Mimados de la fama, entre traiciones, venganzas, envidias y muertes


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Partagás

Rencores, envidias, codicias y venganzas asentadas en el interior del corazón de ciertos humanos, han movido por siglos a las más bajas acciones. Pasiones que en el paroxismo de su exaltación, han de llevar a la más despiadada esclavitud del alma a quienes se han dejado atrapar por ellas. Sordos a la reflexión, ciegos al razonamiento, e incapaces de pensar en consecuencias, acometen estos cautivos con furia demente, contra aquellos que representan el triunfo, quienes han sido declarados desde la profundidad de sus trastornadas e íntimas conclusiones, la causa de sus congojas, ambiciones fallidas y consternaciones perpetuas. En Cuba tuvimos algunos mimados de la fama, que sufrieron traiciones, venganzas y envidias, a causa de lo cual, de repente y sorpresivamente, les llegó muerte.

El triunfo personal, notoriedad, reputación, riquezas materiales, simpatía y admiración pública de unos, han sido por siglos los más comunes y poderosos atractores de un interés venenoso, por parte de otros que nunca han gozado de tales privilegios, llenándoles de odios y rencores hacia quienes han obtenido estos resultados en la vida. Frustraciones, desengaños, animosidades, repulsiones y malevolencias, han convertido a muchas de estas criaturas despechadas de glorias y honores, en enfurecidas bestias capaces de los más brutales desenfrenos, así enredados en una espiral descendiente de pasiones, no pocas de ellas han descendido en la escala animal, dejándose llevar por estas emociones, hasta convertirse en asesinos de aquellos que se constituyen en fijación de sus resentimientos y centro de sus malsanas exaltaciones.

En Cuba tuvimos personajes célebres que en su tiempo, fueron víctimas de estos desenfrenos y aunque alguno que otro de ellos no tuviese ciertamente vocación de ángel, cierto y verdadero es que por sus propios medios, esfuerzos y talentos, llegaron a obtener destacados triunfos en sus vidas, que les llevaron a ser mimados de fama o de riquezas y con ello, sin quererlo, a afrontar las consecuencias de tal notoriedad, incluyendo entre ellas a la muerte.

El “descubrimiento” de Don Mariano Borrell

A mediados del siglo XIX, la mayoría de los pobladores de la villa de Trinidad, en la provincia de Santi Spíritus, atribuían magro carácter y despiadada severidad a don José Mariano Borrell y Lemus, marqués de Guáimaro. Era rumor por muchos compartido, que sus riquezas provenían de un siniestro pacto con el diablo. Tomaron suficiente prueba de ello, quienes vieron la famosa obra pictórica con la imagen de belcebú, plasmada de artística manera en una pared de su palacio. Mansión de ostentosa elegancia, considerada hoy una de las joyas arquitectónicas más sobresalientes de esta bella ciudad. “Se cuenta que regresaba el marqués cierta noche de su ingenio, cuando en el silencio del camino le dispararon con una escopeta. Al responder con su pistola, logró herir y capturar al agresor. Era un esclavo de su propia dotación. Le condujo a Trinidad y en presencia de un amigo de prestigio intachable e irreprochable solvencia moral, lo instó a que confesare quién había ordenado la agresión. El siervo obstinado, se negaba a hablar, mientras don Mariano se desangraba a causa de las heridas. El amigo, que le veía desfallecer bajo la camisa ensangrentada, le rogaba que se dejase curar, pero él persistió que ante todo era menester conocer a los responsables del complot” (1) 367.En tal propósito fuera Borrell tan perseverante y empecinado, hasta lograr la confesión de su agresor, quien sabe por cuales medios. Mas a veces la verdad contiene al develarle, las más amargas y terribles certezas. “Su propia esposa, con la complicidad, acaso del primogénito, habían dispuesto el asesinato. Añade la versión popular del episodio, que don Mariano Borrell, espantado ante tanta maldad, enterró cuánto dinero poseía y para castigo de su conyugue, dispuso la construcción de una gran jaula de hierro, donde hubo de mantenerla hasta el término de sus días. El final de la historia real, es otro. Según el testamento del marqués de Guáimaro; aunque se declaró totalmente convencido que su esposa fue quien le mandó a asesinar. No hubo de acusarla, ni perseguirla. Revelando esto sólo en el instante de la agonía y para evitar males mayores. Ya que no quería que ella fuera la tutora de sus hijos, por temor a que intentara también a asesinarlos para heredarles” (1) 368. 

