Desde hace algunos meses escucho decir que “hay que mirarse por dentro”; no se trata de una nueva propuesta del budismo zen para lograr concentración, sino del llamado a un autoanálisis del papel de cada ciudadano en la sociedad cubana actual. Esta solicitud tiene dos maneras de asumirse: la primera, de vieja raigambre estalinista, reclamaría la autocrítica a los de abajo, sin escuchar ni una sola crítica a los de arriba; parcializaría o aislaría los problemas o planteamientos con el propósito de no vincularlos entre sí para poderlos manejar a conveniencia de burócratas y funcionarios, sin indagar o profundizar en las causas que los generaron, y justificaría políticas bajo un simulacro de consultas. La segunda implicaría la disposición de escuchar con amplitud y conexión todos los puntos de vista y criterios relacionados con un planteo o exposición, con la voluntad de reconocer los problemas de manera integral e identificarlos estén donde estén y los haya generado quien los haya generado, con el propósito de buscar entre todos sus raíces y actuar consecuentemente en su erradicación. En la primera versión, quien solicita a los demás “mirarse por dentro” pareciera excluirse del ejercicio; en la segunda, la autoexploratoria mirada nos abarcaría a todos.
En la manera de introducir el tema comienza el éxito o el fracaso de la exhortación. No se puede invitar a un análisis autocrítico, excluyendo la necesaria crítica, a cualquier zona de la realidad, que haga visibles asuntos que se desean debatir. Hay que comenzar por dar ejemplo de moral revolucionaria, aunque en el Vaticano no sea así porque los católicos respetan la infalibilidad del papa. Nuestros principios se basan en el respeto a todos: a los de arriba y a los de abajo, a los de al lado, a los que están en la vanguardia y a quienes se hayan quedado en la retaguardia; cuando hay elementos para una crítica, ningún jefe puede molestarse por recibirla: como nadie es infalible, si es justa la crítica, tendrá que reconocerse, y si es injusta, habrá que exponer argumentos, sin agresiones personales. En una reunión sobre esas bases, hay moral para exigir de cualquiera una autocrítica severa sobre cualquier asunto, si lo merece, y no como manera de “cobrar” o contrarrestar el efecto de una crítica. Por otra parte, no todos los problemas los tienen “los otros”, pues es muy común la actitud defensiva e hipercrítica hacia afuera de algunos que no reconocen la viga en su ojo y ven a distancia la paja en el ajeno.
Ha sido un reto sistemático identificar los problemas reales y no los aparentes, no los que se pone de moda criticar, ni los que es “políticamente correcto” ―expresión falsa y demagógica― debatir; ni los que identificó un grupo de expertos ―a veces hay que poner comillas aquí―, en ocasiones sin tener todos los elementos en cuenta o sin poseer la suficiente experiencia o flexibilidad en sus respectivas contextualizaciones. La precisión de lo esencial y su separación de lo secundario en el examen de cualquier cuestión, debe caracterizar la actual etapa de madurez técnica y tecnológica, sin que se convierta en tecnocrática; civil y democrática, sin que sea civilista ni demagógica; apegada al respeto a la ley vigente, sin que sea legalista o esté fuera de la ley porque no hay que pasarse, pero tampoco no llegar. Resulta imprescindible caracterizar lo importante y trascendente, y darle su lugar, además de atender lo urgente y lo más sensible, pero sin que lo segundo sirva de eterna excusa para abandonar lo primero: decidir con prioridades según las circunstancias es también un asunto de lucidez y sentido común. Se trata de entender cómo afectan los problemas colectivos o comunitarios, pero también los personales e individuales, para decidir métodos de solución integrales contando con todos los elementos para enfrentar la complejidad de los dilemas presentados. Flexibilidad, madurez, lucidez y coherencia en la aplicación de los conocimientos, es también cultura, la cultura de los políticos cultos.
Una de las obsesiones de Ernesto Che Guevara durante la primera mitad de los años 60 que vivió en Cuba, fue la guerra sin cuartel contra el formalismo y el burocratismo. En el segundo aniversario de la integración de las organizaciones juveniles, el 20 de octubre de 1962, el Che definió con precisión el papel de la naciente juventud comunista y la incitaba a “plantearse todo lo que no se entienda; discutir y pedir aclaración de lo que no esté claro; declararle la guerra al formalismo, a todos los tipos de formalismos. Estar siempre abierto para recibir las nuevas experiencias”. En Cuba Socialista, de febrero de 1963, se puede leer el ensayo “Contra el burocratismo”, en que el Che analizó la historia de esta plaga difícil de eliminar y atacó a las llamadas “guerrillas administrativas”; caracterizó a los burócratas, con su desinterés real y habitual no por resolver los problemas, sino por “cubrir la forma” y después por “lucirse” en la “guerrilla”, y fustigó su falta de organización, método, lógica, conocimiento, estilo, personalidad, decisión… que después cobra tintes de “heroicidad” en la “jornada guerrillera”.
