Cuando niña, jugábamos a imitar la vida misma sin hablar ni una sola palabra. Era una manera maravillosa de divertirnos y la pasábamos muy bien. No conocía que sin darnos cuenta, estábamos cultivando la mímica, que es precisamente el arte de imitar con gestos, ademanes y actitudes muchas cosas que nos rodean, ejercicio que desarrolla la imaginación, la creatividad y los sentimientos, precisamente en las edades tempranas de la vida.
Toda aquella etapa de mi niñez, me vino a la mente, cuando me disponía a asistir a la presentación de Grupo Mimoclán, aquí en La Habana. El entusiasmo me embargaba. Iba a presenciar una propuesta teatral diferente. Ya me lo habían anunciado.
El programa indicaba que una de las puestas estaba inspirada en El Cantar de los Cantares y la otra, en un texto de un poeta mexicano.
En el camino, iba pensando que la historia de la mímica es larga y ancestral. Desde los tiempos de Grecia y Roma existe la pantomima, que no es más que la representación escénica de la mímica, un arte que exige mucha destreza y fuerza creativa.
Mimoclán, este Grupo de Pantomima, está integrado por jóvenes actores, alrededor de seis, dirigidos actualmente por Omar Amador, actor proveniente del Teatro de Pantomima de Cuba.
No es posible olvidar a Julio Capote Cao, que fundó Mimoclán, en aquellos tiempos de la Escuela de Instructores de Arte, creada por la Revolución triunfante, hace más de cuarenta años.
Las obras que iba a tener la oportunidad de presenciar, estaban dirigidas, en esta ocasión, por Amelia Biart Alfonso, una joven artista del teatro, con una energía poética imposible de contener. Estaba absolutamente segura que el impacto que iba a recibir, implicaría un estallido de profundas emociones.
Conozco muy bien a Amelia Biart. Es esencialmente una poeta de seductor lirismo y con conocimientos del arte teatral y en particular de la pantomima. Sabía que lo que iba a ver, constituía un ofrecimiento muy especial.
No me quedaba ninguna duda. Trabajar un texto bíblico como El Cantar de los Cantares, es un gran desafío y si el mismo es desarrollado por artistas entregados con lozanía y pasión a su quehacer, el reto resulta aún mucho mayor e interesante. Y así exactamente fue. Aquellos jóvenes se desdoblaron y junto a gestos en movimientos precisos, armoniosos, ofrecían la palabra iluminada de este ancestral texto de Salomón, o quizás, como suelen argumentar los investigadores, de muchos autores desconocidos. Lo importante no es la cuestión autoral, lo importante estaba allí en escena. Un teatro de pantomimas que ofrecía, en esta ocasión y bajo una exquisita dirección, una obra donde se mezcla la gesticulación con la fuerza de la modernidad que sostienen los textos, mediante una declamación que da rienda suelta al desarrollo artístico en el prodigioso mundo de la escena cubana.
La fusión, gesto y palabra, entregaba una propuesta teatral osada y diferente.
Me ha parecido muy notable el empeño de estos creadores y muy sabia la investigación que exigía la puesta.
Acercar al público a una obra de tal magnitud como El Cantar de los Cantares, provocar el interés por indagar sus orígenes, tan lejanos, descubrir sus resquicios, honduras e interpretaciones a lo largo de los siglos; induce al conocimiento, al disfrute, mientras propone meditaciones inteligentes, que contribuyen al desarrollo humano. Y lo más significativo es que al abrirse la senda exploratoria, las posibilidades son infinitas, tanto para el que ofrece, como para el que recibe.
La otra obra presentada, fue la de llevar en armoniosa complicidad con el movimiento corporal, el texto del poema Asela, del mexicano Eraclio Zepeda. La idea es ir más allá de una simple declamación. La fuerza del movimiento apoya cada palabra y la sobredimensión del poema que se produce cuando la puesta invita al espectador a formar parte del cauce lírico, mantiene la atención de forma natural. Fue una demostración artística y de exquisita técnica.
Pienso que cualquier poeta se debe sentir hondamente complacido, si ve uno de sus textos trabajado con tanto profesionalismo y por creadores que gustan de explorar mundos diversos.
Ya esta experiencia la había desarrollado anteriormente el grupo con la obra Cintas del regreso, del poeta Alex Pausides, presidente de la Asociación de Escritores de la UNEAC y después, con textos de Georgina Herrera, una autora tan cercana a las raíces africanas. La puesta Oriki para Georgina, fue un excelente homenaje a los ochenta años, de esta destacada poeta cubana.
Mimoclán, está en un buen momento de su historia creativa. Hay en este grupo mucha juventud que apunta hacia un futuro mayor. Se hablará del Grupo que hoy, pleno de lozanía, es capaz de alcanzar escalas superiores.
Amelia, pretende, según me ha dicho, y en fecha no muy lejana, organizar un Taller de Pantomima para los niños. Con ello podría la artista ayudar al desarrollo integral de muchos estudiantes. La pantomima, es arte que contribuye a concentrarse, a controlar movimientos, a socializar, desarrolla el cuerpo y trasmite emociones, sentimientos e ideas.
El teatro como decía Martí, y esto lo he repetido en muchas ocasiones, “tiene un hermoso privilegio, hace amena y gustosa la enseñanza”.
Con sus exploraciones en la escena teatral cubana y muy saludables iniciativas, Mimoclán aún tiene mucho que decir, para que espectadores como yo, puedan seguir disfrutando de sus audaces propuestas, esas que nos arrancan con emoción, el más fuerte y agradecido de los aplausos.
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