Miguel Terry Valdespino: “Paso mucho trabajo para encontrar algún trabajo que me interese en la prensa cubana” (Primera parte)


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Foto: Humberto Líster

Me conforma ser uno de sus amigos. Desgraciadamente un amigo lejos para compartir su último verso. Pero orgullosamente me conforma ser su amigo: leer sus poemas, obras de teatro… o intentar hacer un documental para honrar su figura. Y es que existen muchas razones para sentirse compañero de Miguel Terry Valdespino, el hombre periodista, narrador, poeta…

Espina incómoda en los lugares comunes. Enemigo de las reglas que intentan “adoctrinar” y nos llevan por el mismo camino. Por eso existe Terry: para salvarnos de lo que es igual. Un imprescindible idóneo de la literatura cubana, Terry nos apabulla con su escritura y la forma en que se proyecta diariamente.

Alguien le dijo que con su expediente artístico, en La Habana sería usted toda una “estrella”.  ¿Influye verdaderamente el fatalismo geográfico en la literatura?

La frase me la dijo en un parque de San Antonio de los Baños el filósofo Emilio Ichikawa, un tipo nada ayuno de luces… y parece que se ha cumplido hasta el detalle. Detesto mirarme el ombligo, pero me asombro extraordinariamente cuando veo que escritores jóvenes, muy jóvenes, integran delegaciones a muchísimas ferias del libro de este mundo mientras autores como yo no son invitados ni a la Feria del Libro de Guantánamo, a pesar de contar con un currículum diez veces más enjundioso.

Recuerdo que el escritor lajero Reinaldo Medina, otro autor muy premiado y también con residencia fuera de la capital como yo, se quejaba en cuanta reunión apareciera en el camino acerca de esta suerte de exclusión para los escritores de provincia… o al menos para los escritores de provincias como estas, me refiero ahora a Artemisa y Mayabeque, los dos pedazos de la difunta provincia de La Habana. Medina solía poner el asunto muy en claro, pero nadie se tomó demasiado a pecho.

Sí. Creo, sin dudas, que se paga un precio por residir fuera de la capital. No me atrevo a decir que en todas las profesiones sea igual, porque no tengo los conocimientos suficientes como para ser tan totalitario, pero al menos en lo que a uno de mis dos oficios corresponde, estoy seguro que sí. En este sentido, nadie con verdadero poder de decisión en la Ciudad Letrada parece mirar hacia provincias… o al menos hacia la nuestra, quizás porque todo, por desgracia, adquiere un sello “habanocentrista” casi insoportable.

En cuanto a lo de escribir buena o mala literatura, ya eso es harina de otro costal. Puedes vivir en Guantánamo y ser un escritor talentoso, puedes vivir en Centro Habana y ser un escritor chapucero. Ni siquiera el hecho de que hayas viajado a cinco o seis ferias internacionales del libro te vuelve un mejor escriba.

Periodista o escritor… ¿Hasta cuándo tanta división?

Cuando era un poquito más joven de lo que soy ahora, tenía el sueño de muchos escritores: “si gano un premio grande internacional de novela o teatro –digamos el Planeta, el Alfaguara, el Tirso de Molina…– salgo por la puerta de la redacción del periódico donde me encuentre trabajando y no regreso más al periodismo.  O me dedico a colaborar desde fuera, de la manera que más me guste y convenga”. No sucedió así. Todavía estoy esperando ese premio que me ponga a escribir tranquilamente en mi casa sin tener que darle explicaciones a nadie. Así que como ves, hermano, la división parece que seguirá por largo rato.

No obstante, debo decirte que el periodismo me ha dado alegrías infinitas y las personas me conocen mucho más como periodista que como escritor.  Creo que nuestro periodismo sigue anclado en las maneras del siglo XX, sigue sin darse cuenta que ha ocurrido un cambio de época, que ya existen fuentes diversas para contrastar la información o para conocer lo que ciertos medios no te dicen. Mario Benedetti aseguró una vez que la prensa cubana no daba ganas de leérsela. A mí, que ya leía antes de haber aprendido a leer, me sucede exactamente lo mismo: paso mucho trabajo para encontrar algún trabajo que me interese en la prensa cubana.

Ser periodista y ser escritor en Cuba puede ser especialmente difícil. Pero yo me siento bien en uno y otro oficio, aunque, si te voy a ser sincero, me siento más escritor. Las licencias que me he tomado en la literatura jamás me las hubiera podido tomar en el periodismo.

Nacer en el Vedado y residir hoy en Caimito es una hoja de ruta que cualquiera no aplica. En medio de tantos parajes y vidas… ¿cómo va construyendo la suya?