De lo acontecido a Don Jaime Partagás

Catalán de nacimiento, don Jaime Partagás y Rabell funda su fábrica de tabacos “La flor de tabacos Partagás”, en la calle Lealtad nº 44, en la Ciudad de La Habana. Como le fuera bien este negocio, “en ese mismo año de 1845, adquiere la finca Hato de la Cruz, en el municipio de Consolación del Sur, provincia de Pinar del Río, para cultivar su propio tabaco. También establece allí dos tiendas donde los agricultores podían adquirir a crédito, todo lo que pudieran necesitar para sus hogares y el trabajo en el campo”. “Cuatro años después de tal aventura, registra su primera marcaLa Florde Cabañas de Partagás y Cia., lo que fue motivo del pleito con la familia Cabañas y González-Carvajal. La diatriba legal duraría cinco largos años y finalizaba con la sentencia firme de obligar a don  Jaime, a no usar dicha denominación para los productos que llevaba comercializando desde1848”(2). Según detalla en minucioso, documentado y estricto relato, el señor Juan Alberto Berni González, en su sitio web: Relación de grandes tabaqueros y sus marcas, en 1853, “obligado por la sentencia condenatoria, decide crear la que sería su famosa marca bandera:La Florde Tabacos de Partagás, cuya autorización y registro se concede un año después, que llegaría a ser la marca de elaboración de tabacos, cigarrillos y picadura más famosa y conocida a nivel internacional. Sus manufacturas ganaron muy pronto prestigio internacional por su calidad y perfección” (2). Es este el preciso momento en que la fama le alcanza de pronto y con todas sus consecuencias. Las ganancias de sus negocios serían convertidas en inteligentes inversiones y bien puede decirse de él, que fue creador de uno de los imperios tabaqueros más famosos del mundo.

Pero las tiendas erigidas por Partagás en su finca, también eran motivo de rivalidades con los propietarios de otra tienda vecina, cuyos dueños sentían envidas incontrolables por el éxito de los establecimientos de don Jaime, que por aquella época atraían cada vez a más clientes.

Así las cosas, “el 18 de junio de 1868 es herido gravemente de un disparo de trabuco en un lugar cercano a su finca de Hato de la Cruz. Jaime Partagás fallecería veintinueve días después del atentado, como consecuencia del paulatino agravamiento de sus heridas, en un intento desesperado de viajar a La Habana, con la terminante oposición de los médicos que le atendían. Como era previsible, sus heridas no resistieron el viaje, falleciendo el 17 del propio mes y año, en casa de unos amigos, en la localidad de Pinar del Río…” “El trágico suceso conmocionó a Cuba entera. De las crónicas y declaraciones autoinculpatorias del asesino a sueldo que le disparase, el negro libre Pedro Díaz, empleado de una de las vegas de Jaime Partagás, se deduce que debió tratarse de un asesinato por dinero, por motivos no suficientemente aclarados, pero que seguramente debió provenir de enemigos comerciales o personales, relacionados con los negocios del tabaquero. Lo cierto es que Pedro Díaz fue encarcelado, juzgado y presionado para que informara quienes le podían haber inducido a cometer el crimen. Siempre confesó que él era el autor del atentado, pero jamás desveló los motivos. Pocos días después, el asesino de Partagás apareció misteriosamente asesinado en la cárcel donde estaba recluido, considerándose el caso como cerrado” (2).
 

La muerte de Malanga, el rumbero

A José Rosario Oviedo nadie sabe desde cuándo le decían Malanga. Con ese apodo se hizo famoso bailando rumba y por ello tuvo que pagar precio caro. Nació en el poblado de Alacranes, provincia de Matanzas, el 5 de octubre de 1885. No era un bailador cualquiera, quienes “tuvieron la suerte de verle ejecutar una rumba, los pasillos y peripecias que realizaba eran sorprendentes. Creó un estilo muy propio, que con el tiempo pasó al repertorio de otros rumberos. Fue el primero que introdujo complejidades danzantes con cuchillos afilados en las manos, realizando increíbles pasos sin dejar de bailar. También se subía sobre una mesa con un vaso de agua en la cabeza, haciendo todo tipo de evoluciones y no se derramaba ni una sola gota. Otra de sus ocurrencias era danzar con la punta de los pies” (3). Sus evoluciones y desplazamientos eran espontáneos, la coreografía totalmente improvisada, según el repiqueteo de los cueros le moviera el alma. Parecía su cuerpo conversar con los tambores y estremecerse con ellos, en traducción continuada del sonido bronco y profundo de los vibráfonos, al lenguaje físico del movimiento. Quienes le conocieron dicen que “era bajito, prieto, gordo, barrigón, de ojos saltones y expresivos, nariz afilada, con marcas en la cara como de viruela: hombre de muchas mujeres, fiestero, simpático, ocurrente, además persona bien llevada y querida por todo el pueblo…” “muy enamorado y aceptado por las mujeres con mucha facilidad” (4). Era conocido de todos que, “su popularidad le permitió desempeñarse como agente político del partido liberal en Unión de Reyes, lo que era muy oportuno para los que deseaban que la atracción natural del bailarín, se convirtiera en votos arrasadores en las elecciones” (4). No existen fotos de él, porque dicen que nunca se dejaba retratar.

