Todavía la gente habla con admiración de aquel gesto
altruista del inmenso Plácido Domingo cuando tuvo lugar el siniestro terremoto
en México (1985, el mayor en la historia de ese país) justo cuando él debía
cantar en Chicago, que lo llevó no solo a ofrecer conciertos benéficos durante
un año, sino que por su empeño hasta se creó un modelo de casas que porta su
nombre. Esa experiencia lo marcó de un modo tan fuerte, que expresó:
«...tenemos que pensar mejor la vida, tratar de ser más generosos y menos egoístas.
Vivir también y aceptar cosas. ¡Le damos una importancia a lo que no lo
tiene!».
Y es exactamente esa generosidad probada la que ha hecho
posible que el venidero sábado 26 de noviembre, a las 8:30 p.m., el ahora
impresionante intérprete ofrezca un concierto único en la sala García Lorca del
Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, organizado por el Ministerio de
Cultura, el Instituto Cubano de la Música y el Consejo Nacional de Artes
Escénicas.
La Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, dirigida por el estadounidense
Eugene Kohn, tomará parte de este espectáculo que también podrá apreciarse en
grandes pantallas situadas para tan especial ocasión en los alrededores del
coliseo de Prado. Según ha trascendido, se trata de un concierto en el que
intervendrá la soprano puertorriqueña Ana María Martínez. Tal vez sea esta esa
oportunidad soñada en que el actual director general de la Ópera Nacional de
Washington y de la Ópera de Los Ángeles, California, interprete canciones,
boleros, fragmentos de zarzuelas... nacidas en esta tierra, pero a los que él
ha regalado su sello inconfundible: Siboney, Quiéreme mucho, María La O, Canto
Karabalí, Damisela encantadora, Nosotros, Capullito de alelí, Guantanamera...,
todas ellas recogidas en los espectaculares ocho discos que conforman The latin
album collection (uno de ellos, Siempre en mi corazón, dedicado íntegramente a
nuestro Ernesto Lecuona).
En todo caso, el primer encuentro del público cubano, que lo
admira profundamente, con este artista fuera de serie que ha hecho suyos
exigentes roles de más de 150 óperas, será un acontecimiento que se recordará
por largo tiempo. Con una carrera difícil de igualar, Plácido tiene el don de
emocionar y enamorar a las audiencias. Por suerte lo ha hecho por muchos años,
porque su vida nunca ha estado al margen de los escenarios y, afirma, no puede
siquiera imaginársela de otro modo.
Galardonado varias veces con el Premio Grammy y nombrado
Persona del Año de la Academia Latina de Grabación en 2010, el también director
de orquesta y productor nació en Madrid, España, el 21 de enero de 1941, del
matrimonio de los cantantes de zarzuelas Pepita Embil y Plácido Domingo. Quien
debutara como barítono en 1959, interpretando a Pascual en la obra Marina, en
el teatro Degollado de la ciudad de Guadalajara, México, a sus 75 años
cumplidos admite que «lógicamente me voy cansando más. La ópera es el
espectáculo más completo pero también el más cansado. Ensayamos tantas horas,
con dos, tres o cuatro semanas de antelación según sea la producción. Y además usando
la voz cada día. Creo que ha llegado el momento de buscar un equilibrio en mi
agenda, quizá pensando en cantar más conciertos y menos funciones de ópera. Y
según la energía que me quede, quizá algún día, de aquí a unos años, tenga que
pensar en dejar la ópera. Mi vida es el escenario, y en un concierto actúo, me
implico e intento hacer un personaje. En todo caso, algo me inventaré para
seguir estando en el escenario el día que tenga que dejar de cantar ópera como
tal. A día de hoy tengo contratos hasta el 2019. Iremos viendo de aquí a
entonces cómo van las cosas y cómo responde mi voz».
La verdad total es que su voz continúa siendo impactante.
«Yo he tenido suerte —ha explicado en entrevistas. Más o menos aprendí a cantar
bien, y mi trabajo me costó. Hay una cantidad enorme de colegas míos tenores
que empezaron ya con un registro agudo más natural, mientras que yo estuve
mucho tiempo trabajando medio tono. Eso me ha llevado a trabajar de una forma
más saludable, quizá, de modo que he durado más».
Pero Domingo insiste en que quizá el secreto se halle «en la
pasión con la que vivo mi dedicación a los escenarios. Es algo continuo, una
necesidad constante de dar algo al público. Hay trabajos muy creativos, como
escritor o compositor, que obligan a pasar el tiempo en casa. En mi caso, sin
embargo, como en el de tantos artistas, nuestra vida es un encuentro continuado
con el público, cada dos o tres días. La energía genera energía y cuanta más
actividad tengo, más actividad necesito tener».
Lo mejor es que Plácido se siente el mismo. «Trabajo con la misma pasión, con la misma intensidad y sobre todo con la misma honestidad», afirma quien profesa un respeto enorme por su público, ese que empezó a verlo aún más cercano a partir del mítico concierto que protagonizara junto a Pavarotti y Carreras en Caracalla, hace más de un cuarto de siglo. De aquel momento memorable recuerda:
«Fue algo extraordinario. En primer lugar porque supuso
darle la bienvenida de nuevo a los escenarios a José (Carreras) que venía
afortunadamente de superar su enfermedad. Y por otro lado, fue un concierto con
unas dimensiones inéditas, que inauguró un mercado nuevo para la ópera, sin
lugar a duda».
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