De la mejor manera posible. Estoy lleno de insatisfacciones, que casi ninguna tiene que ver con el hecho de ser “un escritor de provincias”, sino con la vida tan difícil que llevamos los cubanos, residamos en la capital o fuera de ella. Me entristecen muchas cosas que están pasando y cierta gente que debe prestar un servicio público y solo presta la miserable retórica de su lengua. Me molesta mucho todo eso. Pero no dejo de trabajar ni dejo de querer a la gente buena que me quiere y me rodea. “Los inmorales nos han igualao”, dice un tango fabuloso del argentino Enrique Santos Discépolo. No lo dudo. Y esos inmorales suelen hacernos la vida bien jodida. Pero el deseo de vivir siempre es más fuerte porque la vida es el mejor de todos los regalos posibles.

Y es verdad: nací en el Vedado, el centro de La Habana, pero la esquina del mundo donde soñé vivir está en Caimito y con esa esquina tengo más que suficiente.

Desde su primer libro o aquella primera línea que rompió el trauma del papel en blanco, ¿cuánto cree que evolucionó su literatura? ¿Se arrepiente de ceder a los deseos de la musa?

Por suerte creo que mi literatura fue evolucionando desde mi primer libro en adelante. Si te fuera a ser sincero, no me gustaría ver publicado de nuevo ese primer libro porque lo considero realmente desacertado. Sin embargo, varias obras que vinieron después –y que sí me parecen buenas– me gustaría verlas publicadas una y otra vez, sobre todo varias de mis piezas teatrales. No quiero falsas modestias en cuanto a esto.

Evolucionó mi escritura poco a poco, al punto que un día me dije: Llegó la hora de lanzarme a escribir una gran novela latinoamericana y me lancé al intento de escribir Caballo de Batalla, una novela bien difícil, en la que el protagonista es el general mexicano Pantaleón Ordóñez, uno de los generales del general Tomás Arroyo, personaje de la novela Gringo viejo, de Carlos Fuentes.

Me monté en un enredo tremendo porque en esta novela Federico García Lorca, Salvador Dalí, Alejo Carpentier, Lezama Lima, Dulce María Loynaz, Camilo José Cela y otras grandes figuras también son personajes literarios. La novela iba a pasar por México, Cuba y España. Sin embargo, la vida me fue enredando el caminar y todavía la novela no ha terminado, a pesar de haber ganado el Premio Razón de Ser de la Fundación Alejo Carpentier en el año 2000.

Uno no puede ser tonto, no como ciudadano ni como escritor. Uno tiene que saber si su literatura ha evolucionado o si sigue dando vueltas a la noria. En cuanto al acto de trascender, eso es ya más difícil. Ese no lo elige uno. El propio Borges decía: “La meta es el olvido. Yo he llegado antes”. Y era Borges el que hablaba de olvido, ¡madre mía!

Hemingway o Rulfo o Picasso, alguno de ellos dijo: “Si la inspiración existe que me sorprenda trabajando”. Es decir, si existe la musa que me sorprenda trabajando. Este es un asunto que puede ser complicado.  Conozco excelentes obreros de la literatura como mi amigo el narrador y guionista de cine Francisco García González, que escribe como un poseso y no cree en obstáculos de ninguna clase. Y, además, escribe muy bien.  Durante muchos años yo fui algo parecido a él, aunque no tanto. Ahora, por ejemplo, no acabo de encontrar un pretexto, una musa o como se llame para volver a escribir cuentos y obras de teatro. Aunque puedo escribir ahora libros de poesía. Y hacerlo de manera decorosa, según me dicen y me digo. No sé, Jaime. Es extraño. Esto de las musas que bajan o “andan de vacaciones”, como dice Serrat en No hago otra cosa que pensar en ti, puede ser bien difícil de explicar… o al menos a mí me resulta muy difícil.

Cuando investigamos en su producción literaria, periodística… vemos a un profesional que camina desde la poesía hasta el teatro. ¿A qué responde tanta ambición por la escritura? ¿Es acaso el deseo de perdurar tan siquiera en el último resquicio de la memoria?

No puedo responderte a cierta esta pregunta.  Después de largos años sin haber escrito ni un verso, después de haber escrito tanto teatro y narrativa, cuando ya estaba seguro que la poesía era un asunto de juventud, de pronto me vi escribiendo un libro completo de poemas en un abrir y cerrar de ojos y ese libro hasta un premio ganó. Tendría en este caso que decirte como el Benny: “Cómo fue. No sé decirte cómo fue. No sé explicarme qué pasó”. Con la décima me sucedió otro tanto: empecé a practicarla y practicarla y un buen día me vi escribiendo décimas por cualquier motivo.