Los conocedores y musicólogos opinan, que este tipo de rumba popularizada por Malanga, era una variante conocida como “Columbia” y tuvo su génesis en los suburbios de los pueblos de Matanzas, sobre todo en los caseríos alrededor de los ingenios azucareros. En ella, “el bailador sale a sostener una especie de diálogo con el tambor quinto, haciendo filigranas y ensayando las más diversas evoluciones. Así se establece una controversia rítmica entre el quinto y el bailador, mientras los demás músicos corean. Es todo un espectáculo al que se suman otros asistentes a la fiesta, también haciendo sus bailes frente al tambor” (4).  Se cree que “fue alrededor del año 1900 que la Columbia se introdujo en La Habana, luego al comenzar el auge de la producción de azúcar en los territorios Morón y Ciego de Ávila, los obreros que fueron  a trabajar en esas zonas llevaron la Columbia, como es el caso de los timberos o rumberos matanceros, donde le llamaban timba a la rumba (3).

José Rosario Oviedo (Malanga) constantemente viajaba por casi toda la Isla, pero se sabe que radicaba la mayor parte del tiempo en el poblado de Unión de Reyes, en la provincia de Matanzas, donde no se perdía una fiesta de las que allí se organizaban. Y hay testimonios que aseguran su participación como rumbero, en espectáculos organizados en el Teatro Palatino de aquella localidad. La fama alcanzó de lleno a Malanga y se embriagó de ella. Su arte, modestia, trato cordial y simpatía personal eran apreciados por muchos. Tenía infinidad de admiradores de todas las edades y géneros. Adonde quiera que llegaba se ganaba a la gente, pero como ocurre con los famosos, alguno que otro de aquellos que nunca pudieron soportar su popularidad, se transmutaron en consignatarios de uno de los sentimientos más dañinos que instalarse puedan en el corazón del ser humano, la envidia. 

A mediados del año 1927, fue acompañado de un amigo a una fiesta de santo en el poblado de Ceballos, en la provincia Ciego de Ávila. “En el banquete sirvieron arroz con quimbombó y carne de puerco” (4).“Había comido copiosamente como acostumbraba hacerlo y poco después, cuando se disponía a bailar, se sintió mal” (3). Muchos aseguran que “en esa comida se ocultó el vidrio molido con que mataron a Malanga, pues este se fue de la fiesta doblándose de los dolores en el vientre y nadie más lo volvió a ver” (4). 

Su desaparición física fue recogida en una rumba de la variante conocida por Columbia, que fuera popularizada por Chano Pozo, Arsenio Rodríguez y Miguelito Valdés, la cual se convirtió en un verdadero clásico del género. “La compuso uno de los tamboreros de Malanga, llamado José Drake y otro bailador de Cárdenas de nombre Félix Chapé. Fue compuesta cuatro años después de la muerte de Malanga, durante un velorio simbólico homenaje póstumo al más popular de todos los bailadores de rumba. A ese recordatorio concurrieron famosos rumberos de Cuba” (4),entre los cuales no es de dudar, estuviese el mismísimo Chano Pozo con sus cuatro tambores, de quien también dicen que la fama le trajo la muerte.

Cómo se fue Chano Pozo

Casi en el mismo centro de La Habana Vieja, en la calle Genios 207, entre Consulado e Industria, estuvo el solar El Ataúd (demolido en 1959). Aquí vivió durante varios años, en una habitación con balcón a la calle, Luciano Pozo González, quien fuera conocido como Chano Pozo. Bongosero famoso, surgido en medio de la alegría bullanguera y picaresca de la Comparsa “Los Dandys”, de la barriada de Belén, quien se pulió a sí mismo en cada toque de tambor, ascendiendo los escalones de la fama hasta llegar a New York convertido en show man, con la banda del trompetista norteamericano Dizzy Gillespie. “Podía cantar y bailar, mientras hacía repiquetear los tambores, mas todo lo creaba improvisando en el instante, sin imitar a nadie. Chano empezó a subir cuando entró en Radio Cadena Azul, la emisora de Amado Trinidad, donde fundó la Orquesta Azul y empezó a hacerse de amigos como Miguelito Valdés, quien le consiguió a Chano su primer contrato en Norteamérica. Fue en esta emisora donde conoció y se hizo amigo de Rita Montaner” (5).También dicen que fue guardaespaldas del senador Hornedo, dueño del periódico “El País” y uno de los hombres de mayor fortuna en Cuba.

