Siempre hemos dicho que las inspiraciones de trovadores y compositores no necesariamente corresponden a sucesos acaecidos a ellos; así como tampoco los nombres de mujeres que suelen poner a títulos de canciones son de mujeres conocidas por ellos.
Vamos a poner el ejemplo de una de las obras de Miguel Matamoros más conocidas: el bolero-son Lágrimas negras. Matamoros no derramó ni una sola lágrima cuando compuso este gustado número musical.
Me contó que cuando vivía en Santiago de Cuba, en el año 1924, trabajaba casi siempre por las noches acompañando a un acaudalado hombre de negocios muy dado a las juergas, por lo que él tenía que dormir después del almuerzo.
Pero sucedió que todas las tardes visitaba su casa una buena mujer que desahogaba sus penas quejándose con su esposa de las infidelidades de su marido. Derramada en llantos vertía “lágrimas negras” quejándose de su infortunio. Matamoros, que trataba de conciliar el sueño, no lograba dormir, y por pena y lástima a la infeliz mujer no la mandaba a callar.
Y una tarde, con un gran insomnio, Miguel tomó la guitarra y comenzó a componer inspirándose en las quejas de aquella señora.
Aunque tú me has echado en el abandono
Aunque tú has muerto todas mis ilusiones
En vez de maldecirte con justo encono
En mis sueños te colmo
En mis sueños te colmo
De bendiciones
Era ya un bolero compuesto, pero como en aquellos años lo que estaba de moda era el son, Matamoros tuvo la feliz idea de mezclar el bolero con el son, y entonces, al final, le añadió un montuno soneado.
Tú me quieres dejar
Yo no quiero sufrir
Contigo me voy mi santa
Aunque me cueste morir
Había nacido el primer bolero-son que se compuso en el mundo, gracias a la genialidad de Miguel Matamoros; composición interpretada por decenas de cantantes de fama internacional. Hasta la españolita Sarita Montiel no se pudo resistir al encanto de su música y lo cantó a su manera, pero le quedó muy bien. A Miguel le gustó mucho.
Ahora quisiéramos contar algo tragicómico que le sucedió a Miguel Matamoros.
Una noche, de las tantas noches bohemias en que estaba dando serenatas por Santiago de Cuba, se le ocurrió ir a cantarle a una amiga cuyo marido trabajaba de noche en un ingenio azucarero cercano a la ciudad de Palma Soriano.
Pero sucedió que el esposo de la amiga de Miguel no fue a trabajar aquella noche. Cuando Matamoros comenzó a cantar, el hombre, intrigado, preguntó a su mujer el por qué de aquella serenata. A ella no le quedó más remedio que asomarse a la puerta, y fingiendo no conocer al trovador le dijo que se marchara, que estaba equivocado de casa.
Miguel se marchó molesto y esa misma noche compuso un bolero que dice:
A tu puerta jamás iré, perjura
No quiero recibir ingratitudes,
Pues para amarte, mujer, con impostura
Me hiciste sufrir ingratitudes
Ya no esperes que torne a suplicarte
Ni te ofrezca de nuevo mi pasión
Ni que vuelva más nunca a mencionarte
Como dueña de mi amante corazón
Años después, Matamoros, recordando aquella noche desventurada se moría de risa.
Así era aquel trovador, apasionado y ocurrente, que sabía sacar de cada acontecimiento sucedido a él o a otra persona una pieza musical que perdura en el tiempo como un cariñoso testigo de lo que puede ser el amor.
Aquella noche de la serenata Miguel Matamoros no derramó ni una lágrima negra, y eso que tuvo suficientes motivos.
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