Pienso que tengo una manía de escribir incorregible y hasta padezco del mal de la grafomanía (escribir en el aire). Para mí no hay casi nada mejor que las palabras. Yo, entre los tantos cuadros originales que tengo colgados en las paredes de mi casa, debería tener uno donde estén pintadas todas las letras del alfabeto, porque de ese alfabeto me he nutrido como de mi propia madre. Escribo, escribo y escribo. Y de esa infinita aventura de la escritura parece que surge el intento de probarme en todos los géneros posibles. En cuanto al deseo de trascender, vuelvo a remitirte a la frase de Borges.

En ocasiones se ven en sus obras algunos personajes constantemente preocupados, absortos en una idea que no les permite avanzar. ¿Va usted en ellos?

Voy a ser totalmente sincero: a veces pienso que no avanzo en esta vida que vivo, aunque después se me pasa y salgo de nuevo a comerme el mundo. Quizás a mis criaturas literarias les suceda otro tanto. Salieron de mí y tienen mi sello por alguna parte. Decía Federico García Lorca que “la vida no es buena, ni noble, ni sagrada”. Un buen escritor nunca olvida este principio. El escritor está para desnudar el alma de las naciones, como aseguraba Balzac. Y desnudar el alma de una nación a través de la literatura siempre acaba por revelar amarguras incalculables en los personajes y sus creadores.

Negro y pobre.  ¿Sufre este dúo?

Ser negro y ser pobre en Cuba pueden ser sinónimos casi perfectos. Pero yo trato de imponerme, pese a todo.  Leonardo Padura afirma: “No me siento negro ni blanco. Me siento cubano”.  Pero Padura es un triunfador. Y un triunfador, a fin de cuentas, siempre sabe lo mucho que vale.  Supongo que en buena medida –y no tengo los premios de Padura– me suceda lo mismo, aunque alguien muy cercano a mí en otros tiempos se encargue de asegurar en mi propia cara, de manera realmente miserable y pedestre, que llevo  “el estigma” de ser negro y ese estigma me perseguirá por los siglos de los siglos.  Ya ves qué cosas tiene la vida. Como decía Guillén: “Habrá quien me escupa en público cuando a solas me besó”.

¿Conoces la sicología del negro que sale a imponerse? Son invencibles. No recuerdan cada cinco minutos el color de su piel, sino que saben que hay un camino por delante, duro de vencer, y se lanzan a vencerlo sin miedo. Si pasas el día y la noche clamando que no avanzas por ser negro, entonces bien negra será tu suerte.

No sé si recuerdas aquel momento cuando se puso de moda una canción titulada ¿Quién tiró la tiza?, que pretendía poner sobre el tapete el tema del racismo en la Isla. En esta canción el negro parece recibir todos los golpes y desmoralizaciones habidos y por haber en algún centro escolar…, pero los recibe de manera absolutamente pasiva. Un amigo mío, el pintor y músico Karoll William, compuso una especie de segunda parte de … la tiza, en la que ponía en solfa todas las calamidades racistas sufridas por el protagonista de la canción.  Y las ponía porque Karoll es un negro nada pasivo, es un buen gallo de pelea, y ante la insolencia de una profesora fue capaz de decirle: “tú te vas a ir de esta escuela antes que yo”, y el día que por fin botaron a la dichosa profesora fue donde estaba la mujercita y le soltó en plena cara: “¿Viste? Te lo dije, te vas de esta escuela primero que yo”. No digo que sea la manera en que un negro debe andar siempre por este mundo, pero a veces cuando un negro se pone contra el tráfico, como decimos en buen “cubano”, cierta gente racista y cobarde se asusta de veras.

Sí, soy negro, y soy pobre, pero nadie puede quitarme el talento que llevo en la cabeza, un talento que disfruto más que nada en este mundo y que no cambio por el pellejo más claro de ningún papanatas.

A mis 53 años, si bien no me siento un gran escritor, he logrado más que millones de seres blancos en este país. Y lo he hecho de manera natural, sin acudir a golpes bajos o a trampas miserables.

Pienso que mi suerte ha sido la de muchos negros y mulatos, y también la de muchos blancos de este país –algunos de ellos en mi familia, por cierto–, expuestos a los mismos vaivenes y barrancos de la sociedad cubana.

Formo parte de una sociedad con un entramado social donde millones de blancos son pobres, ganan salarios tan deprimentes como el que gana cualquier negro o cualquier blanco recibe y viven en casas roñosas y parchadas iguales a la tuya o la mía. Vivimos en una sociedad cada día más mestiza. Y esa mezcla hermosísima y pujante ya no podrá detenerla nadie, aunque la miseria del racismo sea entre nosotros algo más que “un rezago del capitalismo y del esclavismo”, porque las diferencias económicas evidentes y “los cepos de la memoria” –como dice la ensayista Zuleica Romay– continúan perdurando entre nosotros.

Continuará…


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