estamos interviniendo en la restauración de los vitrales del Capitolio que es una gran obra, muy hermosa.
Mi mamá formó en el taller nuevas generaciones en el arte del vidrio para mantener viva esta importante tradición cultural cubana y por eso vamos siempre a seguir su camino.
Publicado: 7 de diciembre de 2017.
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