Desgraciadamente estos males no han sido superados totalmente en la Cuba de hoy. El dúo formalismo-burocratismo se convirtió en epidemia difícil de erradicar, y constituye peligro mayor, pues se ha demostrado que fue enfermedad terminal del sepultado “socialismo real” del siglo xx. En el carácter formal y sectario con que algunas veces se solicita “mirarse por dentro”, puede descubrirse superficialidad, desidia y apatía. Y si seguimos, quizás nos demos cuenta de que detrás de ciertas simulaciones, pueden ocultarse el nepotismo, el amiguismo y la impunidad: una gran familia de vicios favorecedores de la corrupción. Si en la época del Che, junto al formalismo y la burocracia, el dogmatismo paralizante y la adulonería no pocas veces propiciaron un clima poco crítico y autocrítico, aniquilando la indagación y la búsqueda de una verdad colectiva aceptada por todos o por la mayoría, con transparencia y construcción colectiva, una propuesta aconsejada por quien fuera Presidente del Banco Nacional de Cuba y Ministro de Industrias como método cotidiano de trabajo, hoy deben combatirse con fuerza para que no provoquen la autofagia que desmoronó a la Unión Soviética, modelo para algunos, pero que el Che nunca digirió.
Hacer política no consiste en “cumplir” las “afectaciones” del mes y fabricar actos triunfalistas, aunque nunca se ha de pasar por alto la memoria histórica, que no consiste en repetir frases y fechas, sino en repasar e investigar en profundidad, aunque a veces una parte de la historia sea incómoda. La política ha de tener capacidad para fundarse constantemente y sobrevivir en un mundo de ataques sucesivos; de lo contrario, languidece y muere; lo escribió José Martí para dar “Noticias de Francia” a La Opinión Nacional de Caracas, el 17 de septiembre de 1881: “La política es el arte de inventar un recurso a cada nuevo recurso de los contrarios, de convertir los reveses en fortuna; de adecuarse al momento presente, sin que la adecuación cueste el sacrificio, o la merma importante del ideal que se persigue; de cejar para tomar empuje; de caer sobre el enemigo, antes de que tenga sus ejércitos en fila, y su batalla preparada” (José Martí. Obras completas. Europa. T. 14. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975).
No es solo un asunto de repetir etiquetas triunfalistas o echar mano a ellas para argumentar regaños y sanciones: lo más importante será lo que hagamos bien nosotros. Marx afirmaba que las contradicciones internas tienen un peso mayor que las externas: el bloqueo desgasta y encarece, desalienta y entorpece nuestra vida cotidiana, pero existe y hay que contar con él para encarar nuestras dificultades, e identificarlas es el primer paso para solucionarlas, como lo ha demostrado la inteligencia del cubano, y el fin de todo esto es la felicidad. Martí también en esto fue claro: “La política está, y no hay otra política, en administrar los bienes nacionales con la equidad que por sí sola, sin más sistemas ni panaceas, hace a los pueblos libres y felices” (Otras crónicas de Nueva York, 2da edición, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1983).
A la imprescindible importancia de ser eficiente en la economía agraria e industrial, el comercio y las finanzas, para ser viable y autosustentable, deben sumarse otros elementos esenciales. No basta con lograr avances significativos en estos y otros decisivos asuntos, y no comunicar los resultados con profesionalidad y convicción, credibilidad y equilibrio; la utilización adecuada de los medios pasa por no pocos retos: superar definitivamente los estereotipos y las ingenuidades para continuar formando ciudadanos pensantes y críticos; construir el proceso de cambios comunicativos hacia la informatización de la sociedad con la adecuada velocidad ―sin adelantarnos, pero peor sería retrasarnos―; establecer estrategias de comunicación que correspondan a la vida cotidiana real de los cubanos; admitir con normalidad la interacción comunicativa sin censuras, cegueras, ni sorderas; incluir a la escuela y a la televisión en la formación de valores del real socialismo y no con los remanentes de la campana de cristal del “socialismo real”; aprovechar la capacidad de creación e innovación de los jóvenes para fundar nuevos sitios de comunicación; construir nuevos consensos con los actores naturales que existen en el pueblo, sin exclusiones, aunque esto constituya el mayor desafío. Todavía uno de los temas más candentes de la sociedad cubana “para mirarse por dentro” es la sistemática emigración de las nuevas generaciones; dudo mucho que haya cesado la aspiración y el trabajo en secreto de jóvenes que siguen con la idea firme de irse del país, a pesar de que cesó la política de “pies secos-pies mojados” del gobierno norteamericano para estimular la emigración ilegal de los cubanos.
La legalidad socialista cubana debe regir los procesos enunciados anteriormente. No se puede dialogar, y menos debatir, con los ciudadanos de la república socialista cubana actual, como si estuviéramos asumiendo la postura de jefes de un campamento militar, dando órdenes, porque todos tenemos, además de los deberes, derechos, y todos tenemos que cumplir con la ley ―los elegidos y los electores, los dirigentes y los dirigidos―: todos podemos ser enjuiciados y llevados a tribunales, unos y otros, sin excepción. Imposible convertir diálogos y debates haciendo abstracción u olvidando la Historia, y el momento actual. No ha cesado el bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos contra Cuba; la ofensiva cultural por la potencia mayor del planeta está al rojo vivo para que la Isla “cambie su régimen”; todo esto es cierto, pero insisto que vivimos otra etapa de la historia de la Revolución. Mirarse por dentro no basta.
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