Según lo contaba el mismo Gillespie, Chano cambió el gusto de la música en los EE.UU., con sus siete tambores cubanos, fue el factor decisivo en el proceso de introducir e integrar la música afrocubana en el jazz norteamericano. Lo cierto es que en la cúspide de su fama, estaba ganando una cantidad de dinero tan grande, como nunca podía haberse imaginado en su vida. En la madrugada del 3 de diciembre de 1948, mientras en Cuba, creyentes y practicantes esperaban en fiesta la llegada del día 4, celebración de Changó-Santa Bárbara, la dueña de los truenos; Chano Pozo esperaba a la muerte frente a una vitrola del bar el Río Café and Lounge de la calle 113, en Nueva York, aunque a él mismo ni siquiera sabía, que rayos había ido a hacer allí.  “Eusebio Muñoz, alias El Cabito, un ex combatiente marcado por la psicosis de una guerra en la que fungió como francotirador, entró el lugar y fue directo hacía donde estaba el músico cubano. Cuando Chano giró para mirar quién se le acercaba, el recién llegado extrajo su revólver y disparó una vez. El ídolo de la música cubana cayó al suelo, con el corazón perforado. El asesino se acercó al cuerpo que se movía ahora con el ritmo espasmódico de la muerte y sin prisa, le disparó seis veces más…” (5).

Unos dicen que, “El Cabito le debía 15 dólares a Chano y este se los había reclamado en público. No obstante, al morir, el tamborero cubano tenía 15 mil dólares en el banco y más de 1 500 en los bolsillos” (5). Otros afirman que, el victimario “le vendió a Chano una “hierba” que no era buena, Chano le metió una galleta en público y luego no quiso disculparse. Entonces Muñóz juró que lo iba a matar como un perro” (5). Hasta hay quien asegura que, unos días antes de irse a Nueva York, “El Chano se obró un “registro” y le salió que tenía que hacerse Changó, antes de cruzar el mar, pero era muy desobediente y dijo que se lo haría cuando regresara” (5).   

La envidia como causa y consecuencia

Para algunos, la envidia es enfermedad del alma, que se convierte en malsana adicción. Para otros, es sentimiento producido por la incertidumbre constante del no poder llegar al triunfo del vivir, rebasado los márgenes de inquietud en que toda vida se desenvuelve, y sobrepasados todos los límites de la autohumillación, cuando al final se comprende de una vez por todas, la imposibilidad de llegar a ser como  “aquel”, que sí llegó. Y para algunos otros, ya modernamente comprendida, es la envidia simplemente carencia de inteligencia emocional.

Así también la traición o la venganza, pudiesen juzgarse igual como consecuencias más que como causas, que monopolizan la vida afectiva de una persona en un determinado momento y le impulsan, con enorme potencia avasalladora a actuar de una determinada forma, casi siempre primitiva, drástica y fatal, privando al mundo de algún que otro personaje famoso, que ya no pudo seguir aliviando tristezas humanas, o quién sabe si aumentándolas, sobre todo para aquellos que nunca podrán llegar. Habría que ver entonces de estos tristes casos aquí comparados, si lo que en realidad mató a estos personajes tocados por la fama, fueron la envidia y la venganza, o los envidiosos y vengativos por estas pasiones emponzoñados.

 

 

 

 

Bibliografía

1. Catauro de seres míticos y legendarios en Cuba. M. Rivero Glean y Gerardo E. Chávez Spínola. Ed. por Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. La Habana, Cuba.  2005. ISBN 959-242-107-2.

 

2. Relación de grandes tabaqueros y sus marcas. Don Jaime Partagás y Rabell. La Vitofilia, web de Juan Alberto Berni González. Coleccionista de vitolas de puros.  http://www.jaberni-coleccionismo-vitolas.com/1C.5.05-Grandes_Tabaqueros_Relacion_Fabricantes_y_Marcas.htm

                                

3. ¿Quién mató a Malanga?Artículo. Lino Betancourt Molina, Columna Opinión. Portal CUBARTE. Publicado  fecha: 2012-01-30. http://www.cubarte.cult.cu/periodico/columnas/cita-con-la-trova/quien-mato-a-malanga/81/21045.html

                                                                                                                                                               

4. José Rosario Oviedo. Ecured. PublicadoViernes, 17 de diciembre de 2010.                                    http://www.ecured.cu/index.php/Jos%C3%A9_Rosario_Oviedo

 

5. Chano Pozo, la cumbre y el abismo. Artículo. Leonardo Padura. La Jiribilla No 135.     http://www.lajiribilla.cu/2003/n135_12/135_16.html


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